24 de Octubre y seguía en Londres. No había manera de encontrar una sustituta y el trabajo se le acumulaba encima de la mesa, así que seguía trabajando al ritmo habitual. Su ginecóloga decía que estaba perfecta y que el trabajo la había librado del colapso, así que la animó a seguir adelante con su vida normal porque Aida, su pequeña habichuela, crecía maravillosamente bien.
A los seis meses de embarazo ya sabía que esperaba una niña y como era tan diminuta, Johanna la llamaba habichuela. Una preciosa habichuela a la que había podido ver en tres dimensiones. Era preciosa, o eso le parecía, pesaba alrededor de medio kilo y medía en torno a treinta y dos centímetros. Un bebé normal, absolutamente, que ya se hacía notar por las noches, moviéndose sinuosamente mientras ella escuchaba música clásica o le leía en voz alta. Era increíble sentirla dentro de su cuerpo y con seis meses de gestación ya podía presumir de una tripita tímida, pero suficiente para sentirse la embarazada más orgullosa del planeta.
Como no podía bailar flamenco, le aconsejaron practicar yoga y Taichi. Casi todos los días después del trabajo, que ahora estaba al lado de casa, se iba a sus clases y disfrutaba de una horita o dos de relax y ejercicio físico. No había engordado apenas y aunque negoció con la doctora incrementar el consumo de proteínas en la dieta, lo cierto es que seguía siendo vegetariana, cocinaba a diario productos ecológicos y se cuidaba al máximo. A pesar de vivir sola, y de que a veces no le apetecía en absoluto sentarse a la mesa y comer como la gente normal, se obligaba a hacerlo y aquella rutina la estaba ayudando no solo a cuidar de su embarazo, sino también a normalizar su nueva realidad. El cambio de vivir pendiente de una pareja y en una casa como de la Chelsea, a pasar a vivir sola, en un estudio de treinta metros, resultó duro, por supuesto, pero ella se consideraba por encima de todo una persona flexible y con una enorme capacidad de adaptación, así que con el paso de las semanas comenzó a sentirse muy a gusto en su casita, que era acogedora y cómoda, y donde poco a poco empezó a construir un nuevo hogar.
Principalmente, y aparte de todos sus problemas y los cambios a los que había tenido que hacer frente, su mayor ilusión era su hija, su Aida. El nombre lo tuvo claro desde el minuto uno, Aida le parecía el más flamenco y femenino de los nombres, con fuerza y personalidad, y como no tuvo que discutirlo con nadie, estaba cantado: se llamaría Aida Everdeen Ortega, y se la imaginaba de mil maneras diferentes, rubia y de ojos claros como su padre, o de ojos grises y pelo oscuro como su madre. Lo mismo daba mientras estuviera sanita y todo apuntaba a que era fuerte y juguetona porque apenas paraba quieta.
Como esperaba dar a luz en Madrid, no iba a tener ningún problema en conseguir su libro de familia para inscribirla, pero ante la duda, ya se había informado en la embajada de España de lo que debían hacer si se le ocurría llegar antes y nacer en Londres. Todo estaba controlado, o eso quería creer porque en el fondo, y en la forma, todo seguía medio patas arriba.
Sus padres estaban encantados con la llegada de su primera nieta y la apoyaron al cien por cien, mucho más de lo que esperaba, e incluso acordó con su madre instalarse con ella en Madrid durante los primeros meses de Aida, para estar juntas y no sentirse tan perdida con la niña, y la idea le apetecía muchísimo.
De su entorno en Inglaterra pocos sabían lo del embarazo. En el despacho, sus compañeras por supuesto que sí, pero de sus amistades, las de antes del divorcio, nadie sabía nada, ni falta que hacía porque todo el mundo había desaparecido como por arte de magia de su lado. Nadie volvió a llamarla, a invitarla o a preocuparse por su bienestar, todo el mundo tomó parte por Peeta, y la desecharon rapidito y sin contemplaciones. En cuestión de semanas no volvió a tener noticias de nadie, ni siquiera de esas personas que antes se pasaban la vida intentando quedar con ella o que le mandaban flores o botellas de vino carísimo por cualquier motivo.
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Oportunidades
RomanceEl amor propio, confianza, madurez y respeto son las bases para tu vida con tu pareja. ¿Cuántas oportunidades se deben de dar y recibir para vivir y disfrutar tu amor con tu otra mitad?