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En la actualidad

Londres, 18 de diciembre


Jamás debió aceptar ir a esa cena, jamás, era un error de manual y cuando al fin llegó a casa, mojada y enfadada, subió los escalones despacio, porque un dolor en la zona lumbar apenas la dejaba respirar.

Otra vez el ascensor estropeado y ella con ocho meses de embarazo. Una locura. Afortunadamente en dos días estaría en casa, en Madrid, con su madre y su abuela, los pies en alto y comiendo turrón, así que solo debía aguantar un pelín más.

Llegó a la segunda planta y Candice, su vecina hippie, se asomó a la puerta y la detuvo por el brazo.

—Katniss ¿adónde vas?, tienes muy mala cara.

—No pasa nada, me duele un poco la espalda y he tenido una noche horrible.

—Vale, siéntate un poco —sacó un taburete al rellano y la obligó a tomar asiento—, ¿qué ha pasado?

—Fui a una cena, a casa de unos amigos y estaba mi ex. Fue muy incómodo.

—¿Con una mujer?

—Pues no lo sé —de pronto pensó en que ni se había fijado, del sofocón que le entró, y miró a su vecina encogiéndose de hombros—, no me fijé, me fui en seguida pero seguramente estaría con alguna mujer.

—¡Hombres!

—Ya... debo subir a casa, quiero meterme en la cama, estoy empapada.

—Vale, yo te acompaño, esta noche me toca trabajar pero si necesitas algo me das un toque el móvil, ¿ok?

Agradeció la preocupación de Candice y entró en su apartamento muy incómoda, no era solo la espalda, de repente le dolía todo el cuerpo y se temió lo peor. Se dio una ducha caliente, se puso un chándal y zapatillas de deporte y esperó sentada en la cama a ver qué ocurría. A las diez de la noche tuvo la primera contracción y a las diez y media la segunda. Consciente de que si se adelantaba el trabajo de parto sería mucho peor salir a la calle sola, decidió coger la canastilla y la maleta y bajar a buscar un taxi. Mientras esperaba en la acera le vino otra contracción, mucho más intensa, así que buscó el móvil y mandó un mensaje a su ginecóloga. Un segundo después, la estaba llamando con voz autoritaria pero tranquila.

—Katniss, ¿dónde estás?

—En Notting Hill, esperando un taxi, lo tengo todo y me voy al hospital, por si acaso.

—¿Estás sola?

—Sí, estoy bien... no te preocupes.

—Llama al alguien.

—No tengo a quien llamar, mi hermana y mi madre me esperan en Madrid... oh Dios... —soltó en español parando un taxi—, otra y muy aguda, pero ya tengo taxi.

—Muy bien, tranquila, te veo en la clínica.

—Vale.

Llegó al Hospital St. Mary en quince minutos. Como su traslado a España, por culpa del trabajo, se había retrasado muchísimo, la doctora Moore le había aconsejado asistir a las clases de parto sin dolor en Londres y tener todo preparado por si a Aida se le ocurría llegar antes. Afortunadamente, porque cuando entró en el hospital, con muchos dolores, ya la estaban esperando y le asignaron una habitación muy rápido, o eso le pareció, porque de repente todo se precipitó delante de sus ojos y perdió totalmente el sentido del tiempo y el espacio.

Nada más ponerse el camisón rompió aguas y ya tuvo que llamar a Madrid para avisar del asunto. Su madre, su abuela y Johanna se volvieron locas de preocupación y a falta de aviones a esas horas de la noche, decidieron ir al aeropuerto y esperar allí el primer vuelo que saliera de Barajas, el de las seis y media de la mañana. Una verdadera locura, todo era una locura pero esas cosas no se controlaban y decidió aplicar sus conocimientos de parto sin dolor en el proceso y llevarlo lo mejor posible.

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