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Giró en la cama y la luz del sol le acribilló los ojos, se tapó la cara con el dorso de la mano e intentó seguir durmiendo, pero fue imposible. Trató de situarse, primero asimiló que estaba en Los Ángeles, en un hotel de lujo, y en seguida se le vino a la cabeza el pensamiento que lo perseguía continuamente desde hacía semanas: tenía una hija, se llamaba Aida y ni siquiera había podido abrazarla.

La angustia le contrajo el pecho, se sentó de golpe en la cama y el dolor de cabeza casi lo mata. Se deslizó despacio por el colchón, se sujetó a las paredes y se arrastró hasta cuarto de baño, abrió la ducha fría y se metió debajo. No tenía ni idea de la hora que era, pero esa noche le tocaba presentar en el Teatro Dolby una de las categorías de los Oscars. Estaban, por tanto, a 22 de febrero.

Katniss había dado a luz la madrugada del 18 a 19 de diciembre, la había visto unas horas antes, en casa de Annie y Finnick, y le había parecido incluso más guapa de lo habitual, con el pelo recogido, nada de maquillaje y ese brillo espectacular que tenía en los ojos. Siempre le había parecido luminosa, su piel era luminosa, sus ojos, su sonrisa, pero aquella noche, unas horas antes de dar a luz a su hija, le había parecido la más preciosa de las criaturas, sin embargo, ni lo había mirado, ni saludado, ni prestado la más mínima atención y se había ido tal como había llegado, a la carrera.

Ver su vientre hinchado le produjo una pequeña conmoción, llevaba tiempo intentando racionalizar que ella llevaba a su hija dentro, que un bebé, su bebé, crecía dentro de Katniss, pero verla en el comedor de los Odair, con su abrigo largo y su bolso en bandolera, le despertó una ternura enorme, tanta, que volvió a odiarla con todas sus fuerzas.

Solo podía odiarla por haber destruido todo lo que le importaba, por haberlo abandonado, por apartarlo de su bebé, y por vivir la vida a su aire, tan a gusto, tan segura y desenvuelta como siempre mientras él, que era un gilipollas integral, se hundía poco a poco en la mierda y el desenfreno.

Esa misma noche pensó en llevarse a la cama a la camarera de Annie. La chica le guiñó un ojo y le pasó su número de móvil en cuanto entró en la casa, pero después de ver a Katniss no pudo. Se fue a su enorme casa solitaria, desconectó los móviles y se pasó la noche bebiendo y viendo películas antiguas. De madrugada, con un pedo considerable y una frustración aún mayor, agarró un palo de golf y rompió todo lo que pilló en la segunda planta, luego bajó a la primera para continuar con la tarea pero apareció la policía, alertada por los vecinos, y le costó horrores explicar a los agentes que esa era su casa y que solo quería desahogarse porque la bruja de su mujer lo había abandonado, despreciando incluso sus regalos, sus anillos de compromiso, su alianza, que le había devuelto como si él fuera un puto perro. Le tomaron declaración, intentaron tranquilizarlo y luego lo dejaron en paz. Esa noche durmió en el suelo del salón, encima de la alfombra de piel sintética que a Katniss le gustaba tanto, y por la mañana agarró la maleta y se fue al aeropuerto para viajar a los Estados Unidos, donde su hermana había reunido a la familia para celebrar la navidad.

Cuando al fin aterrizó a San Francisco, tras diez horas y media de vuelo, eran las dos de la tarde, hora local, del 19 de diciembre, encendió el móvil en la terminal de llegadas y tenía catorce mil mensajes anunciándole el nacimiento de su hija. Salió casi dando tumbos del aeropuerto, donde algunos paparazzis lo reconocieron y le hicieron fotos, consiguió un coche de alquiler y se fue directo a Palo Alto, a la casa de Molly, donde ya estaban celebrando el nacimiento de Aida, en el Hospital St. Mary de Londres, tan solo dieciocho horas antes.

No quería saber nada. Su primer impulso fue coger un vuelo de vuelta para ir a verlas, a las dos, a Katniss y a la niña, pero se resistió, y se pasó tres días así, sin querer ver las fotos que sus padres y su hermana recibían cada dos por tres de la pequeñaja. Al parecer estaba sana, a pesar de haber nacido antes de lo previsto, y Katniss estaba muy bien, aunque había dado a luz sola, porque su familia no había alcanzado a llegar a tiempo. Terrible, se lamentaba su madre mientras él se partía por dentro. No podría perdonarse jamás que ella hubiese pasado por aquel trance sola, pero en realidad nadie le había avisado, ni habían contado con él, así que acabó desechando las culpas y trató de olvidarse de Katniss y de la niña, aunque fue imposible.

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