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—No tienes por qué verlo —Johanna entró en el dormitorio y ella la miró de reojo—, en serio, vete a dar un paseo o a casa de la abuela, yo me ocuparé.

—No, gracias, no tengo cinco años y puedo hacerlo, pero gracias —cogió a Aida y le besó la cabecita—, ¿está guapa?

—Preciosa, como siempre. Hola, mi amor —se acercó a la niña, que tenía los ojitos abiertos, y le besó la manita—, ¿cómo estás, glotona?

—Pues eso, glotona, ¿verdad mi vida? —La acurrucó contra su hombro y miró a su hermana con una sonrisa—, todo va a ir bien, no te preocupes, estoy perfectamente.

—¿Te suena de algo el término "depresión post parto"?, de milagro no te la has pillado y no quiero que por culpa del capullo ese, te pase algo.

—Si no la he tenido antes, no la tendré ahora. No le des más vueltas y si quieres, vete tú a tu casa o donde la abuela o a dar un paseo, no quiero que acabes discutiendo con él, al que por cierto, no llames capullo o cosas similares delante de Aida.

—No se entera de nada, Katniss.

—Es igual, así te vas acostumbrando para cuando sea mayor.

—¡Jesús! —Exclamó y volvió al salón.

Ella miró los ojos color cielo de su hija y se olvidó de todo lo demás. Esa diminuta personita era capaz de convertirla en la mujer más feliz del planeta con una sola de sus sonrisas, o cuando la buscaba con sus ojitos muy abiertos si la oía hablar. La reconocía en medio de todo el mundo y siempre prefería estar con ella, su mamá, que era su universo absoluto. Johanna bromeaba diciendo que no se lo creyera tanto, porque si Aida la prefería por encima de todos era porque la asociaba con la comida y nada más, pero eso era lo de menos, su bebé solo tenía ojos para ella y le encantaba.

Miró por la ventana y comprobó que tenían el típico día invernal de Madrid, mucho frío pero despejado y soleado. Luego pensaba sacar a Aida a dar un paseo por el parque, pero antes tendría que ver que pretendía Peeta apareciendo allí. Un día y medio antes lo había visto de madrugada, con la niña en brazos y un poco conmocionada de verlo en directo, entregando el "Oscar a la Mejor dirección artística" desde el Teatro Dolby de Los Angeles, y solo unos minutos después, en plena madrugada, mandó un email avisando que pretendía coger un vuelo con rumbo a Madrid esa misma noche.

Aida tenía más de dos meses de vida, no se había molestado aún en conocerla, y de repente eso, era extraño y más extraño aun cuando su exsuegra la llamó para contarle que Peeta le había pedido que lo acompañara en la visita. Catherine, que ya había estado tres veces en Madrid para disfrutar de su nieta, no se había podido negar y finalmente había quedado con él esa mañana en Barajas, desde el aeropuerto irían directamente al Paseo de Yeserías para verlas y después ya verían. Eso le dijo: "Luego ya veremos, cariño".

En fin, pensó, tarde o temprano aquello tendría que ocurrir y mejor antes de que después. Desde el divorcio sus charlas se habían limitado a discutir por teléfono o en persona, él se mantenía a la defensiva o muy agresivo, y esperaba que su aparición estelar fuera más serena y sobria, porque esa era otra cuestión, la había llamado borracho dos veces después del nacimiento de Aida, diciéndole de todo y no pensaba tolerar que entrara en su casa en esas condiciones.

Según Molly, que era una sicóloga muy reconocida en Standford, Peeta había entrado en una espiral de autodestrucción total. No soportaba estar solo, haberla perdido. Se sentía huérfano, le dijo, y peor aún porque desde su punto de vista, su mujer lo había abandonado y él, que era extremadamente sensible y vulnerable, enfocaba toda su ira contra ella, que no tenía culpa de nada, pero que representaba todos los males del universo que lo acechaban.

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