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Si me preguntan; creo que la semana posterior a mí renacer de un coma pasó muchísimo más rápido, que los días en los que estuve inconsciente.

Una semana tranquila, sin sobresaltos; de paz, armonía, buena vibra como hacía tiempo no tenía. Y aunque las circunstancias no eran las más favorables; puesto que me encontraba la mayor parte de la jornada acostado, viendo únicamente médicos, enfermeros, paredes blancas y comida insípida, ¡juro por Dios que pasé la mejor semana de mi vida!

¿Patético verdad?

¿Quién en su sano juicio sería feliz, regocijándose de dolor ante los constantes pinchazos que traían a mis pobres venas peor que el colador de pasta en la casa de Niko?

Bueno, con sinceridad mi juicio es todo, a excepción de sano; así que después de tanto sinsabor, de tantas lagunas mentales y resacas espantosas, siete días me bastaron para recuperar en parte la sonrisa.

Una a veces genuina, y otras fingida; porque la realidad era que tampoco podía tapar el sol con un dedo.

Obviamente la tranquilidad no duraría eternamente. Las secuelas en mi cuerpo amenazaban con cobrarme la factura por tiempo indeterminado y para colmo, la bruma densa, turbia, preocupante que parecía envolverme al punto de asfixiarme por las noches, me obligaba a pensar. A bucear en recuerdos muy frescos, demasiado recientes.

Uno de ellos, por ejemplo: el estado de Niko. Estado clínico que mi incondicional acompañante se encargó de informar hasta que me cansé de preguntarlo.

¡Gracias al universo, mi rubio loco estaba recuperándose! Lentamente y con más contras que pros, había dejado el hospital justo el mismo instante en el que yo desperté del coma.

Viniendo de boca de Emilio, rubiales cojeaba al caminar y eso se debía a una leve fisura en su cadera. Dato que al saberlo me destrozó; realmente me dolió el alma al imaginar lo que estaría sufriendo. El siempre tan coqueto, empecinado en verse como un modelo de revista; que el que ahora usara muletas, o su rostro hubiese quedado marcado con cicatrices indudablemente suponía un golpe durísimo a su ego.

Mi brillante estrella comenzaba a apagarse y yo no estaba allí para preservar su luminiscencia.

El magnate, luego de aquello ya no quiso proporcionarme más información que revelara la agonía de Caballero. Sólo se esmeró en contentarme con buenas nuevas y se lo agradezco; pero tampoco soy idiota aunque lo parezca. No necesito palabras conciliadoras que disfracen la verdad de Niko. Lo conozco perfectamente; así como el me conoce a mí, y sé de sobra que el daño físico, el sentirse no tan agraciado, lo marchita por dentro.

¡Si supiera el siciliano que es el más hermoso de todos los hombres, únicamente por haber luchado para seguir viviendo, se le quitaría de la cabeza ese pensamiento inseguro e infantil!

Inseguro e infantil.

Si hablamos de infantilismo e inseguridad, yo tampoco puedo hacerme el superado porque si bien no atravesé la mitad siquiera de lo que mi mejor amigo, ha sido pésimo el estar sobrio y ver por mí mismo lo triste que es depender de alguien.

Alguien ayudándome a mover los dedos de las manos, en primera instancia. A estirar mis piernas luego. A que me llevaran al baño, me dieran una mano en el aseo y me simplificaran una tarea tan sencilla como resulta elevar el tenedor con puré de calabaza hacia la boca.

¿Si interiormente me tildé de inútil?

¡Más inútil que nunca!

¿Si me arrepentí enormemente de todos esos años en los que me curtí en alcohol y jamás comprendí lo calamitoso de mi estado?

Al Mejor Postor || EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora