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Ya está. Colgó el teléfono, lo tiró encima de la cama y se pasó la mano por la cara. Para explicarle aquello había tenido que escribirlo primero, repasarlo mil veces y soltarlo de un tirón. Era estúpido e infantil, pero había sido la única forma de hacerlo bien.

Estaba convencido de que Katniss era consciente de lo que él sentía, no podía ser de otro modo, ella sabía cómo la miraba, como la seguía con los ojos como un perrito abandonado. Lo había oído llorar desde Hawái, cuando lo llamó después del accidente, lo conocía mejor que nadie, tenía que saberlo, pero al parecer no sería capaz de comprenderlo si él no se armaba de valor y se lo soltaba directamente, aunque fuera por teléfono, así que eso había hecho.

No podían olvidar que había sido ella la que había roto con él, ella la que había colapsado y mandado todo al carajo sin su opinión, con sus razones, claro, pero de forma unilateral y a él no le había dejado ningún espacio para la maniobra. Lo quisiera reconocer o no, ella no le había dado ni un resquicio para intentar solucionar sus problemas y por lo tanto, aquella separación había sido decisión suya, de nadie más. Él se había rendido porque sabía que llegados a ese punto todo esfuerzo resultaría inútil, y también por un legítimo sentimiento de culpa, pero que tirara la toalla no había significado jamás que había dejado de estar enamorado de ella. Eso Katniss tenía que saberlo y si no lo sabía, ahora ya se lo había dejado claro.

Los tres días en Madrid sirvieron para reforzar su amor, sus sentimientos, pero no pudo decírselo allí, no era lo más sensato si quería hacer las cosas bien y no estropearlo todo a la primera de cambio, así que se volcó con Aida y salió bastante airoso, sin embargo, cuando se despidieron y tuvo que volar a Gales, dejó de dormir analizando todo lo que estaba pasando.

No paraba de pensar en ella lejos de él y también en su vida con él. Como en una película empezó a repasar sus años juntos, su creciente egoísmo con respecto a ella, porque la había convertido en responsable de muchas cosas: su vida, su felicidad, su estabilidad, su carrera... ella era el paño de lágrimas, la que lo contenía en medio del caos, su equilibrio, su lugar seguro, mientras él, completamente ensimismado en su oficio, se olvidó de cuidarla como se merecía, de escucharla, de quererla como era debido. Katniss parecía ser la fuerte y la autosuficiente de la pareja y aquello era muy cómodo para un tipo egocéntrico, posesivo y absorbente como él... era completamente consciente de ello.

Descubrir que un delincuente peligroso como ese O'Connell la había amenazado, era muestra de lo que confiaba Katniss en él. Cualquier mujer hubiese comentado algo, y cualquier marido en condiciones hubiese reaccionado, pero él ni siquiera se había enterado, ella no se lo había dicho, y supuso que él tampoco le preguntó nada al respecto. Pocas veces le preguntaba por su trabajo o por sus preocupaciones, así de claro, muy pocas veces, pero aquello no se volvería a repetir, nunca más, porque después de todo lo que había ocurrido, y con Aida en el mundo, no volvería a vivir exclusivamente mirándose el ombligo.

Ahora estaba en sus manos, sí, pero no le importaba. Si ella decidía dejarlo volver a su vida, estupendo, si por el contrario lo rechazaba de plano, pensaba aceptarlo sin rechistar. Ella decidía. Las dos, Katniss y Aida, estaban por encima de todo, su bienestar era lo primero, lo único que le importaba y acataría su suerte con buen talante fuera la que fuera, sin gritos, ni reproches, ni malos modos, nunca más. Si ella lo rechazaba, apretaría los dientes y respetaría su espacio, si aquella decisión la hacía feliz, él sería el primero en acatarla.

—¿Peeta? —Sintió la voz de Annie y se giró hacia la entrada de la casa con cara de pregunta—, estás aquí, genial. Perdona que abriera con mi llave pero ha venido la decoradora y no sabía si ya te habías marchado.

—No, me recogen dentro de una hora. Pasad.

—Hola, Peeta, soy Jennifer, la nueva decoradora de...

—Ya, ya lo sé, pasa, encantado —le extendió la mano, se la estrechó y le indicó las escaleras para que lo acompañara a la segunda planta—, no tengo mucho tiempo, solo he venido un par de horas a Londres y...

—No te preocupes. ¿O sea que quieres decorar la habitación del bebé y...?

—Sí, la habitación de mi hija y su cuarto de baño.

—Muy bien, ¿Cuánto tiempo tiene?

—Cinco meses.

—¿Y la queréis muy rosita o innovamos un poco?

—La quiero blanca y con madera natural, sencilla, puedes innovar con algún dibujo en la pared, había pensado en un mural divertido, con lluvia y un arcoíris... en los armarios aceptaré sugerencias, aunque me gusta el lila para los detalles, y el cuarto de baño con los sanitarios infantiles, pequeñitos, como los tienen Annie y Finnick, en lila también.

—Me parece muy bien.

—He estado mirando en Dragons of Walton Street, solo por Internet, pero he elegido algunos muebles, ropa de cama, etc. Luego te mando un email con lo que me gusta.

—Estupendo.

—Y lo más importante, lo necesito acabado antes de dos semanas.

—No hay problema.

—Me tienes anonadada —susurró Annie con una sonrisa de oreja a oreja y se acercó a un cuadro enorme, aún embalado, que estaba apoyado contra la pared—, ya veo que lo tienes todo clarísimo... ¿y esto que es?

—Lo he recogido esta mañana —le quitó el embalaje y lo giró para que lo vieran, se trataba de una foto enorme en blanco y negro de Katniss y Aida en Madrid. Las dos salían preciosas y era una de las cientos de fotografías que les había hecho durante su corta visita a España. Se la quedó observando unos segundos, con el corazón latiéndole muy fuerte en el pecho, hasta que notó el silencio que lo rodeaba y levantó la vista para mirar a sus visitas—, ¿habéis visto que chicas más guapas?

—Preciosas, Peeta, en serio... —Annie soltó una lagrimita y la decoradora la miró sin entender nada—, es muy bonito. Me encanta.

—¿Así que esta es la princesita?

—Sí, nuestra princesita, se llama Aida.

—Es guapísima.

—Igual que su madre... —suspiró y la miró a los ojos—, ¿podrás hacerlo?

—Por supuesto, ahora voy a tomar algunas medidas —asintió Jennifer y caminó hacia el cuarto de baño—, antes de dos semanas estará todo listo.

—Genial.

—¿Y el cuadro se queda aquí?

—No, el cuadro se queda conmigo, me lo llevo a mi habitación.

OportunidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora