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Este es el último capítulo, hay un epílogo. Pero este final a mí me dio mucha controversia... no sé como que todo fue muy abrupto pero así lo decidió la autora. Espero leer sus comentarios.

Capítulo 39

No volvería con él, vamos, jamás, masculló entre dientes, colgando el teléfono a su madre. Las palabras se las llevaba el viento, lo sabían, y tratándose de Peeta Mellark mucho más.

Miró hacia el Palacio de Justicia y observó el pequeño grupo con las pancartas de apoyo a Anne O'Connell. Lamentablemente no habían conseguido muchos apoyos por parte de la prensa, que estaba acostumbrada a quemar un tema de violencia doméstica en los primeros días del suceso para luego olvidarse de él de forma automática, así que solo tenían a unas cuarenta personas gritando y tocando cacerolas sin mucho revuelo, salvo el que estaban montando en plena calle Strand.

No había podido entrar a la vista porque no estaba ejerciendo en ese momento, pero sí había podido llegar a tiempo, con Aida y su madre, para pasarse la mañana montando un pequeño escándalo en el centro judicial del Reino Unido, el único lugar del país donde por casualidad podrían encontrar algunas cámaras y reporteros de tribunales interesados en su caso: el de Sean O'Connell, un asesino violento y peligroso, al que sus abogados querían sacar de la cárcel alegando esquizofrenia. Era vergonzoso y sin embargo, estaba pasando inadvertido por la opinión pública, algo que pretendía subsanar inmediatamente, aunque acabaran detenidas por escándalo público.

Cruzó la calle y se metió en medio de la manifestación. Había dejado a Aida comida, cambiada y a cargo de su madre en un hotelito de Notting Hill. Afortunadamente había optado por el hotel y no por la casa de Peeta en Chelsea, pensó levantando una pancarta, porque él, que le había confesado amor eterno por teléfono y luego aparecido dos días en Madrid a la carrera, entre rodaje y rodaje, para ejercer de padre amantísimo con Aida, ni siquiera se encontraba en Londres cuando ellas llegaron.

Se lo había dicho, lo habían comentado, hablado varias veces, pero él no estaba allí, ni en el aeropuerto, ni en el hotel, aunque había prometido solemnemente recibirlas y acompañar a su madre y a la niña mientras ella se iba de protesta, incluso llevarlas a su casa, pero no estaba y no estaba porque había perdido no sé qué vuelo, de no sé dónde, por culpa del trabajo, le dijo, o eso le quiso hacer creer mientras su amiga (o novia, no lo sabía bien) Rosaline Freeman asegurara lo contrario en Twitter.

Aquella mujer llevaba horas presumiendo de juerga romana en Corfú junto a su "chico favorito", Peeta Mellark, mientras él no cogía el móvil, ni respondía mensajes, hasta que llamó para informar que había perdido el vuelo y que no podría ir a Londres.

—Lo siento, Katniss, perdóname —le susurró todo compungido—, las llaves de casa las tiene Annie, id para allá y yo...

—No necesitamos ir a tu casa, tenemos hotel, muchas gracias.

—No es mi casa, es nuestra...

—Mira, corta el rollo, no me interesa.

—Oye, Katniss, que...

Y le colgó y se le partía el alma en dos. Por un instante, en realidad por unas semanas, había fantaseado con la idea de que aún se querían, de que podrían volver a intentarlo. Sus palabras de amor por teléfono y la forma en que se deshacía de ternura con Aida la habían conmovido lo suficiente como para replantearse su separación pero, como siempre, aquella actitud suya no era más que entelequia. Peeta no sabía vivir solo, la necesitaba y confundía aquello con amor, como confundía la paternidad con la idea de aparecer de cuando en cuando en Madrid para jugar con su hija.

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