🪶CAPÍTULO 4: Trescientos sesenta y cinco años🪶

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Calix sintió su cuerpo arder, era la misma sensación que provocaba el veneno de una bestia. El ardor aumentó, al sentir ser atravesada por una aguja.

Grito ante el dolor, pero no escuchaba su voz, era como si el grito solo estuviera en su mente. Se retorció bruscamente cuando su pecho ardió de la misma manera que sus venas. Su corazón comenzó a latir con fuerza y desenfrenadamente.

Y de pronto, todo dolor ceso, y fue remplazado por una sensación fría, como si su cuerpo hubiera sido sumergido en agua con hielo. Cada músculo de su cuerpo se fue relajando, sus sentidos despertando, percibiendo murmullos, pensamientos mezclados que comenzaban a ocasionarle migraña.

Intento abrir los ojos, pero sus párpados se negaban a obedecer su orden. No entendía qué pasaba, era como si su cuerpo solo reaccionara ante el dolor y no a su voluntad.

No sabía a donde estaba y eso le frustraba, lo único que recordaba era haber estado en el castillo, encerrada en su cuarto planeando como escapar, pero unos seres vestidos con túnicas invadieron su habitación antes de que lograra actuar, después de eso no hay nada.

¿A dónde se encontraba?, ¿estaba con Lucila?, ¿o con otras personas?, ¿Qué había pasado? Le dio ganas de golpear algo, porque siempre tenía que ser una damisela en apuros que todos quieren secuestrar por sus poderes, no los quería, se los daría con gusto si tan solo los pidieran de buena manera en ver de actuar tan descabelladamente al secuestrarla.

Definitivamente, tenía que ponerle un fin a esto, por Luz, por sus amigos. Ese último pensamiento le recordó que ahora los chicos estaban en peligro, porque estaba segura de que la buscaban. Tenía que escapar y encontrarlos antes de que fuera demasiado tarde.

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Las miradas de los arcángeles estaban sobre Jofiel, quien había sido obligado a regresar al paraíso.

—Cometiste un gran error Jofiel, traicionaste a tus hermanos, aliándote con un grigori —expuso Gabriel —rompiendo toda regla que nos rigen, y a causa de ello, con su ayuda provocaron un caos en la tierra.

—¿Provocamos? —pregunto con cierta ironía—. Parece que se han vuelto ciegos hermanos, o finge estarlo, porque hasta donde sé, Miguel fue quien coloco la última pieza para crearlo, dándoles el arma más letal para destruirse, y ustedes le ayudaron. No busquen hacer responsable a otros de sus errores, acepten que esta vez se equivocaron.

—Me parece que el mejor castigo, sería su exilio por unos siglos —propuso Miguel, ignorando las palabras de Jofiel.

—Mmm, me parece que eso no podrá ser posible —todos dirigieron su mirada a la puerta, en donde la naturaleza reposaba su espalda, con los brazos cruzados.

—Como te atreves a interrumpir o poner un pie aquí —luce molesto Uriel.

—Soy un ángel —recuerda la naturaleza.

—No, eres un grigori —remarca.

—¿En serio? —libera sus alas, dejando ver los glamurosas, brillantes y blancas que eran —. Parece que padre ha cambiado de opinión.

Los presentes lucieron confundidos. La naturaleza era un grigori, ¿Cómo era que sus alas eran blancas y no negras?, ¿Por qué su padre le había otorgado de nuevo el poder celestial?

—Vamos, tomen asiento —señala sus lugares, al estar de pie —les contaré una historia.

Todos lo contempla calculadoramente, en especial Jofiel.

—Todo empezó con la caída de algunos ángeles, los cuales llamarón grigori...

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Mi Secreto: Entre Luz y Tinieblas. (Libro III) ⭐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora