Desconfiansa

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Era miércoles por la noche, así que decidí ir al bar para despejarme un rato, olvidar lo malo y recordar lo bueno, al menos por unos segundos. Invité a mi compañero Luca para ver cómo había avanzado en el caso y cómo le trataba la vida. Más o menos, a las nueve y media de la noche, entró al bar, se sentó, miró al cantinero y como siempre, pidió un whisky. Ahí estábamos los dos, sentados. Hacía tiempo que no nos sentábamos disfrutando de la hermosa voz de Melisa. Impreso en mi memoria está que no hace mucho, su hermano fue víctima del Sodero, un asesino serial que bañaba a sus víctimas en soda, un loco, la verdad. Aunque mi compañero estaba algo callado, pude notar que disfrutaba del show y cuando al fin habló, sentí que algo faltaba o, mejor dicho, que algo no andaba bien. Parecía triste, vacío. Al principio pensé que era por su separación, pero por lo que me contaba, lo estaba tomando bien. Tal vez había descubierto mi secreto. Esa misma noche, después de un par de copas, agarré valor y decidí invitar a la hermosa Melisa a ir a mi casa, solo para pasar el rato. Era una chica hermosa que había sufrido mucho tiempo su pérdida; merecía un fin al sufrimiento, necesitaba volver a unirse con su familia. Hay veces que reflexiono si un asesino alguna vez se llega a sentir mal por las víctimas al robarles la vida, y entonces tomo una cerveza. Me quedo en silencio por unos segundos, miro el espejo de mi habitación. Sin opinarlo mucho, me doy cuenta de que es una pregunta tonta, una cuya respuesta sé muy bien. Pero después de analizar mis errores, me doy cuenta de la diferencia entre lo que hice estos días y en lo que creo. Simplemente, quería demostrar un punto, ayudar a las personas como siempre lo hice, con la diferencia de que esta vez, abrí los ojos, fui iluminado con la verdad. Siento que todas esas cosas que hice me guiaron hasta este momento en el cual pude contar mi punto de vista y dar una explicación a lo que pasó. Después de esa gran noche que pasamos en el bar, me despierto con la llamada de mi compañero. Lo noté reservado, hasta podría decir qué triste, como si quisiera decirme mil cosas, pero se las guardara. Solo dijo: "Ven ya para el Motel Quinzel" y me cortó. Ni siquiera un hola ni un adiós; básicamente me dio una orden. Dejé de darle vueltas al asunto, hice un café para llevar, agarré las llaves del auto, cerré el departamento y me fui hacia el motel. Al llegar, estaba lleno de gente, tanto policías como periodistas, todos mirando hacia la habitación doce, que ya era conocida tanto en la comisaría como en los medios. En esa misma habitación fue el último asesinato del Sodero antes de que mi compañero lo encarcelara junto a mí. Era un asesino serial loco que seducía a las personas y luego las llevaba a moteles o algún lugar privado, las violaba, después de eso las llenaba de soda. Era como su marca, algo así. Según él, era una forma de marcar lo que había sido un buen trabajo. Al llegar a la habitación, escuché a mi compañero decir que el Darch había atacado una vez más. Al entrar, ahí estaba su víctima, la hermosa chica del bar. 

Un Asesino MasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora