1. El cumpleaños de cierto muchacho infeliz. La parte bohemia de la familia

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Notas de la autora y advertencias: En esta historia se desarrolla una amistad y más adelante sentimientos románticos entre un personaje de 17 años terminando la secundaria y otro de 19 años (recién cumplidos) que empieza la universidad. Si bien no es una diferencia de edad muy grande, entiendo que a algunas personas le puede resultar problemática.

En este capítulo se sugiere depresión y deseos de morir por parte del protagonista. De acuerdo vaya avanzando la historia agregaré otras advertencias pertinentes. Si necesitan alguna de antemano, pueden comunicarse conmigo.

Las actualizaciones estarán disponibles todos los sábados! :)



El chico murió por primera vez un año atrás, el día que entró a esa habitación. Desde entonces creyó que no le quedaba nada que perder o echar en falta. Cuando Martina lo recibió en su oficina con una sonrisa breve e impersonal, supo que estaba equivocado.

El nombre del muchacho era Franco Semperi. Tenía dieciocho años y su abuela solía decirle que su vida apenas estaba comenzando. Sin embargo, recostado en la cama de sus padres con las manos entrelazadas sobre el estómago, rodeado de apuntes del examen que tenía que rendir el lunes, sentía lo opuesto de cualquier optimismo sobre el futuro.

Franco tenía los ojos cerrados, pero no dormía. No habría podido aunque lo hubiera intentado. Además su teléfono vibraba en la mesa de luz y definitivamente no se sentía listo para enfrentar las novedades de un mundo que se había seteado en modo difícil.

O jodido, para mayor precisión. Y no de la forma que un joven de su edad pudiera disfrutar.

"Joven", sí.

Pero también tan cansado.

Era viernes y todavía tenía puesta la camiseta gris vieja, los jeans azul oscuro y la camisa que vestía el día anterior, durante su visita al sindicato. Martina no había tardado en confirmar las malas noticias: el call center para el que Franco trabajaba no se había presentado a ninguna de las tres instancias de mediación para resolver el pago. A partir de ahora su caso ingresaría a juicio laboral y no cobraría su indemnización hasta dentro de un par de años.

Desde que regresó a su casa aquel día, Franco no encontró fuerzas para salir de esa habitación. Pasó la noche en la cama matrimonial en la que se refugiaba desde chico, cuando su cabeza apenas alcanzaba el picaporte de la puerta.

En ese entonces cosas buenas solían pasar a la mañana siguiente. Los problemas pesaban menos en la cabeza y -mucho más importante- en el corazón. Pero la vida adulta era... complicada. Sin soluciones inmediatas o sencillas. El dinero -la libertad y las dificultades que acarreaba- eran asuntos que no habían tenido mucha presencia en sus pensamientos durante su niñez y adolescencia.

Esas eran preocupaciones de adultos, de su padre y de su madre, quienes nunca tuvieron una discusión seria al respecto, al menos que Franco recordase.

Pero luego de la muerte de ella, cuando se vio obligado a emanciparse económicamente del doctor, todo estuvo.... sorprendentemente bien. Más que bien. Aunque no ganaba lo suficiente como para vivir solo, pagaba la facultad y su comida, podía salir de vez en cuando, comprarse un libro o dos por mes e insistía en pagar las facturas del servicio de Internet y de la luz.

Una ola de calor subió a sus mejillas al pensar que iba a tener que comentarle su situación al doctor. Decirle que lo habían despedido y que no le habían pagado. Que ese mes no podría cubrir los pagos de siempre.

El chico del yesoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora