LOS AÑOS

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Dos día después de llegar a la casa Matterazi Ana conoció a la verdadera familia Matterazi, o más bien a la familia completa, a Nicolas y Mariza los padres de Dante, y, a Carlo y Rogelio, sus hermanos menores.

Todos los hombres Matterazi se veían imponentes y desprendían un aura de seriedad.

Nicolas ya con sus setenta años, pero con su semblante loable aún impecable era el que destacaba más, si lo mirabas de cerca por mucho tiempo te intimidaba, y sus tres hijos de treinta y cinco, veintinueve y veinticinco años respectivamente, no se quedaban atrás, se veían como tres modelos, los tres con el mismo cabello azabache y los mismos ojos azules cual agua marina, tan parecidos pero tan diferentes y sin embargo todos perfectos; y sin embargo ninguno opacaba a Mariza con sus ojos grises y cabellos rubios cenizos que disimulaban sus canas y sus cincuenta y ocho años de vida.

Ana contemplo la belleza de cada uno de ellos y pese que ella estaba esperando el más profundo de los rechazos, no fue así, muy por lo contrario todos se veían muy felices y la trataron muy bien.

Y es que la Familia Matterazi no era de prejuicios, nunca ninguno de ellos miro mal al otro o envidio lo que tenían, todos había crecido creyendo indispensables solo dos cosas: la primera, la familia; y la segunda la inteligencia.

Así crecieron los tres hermanos, unidos por un amor fraternal que los anteponía a ellos y a sus padres ante todo, creyendo el uno en el otro y formando ideas de negocios desde muy pequeños que luego pondría en práctica con ayuda de su progenitor.

Y así cuando crecieron cada uno tomo su camino hacia el éxito, pero nunca se abandonaron el uno al otro y mucho menos a sus padres, siempre que podían viajaban de vuelta a la casa donde crecieron y no había día festivo en que ellos y sus familias en el caso de Carlos y Dante no estuvieran presentes.

Esa era la esencia de los Matterazi, la lealtad, la familia y el amor ante todo y los dos muchachos que se casaron encontraron mujeres con esa misma esencia.

Es por eso que cuando Dante les dijo que Lorena no podía tener hijos nadie la juzgo, todos le brindaron su apoyo, en especial Mariza y Rebecca la esposa de Carlo, siempre estuvieron junto a ella, repitiéndole una y otra vez que no tenía culpa de nada y apoyando plenamente su idea de la adopción.

Los hijos, si los crías bien, y le inculcas amor y lealtad, incluso si no llevan tu sangre, siempre, serán tus hijos—. Eso era lo único que había dicho Nicolas cuando Dante le había mencionado la adopción.

Y cuando Lorena y Dante hicieron la misma reunión familiar para presentarle a Gabrielle años atrás, Dante puedo ver como su padre acariciaba el mentón del niño y sonreía. —Tú eres de los listos— le había dicho y pese a la severidad y mirada astuta que Nicolas siempre mostraba, cuando se trataba de sus niños él era más dócil.

...

Mariza y Nicolas estaban felices cuando conocieron a Ana, esa niña que apenas sonreía emanaba un aura que calmaba bestias, que apenas la mirabas y no podías odiarla, era tan tierna, que cuidarla era el único sentimiento que provocaba, parecía una muñeca de cerámica tallada a mano por el mismísimo Miguel Ángel, sin duda su hijo Dante ya no solo tenía un ángel, sino también a una muñequita perfecta a su cuidado.

Ana comenzó a gustar de la visita de sus "abuelos y tíos", ellos la trataban tan bien que se sentía, de nuevo, parte de algo pero estaba vez mucho más grande.

Mariza más que nadie estaba emocionada, ella siempre fue una mujer cariñosa y pese a haber tenido tres hijos varones saludables nunca pudo tener una niña, pues después de dar a luz a Rogelio ella había tenido complicaciones y debido a eso le quitaron su útero; y aunque Carlo tenía dos gemelas — Bella y Eliza– con su esposa Rebbeca, ellos se habían mudado a Alemania poco después de su matrimonio por motivos de trabajo y solo viajaban a Francia en ocasiones especiales como aquella.

Es por eso que Mariza estaba especialmente feliz de tener una nieta y un nieto a los que ella y Nicolas pudieran visitar cada fin de semana, unos que viviera a menos de treinta minutos de su casa.

—Eres muy linda, cariño, debes comer mucho para mantenerte así— Mariza le peinaba los bucles marrones a Ana que estaban volando a su rostro con el viento.

—Eres como una muñequita— añadió Rebecca pellizcando una de sus mejillas.

— Sí, eso lo sacaste de mi — Dijo Rogelio guiñándole un ojo, él aunque no parecía siempre era tan despreocupado, tan bromista, y es que el menor de los cuatro pese a que a sus veinticinco años ya dirigía una editorial bastante exitosa, parecía no estar madurando en lo absoluto.

— Dios libre a mis hijas, a Gabrielle y Ana, es más a todos los niñas de mundo de tener algo tuyo— todos rieron al comentario del segundo hijo de los Matterazi, Carlo de veintisiete años, dueño de una empresa de envíos aéreos con su sede en Alemania, siempre fue el hermano más serio, pero nunca perdía la oportunidad de molestar a su hermano menor.

—Concuerdo, y es que es él único que nos salió feo— Dante soltó el comentario como completando lo que dijo su hermano Carlo y ambos chocaron los cinco como dos adolescentes, mientras Rogelio los miraba enfurecido.

Mariza había extrañado tanto a sus niños — Nunca eduquen así a sus hijos— dijo mirando a Rebecca y Lorena fingiendo decepción. Ella también nunca perdía la oportunidad de molestar a sus niños.

—Esta lista cariño, ahora ve y come mucho.

—Lo hare señora Mariza— Ana respondió entre risas, había notado que Gabriele los llamaba abuelo y abuela, pero sintió que tal vez ella no tenía aun ese derecho.

Mariza sonrió suavemente y acariciando sus mejillas le dijo —Nada de señora, debes decirme abuelita o me enojare mucho. Eres una Matterazi ahora cariño, y lo serás la vida entera— Rebecca le dio un beso en la coronilla por encima del cabellos y le sonrío.

Ana sentía como sus ojos se cristalizaban, ella era su abuelita... No aquella que había intentado matarla...era ella, Mariza la que le había quitado los cabellos del rostro y le había besado, como si fuera su misma sangre la que corriera por sus venas.

— Sí, abuelita— Ana lo dijo fuerte y abrazo a Rebecca tal y como lo hizo con Lorena y Dante cuando llego a la mansión y ante tal escena de cariño todos sonrieron, incluso las gemelas con tres años de edad parecían sonreír al notar la alegría de todos.

Al final del día se abrazaron unos a los otros, despidiéndose entre ellos y despidiendo ese día tan maravilloso, donde habían agregado un integrante más a la familia.

...

Los años, pasaran y aunque no se llevan el dolor, pronto lo calman— Nicolas acaricio la mejilla de su recién conocida nieta y sonrío —Estas aquí cariño, con tu familia y veras como los años pasan pronto y calman el dolor por completo.

Nicolas se había sentado junto a Ana mientras sus hijos discutían sobre sus negocios, él había sentido cierta pena en ella, pese a que ella sonriera casi el día entero, y aunque lo hacia de corazón, él con sus largos años de experiencia sabia que aún le dolía el alma y Nicolas no permitiría que su nieta, porque ahora era su nieta, le doliera absolutamente nada sin hacer algo al respeto.

—Te queremos aquí, te queremos la vida entera— Nicolas le dio eso Ana en voz alta sintiéndolo desde el fondo de su corazón, porque al igual que le había pasado con Dante, él ya sentía que esa niña era parte de si, desde que la vio y agradecía a su hijo y a su nuera ser tan generosos y salvar a aquella pobre alma dolida.

—Te quiero, abuelito. Los quiero a todos— dijo mirando a los demás que habían quedado parados uno tras otro para observar al gran Nicolas Matterazi siendo dócil. —Gracias— dijo, esperando que sintieran todo el amor que quiso expresar en esa sol apalabra.

Y las risas y abrazos de luego, fueron algo que Ana disfrutaría siempre.

Algo que Ana recordaría como un sueño cuando la vida volviera a ser una perra con ella...

ADORO-  El diario de AnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora