CAPÍTULO. -2

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CAPÍTULO- .2

Miré detrás de la ventanilla, las nubes blancas, eran como grandes algodones, su calidez y suavidad que aparentaban, dejaban en mí, la sensación de recostarme, y sentir el aire fresco de esta altura.

-Hemos llegado –informó mi padre, con los ojos llenos de felicidad, con la alegría abundando en su alma, una nueva experiencia, un nuevo futuro y un nuevo camino.

Cuando el avión aterrizó, sentía la necesidad de empujar a todos y salir corriendo, ver el nuevo lugar donde quedaba pasar los próximos años, las nuevas calles, comidas y personas pasaron por mi mente, una nueva manera para dejar mi pasado atrás, aunque: donde sé que vayas, no importa lejos o cerca, el pasado siempre estará contigo, a veces es lindo, a veces es catastrófico, pero solo es eso, solo es pasado, vive el presente, vive el futuro.

-Vamos, Darían – dijo mi padre. Tomé mi mochila color rosa, y la guindé en mi espalda, el aire de Nueva York era fresco, había cierta claridad en sus cielos, quizás por la contaminación no veía más que un cielo medio gris, bajé por los escalones, vi a las personas rencontrarse con sus seres queridos, a viejos abrazando a sus almas gemelas, tomados de la mano, jóvenes riéndose por el teléfono por alguno que otro meme o conversación perdidas en aquella caja tecnológica. Mi padre tomó de mi mano, y con su espléndida sonrisa dijo:

-La gran manzana nos espera –sonreí. Cruzamos las puertas de cristales. Algunos comparaban los aeropuertos como la parada en el infierno u del cielo, suena extraño, pero para mí lo era, o no tanto, los accidentes aéreos, las tristes despedidas de las personas, las pérdidas de maletas y extraños reencuentros de almas gemelas que la distancia destruyó, las llegadas de nuevo al lugar que muchos quisieron decir adiós, o las huidas que se dan, debido a la sociedad o por ir tras tus sueños, eso eran los aeropuertos, puertas de tu felicidad o puertas de tus desgracias.

Miré el reloj pegado a la pantalla que indicaba los próximos vuelos, eran las cuatro cuarenta y ocho de la tarde, arrugué las cejas, y miré mi teléfono, la señal estaba cancelada, y creo que era porque no tenía el mismo registro, papá llegó con las maletas. Miré las despedidas y los regresos, miré a las personas con lágrimas en los ojos y rizas cruzadas en sus rostros. Recordando el día que mi madre decidió dejarnos, por ir por sus sueños, la última vez que la vi fue hace diez años, cuando se graduó de la universidad de Harvard...

-El taxi nos espera –habló mi padre, dejando concentrar a mi mente en lo que estaba pasando y dejar los recuerdos.

Las calles de Nueva York eran alegres, posters llenos de anuncios comerciales, personas de cualquier género, siendo completamente libres sin ser juzgados por la sociedad, almas llenas de esperanzas sin sufrimiento a pesar de lo que muchos hablaron, ancianos caminando con la sabiduría y enseñanza de la vida que aprendieron por tantos años, niños cuidados por sus nanas, ya que sus padres no estaban presentes, las calles grandes de Nueva York dejaban mucho que hablar, una inmensa ciudad con millones de oportunidades, una ciudad en la que todos se aceptaban por quienes eran y no por lo que poseían, mentes libres y soberanas, espíritus con virtudes y sueños sin limitarse, aunque también, personas estresadas por ser despedidos de sus empleos, cafés cargados para aquellas personas que llevaban días sin dormir por complacer el contrato firmado por el explosión de sus jefes, vidas sometidas a la desesperación humana, como peces en el mar tratando de escapar de su cazador, eso era también, sueños que no siempre se cumplían pero con la certeza en alto, de que en algún momento llegarían cosas nuevas...

-¿Estás bien, Julie? –preguntó mi padre, simplemente sonreí. Pero en mis ojos se notaban claramente la tristeza cayendo en mis pupilas, el sufrimiento de recordar ciertas cosas que arruinaron mi niñez...

-Mira –señaló mi padre. Un gran edificio, ventanas grandes, plantas altas en la entrada del lobby del hotel, esos hoteles que cualquier persona desearía vivir, con las vistas a la gran manzana, las mañanas frías o calurosas, los rayos del sol saliendo, y mirar tu gran horizonte. –Compré un departamento –sonreí.

Miré el gran letrero: The michelangelo. Al entrar pude mirar los detalles de las paredes, un medio había algo que parecía un asiento, tanto que en la parte de arriba estaba adornada de flores rosas, tenía cierta arquitectura deslumbrante, los barandales de las escaleras parecían hechas de oro recién encontrado, una larga alfombra roja cual carmín, era increíble, como los lugares eran distintos, cada ciudad tenía su encanto, su propia estructura, su propia clasificación de pasión.

-Buenas noches –dijo la Srita del lobby, una peli oscura de grandes ojos verdes, tez morena y una sonrisa inigualable. -¿El Sr. Martí? –le preguntó a mi padre –La llave del departamento –le dio el juego de llaves color dorado –Y ahí está la del ático.

Al subir por el elevador, sentí algunos palpitares, era hora de decirle adiós a mi pasado, era hora por fin, de ver mi nuevo hogar con nuevas luces, con nuevas esperanzas, había dejado todo atrás, viejas amistades, y viejos momentos –Te va ha encantar –dijo mi padre. Miré el largo pasillo, paredes azules claras, y cuatros de tamaños sorprendentes, flores en los pequeños estándares a lado de las puertas, y miré, el 356, la puerta blanca, mi padre tomó la perilla, y al abrirla miré cada rincón del departamento, paredes altas color hueso, ventanas victorianas, acompañadas de cortinas largas color marrón, una sala completamente decorativa y la cocina al fondo, con cajoneras negras y una nevera incluso más grande de la que teníamos en buenos aíres, habían aproximadamente tres habitaciones, la mía estaba al fondo, una las puertas blancas con perillas color oro, caminé hasta ella, quedando atónica con lo extensa que era, tenía un pequeño balcón, la cama eran grande, el armario era color negro como la noche, y un televisor en la parte posterior de la habitación, un tocador cerca de la puerta del baño, dentro de él, había un espejo enorme, una ducha grande y las repisas eran blancas.

Nota de la autora:  No olvides votar. Tqmmm.

Las calles de Nueva YorkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora