Día 2 Parte 3

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Desperté al cabo de un rato. El perro seguía a mis pies, acurrucado, y me sentí aliviado una vez más por tener compañía después de todo este tiempo. Tras el descanso, era hora de decidir hacia dónde me iba a dirigir, puesto que el combustible no era ilimitado. Necesitaba localizar algún puerto cercano donde pudiera repostar o conseguir más suministros. Aunque me encantaría quedarme en el barco, probablemente tendría que abandonarlo pronto.

Al final, decidí que Motril sería mi destino. Era la siguiente opción en la costa, y solía veranear allí, así que contaba con la ventaja de conocer el lugar. Me orienté con el GPS, activé el piloto automático y ajusté la velocidad de crucero. El barco se encargaría de la navegación durante las próximas horas, mientras yo trazaba un plan sobre cómo avanzar y, de paso, conocer mejor a mi nuevo amigo.

Sumido en mis pensamientos, un molesto pitido me sacó de mi ensueño. La alerta de colisión se activó y el piloto automático se desconectó. Me abalancé sobre los controles y vi un navío a la deriva. Comencé a girar hacia estribor para evitar un impacto directo. Logré esquivar el choque, pero no pude evitar un roce que causo una pequeña brecha en el casco de mi barco. Detuve el navío y, asustado, me dirigí a la bodega para comprobar el daño. Por suerte, no había sido suficiente para provocar una filtración de agua, respiré profundamente aliviado y volví a cubierta. De haberse producido un daño grave, habría tenido que abandonar mi viaje por las aguas del Mediterráneo antes de lo que me habría gustado.

Una vez en cubierta, me quede mirando al otro navío: un velero de lujo, bastante grande, que estaba a la deriva. En su estado no parecía que fuera a durar mucho, quizás una semana, un poco más, probablemente.

Tentado por la idea de encontrar suministros, me armé con mi arpón, un par de virotes y mi traje de buceo. Sujetar el arpón me hizo sentir como un soldado de operaciones especiales, poderoso. Sin embargo, al ver mi reflejo en el cristal de la puerta, la cruda realidad me golpeó: me parecía más a un espermatozoide negro con un arma que a un soldado.

Deshice mis pensamientos absurdos y me preparé para abordar el velero en busca de mas comida y útiles. Con el arpón a la espalda, un cuchillo, la mochila y una linterna en una bolsa de plástico, salté al agua y comencé a nadar hacia el velero. El agua estaba tan fría que pensé que iba a morir de un infarto. La idea de ser devorado por un pez enorme me empujó a nadar lo más rápido posible.

Al llegar a la parte trasera, me agarré a las escaleras y, en un instante, estaba de pie en la popa. Permanecí en silencio, tratando de escuchar algún sonido que me ayudara a saber si corría peligro. Sin embargo, no escuché nada. Sabiendo que el velero se alejaría cada vez más de mi barco, comencé a caminar hacia la puerta que daba acceso a las estancias. Con la mano sobre el pomo y un suspiro para disipar mis miedos, abrí la puerta y, de inmediato, un hedor espantoso me recibió.

Disgustado, con una mueca de asco, accedí al velero y comencé a caminar. A medida que avanzaba, la oscuridad se hacía más presente. Saqué la linterna de mi bolsa y, el ruido que hizo, atrajo la atención de algo que me resultaba muy familiar. Escuché ese gemido que me heló la sangre y me dejó paralizado por un instante.

Sumido en el pánico, volví hacia la puerta y la empujé bruscamente para salir a cubierta. Corrí hacia las escaleras y me detuve un segundo para doblarme sobre mis rodillas y recuperar el aliento. Mi corazón latía con fuerza y me estaba quedando sin oxígeno por el terror que sentía.

A mis espaldas, un fuerte golpe resonó: la puerta que había dejado abierta fue empujada y se estrelló con fuerza al abrirse completamente. Una figura de una mujer de avanzada edad, con la cara pálida, venas azules y ojos blancos como de cristal, emergió de la oscuridad del pasillo. Con un agujero negro rodeado de sangre oscura donde una vez hubo una boca, comenzó a gemir, levantando los brazos en un intento de atraparme.

Invadido por el terror, traté de alcanzar mi arpón, pero se enganchó en mi mochila y, entre el pánico y la prisa, no lograba desenfundarlo. La mujer se abalanzó sobre mí; caí de espaldas, a merced de la no-muerta.

Ella cayó sobre mí como una roca, tratando de morderme la cara. La sujeté con ambas manos de los hombros, empujándola hacia atrás mientras gritaba como un loco para deshacerme de ella. Los segundos se sentían eternos. En un momento de lucidez, recordé que llevaba un cuchillo en el cinto. Con una mano, la tomé por el cuello y, usando toda mi fuerza para mantener su boca apestosa alejada de mi cara, alcancé mi cuchillo con la otra. Comencé a apuñalar su cuerpo, pero no se inmutó. Así que le asesté un golpe fuerte en la cabeza con el cuchillo, lo que la hizo tambalear hacia un lado lo suficiente como para que pudiera empujarla.

Al intentar levantarme, la maldita mochila se enganchó en algo y no podía reincorporarme. En ese instante, otros dos no-muertos salieron por la puerta. Miré hacia mi izquierda y vi que la mujer comenzaba a reincorporarse. Estaba a segundos de ser devorado por tres de ellos, y no podía hacer nada al respecto.

52 DíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora