Doña Lina era la mejor amiga de mi madre, vivía a unas cinco veredas de la nuestra. Por la enorme planta de jazmín que tenía en la entrada, la suya era conocida como "La casa de los jazmines".
Sus múltiples flores perfumaban la zona en primavera, pero además era un punto de referencia, un dato de orientación: al lado de..., enfrente de..., pasando la... "casa de los jazmines".
Lina era delgada y alta; una señora "siempre bien arreglada", como decía mi madre. Tenía ojos negros, cejas finas y ondulado cabello corto teñido de color caoba.
Nosotros la queríamos mucho, era muy cordial y generosa. Recuerdo que cuando nos mudamos, fue la primera vecina que se presentó para darnos la bienvenida, actitud que nos complació mucho.
Habían pasado cinco años desde la partida de mi padre. Los intensos recuerdos no le permitían a mamá recuperarse del todo en aquella vivienda tan grande de la que jamás volvió pisar ese fondo con huerta que él, su amor, cultivaba.
Supimos que Lina había enviudado hacía un poco menos y que vivía con sus dos hijos: Franco y Elizabeth.
Franco era operario de una fábrica textil que quedaba cerquita. De tal modo, Lina tenía el placer de almorzar y estar con su hijo un par de horas al mediodía.
En cambio, Elizabeth se había recibido de contadora y trabajaba más lejos, en una empresa de telecomunicaciones.
Intuyo que este tipo de circunstancias tan penosas para ambas fue lo que las había acercado y unido.
En realidad, era Lina quien la visitaba más, puesto que a mi madre no le gustaba mucho ser "visita". Su argumento constante era: "no quiero molestar".
A mamá le complacía más recibir y, para eso, se organizaba: a mis tíos y primos los esperaba los domingos, a alguna vecina del antiguo barrio, los sábados, y cualquier día de la semana, por la tarde, a su amiga Lina.
Ellas se pasaban horas charlando de sus vidas, de los anhelos que tenían para sus hijos, de sus pesares y se reían a carcajadas sabe Dios de qué anécdotas.
En esa época, mi hermano y yo trabajábamos en el centro. Nos enterábamos de lo estupendo que lo pasaban juntas cuando teníamos alguna licencia por gripe o por estudio; también en los francos o los feriados.
De todos modos, cuando regresábamos por la noche, sospechábamos de su visita por el aroma a jazmín y el ramito contenido en un recipiente de vidrio. Lina regalaba sin reparos, y hasta con orgullo, una plantita o un par de jazmines a quien se lo pedía ya some.
Era además una excelente cocinera. Su exquisito flan casero y sus jugosas empanadas santiagueñas los compartía a menudo y no solo con nosotros, dejando al trasluz su generosidad.
En particular, yo admiraba de ella su sonrisa resplandeciente. Era como si nunca se enojara ni tuviera problemas, penas o preocupaciones.
"¿Cómo hace?", Le preguntaba yo que andaba tan agobiada a mi madre.
"¡Si supieras, hija, si supieras!", Me respondía ella.
Entonces, no indagaba más y respetaba sus confidencias.
Sin duda, doña Lina, como la llamaban los chicos, ha sido una más de la familia y la "hermana del corazón" que tuvo mamá por mucho tiempo.
La convocábamos para los cumpleaños, en los que estaban presentes ella y sus hijos y para las Fiestas de Fin de año y Navidad.
La semana pasada, finalmente se vendió nuestra casa. Después de cerrar la operación en la escribanía, combinamos en acercarnos para visitarla por última vez.
Hecho eso, antes de volver a subir al auto y sin decir una palabra previa, caminamos hacia la casa de los jazmines.
Estuvimos unos minutos en forma discreta. Sabíamos que tenía nuevos dueños.
Con desazón, vimos que ya no estaban los jazmines. Habían levantado un techo y en su lugar estaba estacionado un auto.
"¡¡¡Noooo !!! ... ¿Y la planta?", Exclama casi gritando.
Mi hermano me agarró del brazo y me pidió con cariño que nos fuéramos.
"Sí, vámonos pronto, antes de que se nos vayan de acá tu adolescencia y mi juventud", le respondí apesadumbrada.
Ayer me enteré por los nuevos dueños del que fue mi hogar que cada ramito y cada plantita llevaba un atadito con algo de dinero para la gente que no llegaba a fin de mes.
ESTÁS LEYENDO
Antiheroínas
General FictionObservadora sutil de rutinas, manías y hábitos, Silvia Pereira nos presenta Antiheroínas, una obra que desliza lo que se expone y lo que se encubre. Bajo el atinado subtítulo Mujeres que proceden, sus fascinantes y misteriosas protagonistas humaniza...