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Las noches eran frías y algo lúgubres en esa vieja residencia. Su imágen estaba opacada por cientos de rumores sobre asesinatos o misterios indescifrables, pero aún así, Akaashi se negaba a no reclamar lo que le fue dejado como herencia por uno de sus familiares.
Esa casa, por muy extravagante que fuera, era de su propiedad ahora y para él era un honor vivir allí. Le fascinaban las antigüedades y demás cosas, sentía que lo transportaban a aquellas épocas pasadas que tanto admiraba. Vivir en un lugar como ese era un sueño hecho realidad, pero también acarreaba consecuencias.
Como no podía poner electricidad aún, tenía que pasearse con velas por todos los rincones de la casa y eso era justo lo que estaba haciendo en estos momentos. El fuego que emanaba no era muy potente pero era mejor que andar a oscuras.
Solo iba a buscar uno de sus tantos libros con los que estudiaba, pero no pudo despegar la vista del reflejo de aquel alargado y extraño espejo que yacía en una de las paredes. La silueta de un hombre lo observaba y, al darse vuelta, la realidad le pegaba un golpe a la fantasía que creyó ver desvaneciendo la figura como si nunca hubiera estado alli.
¿Era esto una especie de broma o simples delirios por falta de sueño? ¿Leer tantos libros ya le atrofió el cerebro?
A pesar de ya haberlo dejado pasar, seguía pensando en esa silueta y su penetrante mirada carmesí. Nunca había visto algo similar. Le provocaba terror y curiosidad a la vez, debatiéndose si volver a mirar a través del espejo o irse de ese maldecido lugar.
Los nervios lo impulsaron a cubrir el maldecido objeto con una sábana y dejar toda sospecha pospuesta para mañana, el sueño ya no lo dejaba pensar coherentemente... Pero cuando apenas iba a largarse, la tela calló detrás de si, llamándolo a observar nuevamente el distorsionado reflejo.
Ven conmigo.
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