1

32 0 0
                                    

Cuando había llegado, la noche anterior. Había dormido como nunca antes, a pesar de la tierra y el polvo que impregnaban el aire con un olor a rancio. Al amanecer tomó la escoba, era muy antigua, hecha con paja amarrada a un palo, y barrió una y otra vez el polvo, pero este parecía aferrarse al piso. Había intentado arrancar las hierbas que envolvían a la cabaña y le daban una apariencia amenazante, pero estas parecían haber echado raíces dentro de los tablones. Quiso aceitar las puertas, pues cada vez que estas se agitaban con el viento rechinaban haciendo que se le erizara la piel. Tratar de hacer más amena la cabaña parecía una tarea casi imposible, pero él estaba aferrado a esta de una manera inexplicable. Tal vez, porque el estar ahí le traía a su mente buenos recuerdos.

La última vez que había estado ahí había sido hace 15 años, cuando había hecho el último viaje con sus padres, poco tiempo después ellos habrían terminado con un matrimonio, siendo unidos por él, quien en aquel momento tenía 11 años. Claro que su padre había regresado, la cabaña no había sido abandonada durante tanto tiempo.

Ellos se habían conocido en la facultad, su padre, Benjamín, había estudiado arquitectura. Su madre, Aurora, estudiaba derecho. La cabaña fue diseñada por Benjamín como proyecto final para su carrera y con el dinero que Aurora había ganado en su primer trabajo en un buffet de abogados decidieron construirla juntos. Cuando terminaron, después de 2 años de inversión y esfuerzo, concibieron a Rodrigo en el piso de la cabaña. Él pudo no haber sido el único hijo que ambos enamorados pudieron haber tenido. Intentaron tener hijos por varios años, pero Aurora siempre terminaba abortando a sus casi hermanos, pues al parecer ellos nunca lograban desarrollarse correctamente en su vientre.

Cuando Rodrigo nació, tras 9 meses de desgastantes cuidados y constantes visitas al médico, parecía que ahora serían una familia feliz y que sería así por siempre. Lo amaban, tal vez más de lo que se amaban ellos. Claro que no negaban el amor que se tenían el uno para el otro, pero Rodrigo siempre los mantuvo juntos, sobre todo cuando lo vieron tan débil.

A la edad de 1 año los doctores le habían detectado una enfermedad en los huesos. Decían que sus huesos no crecerían de una manera correcta, que no podía absorber la vitamina necesaria para que sus huesos fueran normales. Creció con ciertas deformaciones, sus piernas se encorvaban hacia adentro, le dolía caminar y frecuentemente se fracturaba. No fue hasta ese viaje a la cabaña, que él se sintió, inexplicablemente, sano, fuerte, por fin pudo correr y saber lo que era caminar como lo hacían los demás. Pero esto trajo, de manera igual de inexplicable, la ruina del matrimonio de sus padres.

Cuando por fin terminó de limpiar la cabaña tomó su ropa, la llevaba en una gran maleta, y la acomodó en el ropero que había comprado de camino hacia la cabaña. Paró en una tienda departamental para comprar comida, agua, alcohol y cigarrillos entre otras cosas. Él no pensaba permanecer mucho tiempo ahí, pero de verdad creía necesitarlo, ahora era un hombre de 26 años y tras la repentina muerte de Aurora hace 11 meses y la desaparición de su padre hace 13 años necesitaba un tiempo donde distraerse, donde meditar y centrar sus ideas para sus nuevos relatos. Su último libro había sido un éxito en ventas, la gente amaba sus escritos, incluso se rumoraba que algún día conseguiría un best seller, pero desde el paso de su madre a la otra vida (si es que de verdad existía una) había tenido un enorme bloqueo, ninguna palabra se escribía en las entrañas de su imaginación, toda historia que pudiera escribirse se esfumaba ante vagos discursos imaginarios y mediocres. Toda idea aterradora, como sus escritos, era perdida en el olvido justo antes de que pudiera anotar siquiera una parte. Su frustración era enorme cuando esto pasaba. Fue hace 2 semanas que decidió regresar, no sabía por qué eligió ese lugar, sabia que su padre había regresado algunas veces tan solo a dar mantenimiento, los lugareños lo mencionaron cuando llegó al pueblo, que se encontraba a unos kilómetros de la cabaña, todos recordaban al Arquitecto, como le habían apodado. Tenia dinero de sobra, cortesía de sus publicaciones, podía elegir cualquier sitio para concentrarse, pero era como si la cabaña lo hubiera llamado, tal vez porque ahí, de alguna manera, sabía que sentiría el cálido seno familiar que tanto le hacía falta desde hace años, pues, aunque su madre lo amaba, después de que su padre se fuera se sentía incompleto. Sus huesos ya no estaban fracturados, pero su corazón se rompía cada vez que observaba los ojos rojos por las lágrimas de su madre. Aunque, sin saber por qué, él creía que el llanto de Aurora no era por la ausencia de Benjamín.

GritoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora