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Parado fuera de su habitación, vio una pequeña silueta, la cual se iluminó por un rayo que escupió la tormenta. Se iluminó y pudo observar una figura esbelta, de no más de 1.20 metros, Era un pequeño niño, la cabaña había sido iluminada por no más de un segundo, pero eso bastó para observar la mayoría de los detalles que convirtieron a un simple niño, que ya su presencia era inexplicable, en un ser aterrador. En lugar de ojos había dos huecos, por los cuales se supuraba un líquido blanquecino, uno de ellos estaba lleno de insectos. Carecía de labios, en lugar de eso tenía visibles los dientes y de sus encías salía sangre que escurría hacia su cuello. No tenía playera, se marcaban los huesos de sus hombros y todas sus costillas, pues parecía como si no hubiera comido en toda su vida. Imaginó que los huesos de su cadera serían igual de visibles si no estuvieran cubiertos por un pantalón rasgado, que tal vez en algún momento había sido azul, pero ahora parecía de un color entre café y gris. Sus piernas estaban dobladas en una posición casi inhumana. Las uñas de sus manos y sus pies eran largas, parecían garras llenas de tierra y algo que parecía ser sangre, tal vez alcanzaban un largo de algunos centímetros.

Todo eso logró observar con tan solo unos segundos, tal vez por la adrenalina, pero quiso creer que añadió unos detalles debido a su imaginación de escritor (¿Por fin estaría despertando?). La silueta permaneció inmóvil unos segundos, observándolo. Aunque no tenia ojos, o no parecía tenerlos, sentía su mirada, penetrante. Lo veía directo a los ojos igual como él intentaba hacerlo.

De un momento a otro, la figura se movió, parecía como si fuera a atacarlo, pero en lugar de eso salió corriendo a toda velocidad de la cabaña, dejando la puerta abierta. Rodrigo corrió inmediatamente detrás de la cosa para cerrar la puerta detrás, echó candado y bloqueó el paso con un antiguo baúl, la mesa y una silla. Su corazón estaba latiendo como nunca antes. Estaba asustado y el sonido de la tormenta y la oscuridad de la cabaña solo lograban asustarlo aun más. Quería escribir, no sabía cómo ni qué. No sabia por donde iniciar, pero quería escribir, aunque sabía que no era buen momento para hacerlo, pues esa cosa podría regresar en cualquier momento. Puede incluso que lograra entrar por otra parte a la cabaña o simplemente aparecer de nuevo ahí, tal como ya lo había hecho. Era ilógico, por meses no había conseguido escribir ni una maldita línea y ahora que tenía la mejor inspiración que jamás conseguiría no podía escribir.

No fue hasta unos minutos después de haber encendido hasta la ultima vela (como si las velas lograran protegerlo de aquello) que escucho el más fuerte y desgarrador grito que jamás había escuchado. Venía de afuera y al mismo tiempo parecía que lo tenía dentro de la cabeza. Parecía que las paredes de alguna manera habían conseguido hablar y su manera de comunicarse era gritando una y otra vez. El grito parecía ser de una mujer. Tal vez alguna lugareña se había topado con esa cosa, tal vez solo la había visto o tal vez aquel horrible ser había decidido alimentarse con carne fresca (¿Por qué no lo habría devorado a él?).

Al cabo de unos minutos los gritos fueron sustituidos por llantos y quejidos sumamente penetrantes. Al menos ya no había gritos. Estuvo escuchando los llantos por alrededor de una hora. Tiempo suficiente para cubrir todas las entradas y salidas de la cabaña. Se había asegurado que no quedara ni un solo hueco por el cual pudiera entrar nada, ni siquiera una rata.

Fue en ese momento que sintió su cuerpo muy cansado, intentando ignorar los sonidos de afuera, tomó la escoba y la rompió en dos, dejando un palo con una punta afilada de un extremo y amarró un cuchillo al otro extremo, patética arma y ni siquiera sabía si aquello lograría dañar a aquel maléfico ser, pero al menos se sentía un poco más seguro. Caminó a su habitación, se metió entre las cobijas e intentó dormir un momento, pues sentía que necesitaba dormir. Tal vez todo era imaginario, tal vez en verdad se había bebido las botellas de vino y su mente le estaba jugando una mala broma. Pero nuevamente comenzó a escuchar los gritos. Cada vez más desgarradores. Duraron horas. Es increíble la capacidad que tiene la mente de acostumbrarse a las situaciones más extremas, pues a pesar de que el terror lo había invadido, los gritos llegaron, de cierta forma a parecerle un poco fastidiosos. Seguía sintiendo la necesidad de dormir. Dormir profundamente, estaba muy cansado, no sabía por qué, pero de verdad quería descansar. así que decidió tomar media pastilla para dormir, no sabía si era una buena idea, pero también creía que durmiendo lograría ignorar los quejidos y gritos del exterior.

Obviamente no lo consiguió, cada vez que parpadeaba, cada vez que cerraba los ojos lo veía. Un niño, pero no era un niño. Una mujer, pero no lograba identificar quien era, a pesar de que le parecía conocida. Y cada vez que la tormenta iluminaba su habitación imaginaba que él estaría ahí parado, en el umbral de la puerta, cargando una cabeza que escurría sangre desde las arterias colgantes de su cuello y caminando lentamente hasta él, lo tomaría con sus enormes garras, le enterraría los dedos en su lengua y la arrancaría, para que no pudiera hacer más que gritar. Masticaría su abdomen con sus afilados dientes y esparciría todas sus entrañas por la habitación. Un festín. Un buen material para una excelente historia.

Al menos sabía que esa cosa no estaría cerca de él, pues los gritos y los llantos seguían escuchándose afuera, sabía que esa cosa estaría allá con aquella desafortunada mujer y no con él, en su patética guarida. No sabía si sentirse afortunado o no.

GritoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora