Carta 10- 22/12/2014

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Bruno:
Podría se decir que, al día de hoy, eres tu mi veneno. Mi droga. Mi perdición. Mi mayor pecado. No puedo dejar de reprocharme la ciega admiración, o adoración más bien, con la que te miro, como un ciego vería al sol por primera vez. No dejo de reprocharme el que tu, precisamente tu, con tu arrogancia mal disimulada y tu horrible mal humor, con tus sonrisas contenidas y tus miradas de superioridad, tu, con tu petulancia y tu falta de delicadeza, justamente tu, hayas sido el que derrumbó mi fortaleza, que con tantos años había mantenido en pie, manteniendo mis atolondramientos a raya y las lágrimas encerradas en un lugar seguro. Pero si, tú me derrumbaste desde el interior, salvajemente, con una sola de tus miradas que despiertan total admiración en mi y que, según mi exiliado sentido común, deberían causarme repulsión extrema y alejarme de ti, como cualquiera se alejaría de una cobra venenosa. No puedo. No ahora. No siendo quien soy y siendo tú quien eres. Alejarse de ti me causa más conflicto aún que permanecer cerca de ti, y déjame decirte que disfruto extrañamente aún con tu fría indiferencia, puñal que me atraviesa, cuando pasas de mi. Admito que en mi ser habita una extraña personalidad, pero has de concederme que esta extraña locura que ocasionó mi devoción hacia ti la encuentras refrescantemente fascinante, y que aunque no te pertenezca el cuerpo-y posiblemente ni lo quieras- has encontrado una extraña simpatía por la mente que esta confinada en este interior. Pero debo advertirte que, si bien no lo expresaré nunca, tú eres mi gran pecado. Leí en algún libro-que no sería de tu agrado, probablemente- que el único pecado real es robar, y pues, yo te he robado para mí, aunque tú no lo sepas. Guardo celosamente cada mención tuya, y he hecho mías tus sonrisas. Me he robado tu escencia para darle forma a mis sueños, y te he robado para que seas el héroe en cada una de mis fantasías. Robadas han sido tus expresiones, que llenan hasta el más simple de mis poemas, y robadas tus facciones, que han creado al protagonista de mis cuentos. Lamento haberte robado de esa manera, pero te invito sinceramente a que vengas a robarte este corazón inservible como compensación, no sirve de mucho, aunque es lo único que te puedo ofrecer. Lamentablemente, al ofrecértelo he roto todo el significado del robo, pues consiento que se cometa el crimen, y quien esta de acuerdo con que se le ultraje, no puede llamarse a si mismo ultrajado. Disculpa mis desvaríos, pero estoy moribunda de amor, es el maldito de Cupido quien me ha herido de muerte en el corazón. Vete ya, que esta pobre alma no tiene más que decir, pero no puedo evitar recordar que tú evitaste la flecha que te unía a mi.
Tuya,
Cheeks

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