I: Las entrevistas por Skype son lo mejor que se ha inventado

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Una llamada de hora y cuarto había hecho posible que me mudase desde la fría Escocia a España, y todo porque la loca de mi mejor amiga me había encontrado trabajo impartiendo clases extraescolares de inglés de lunes a viernes en un colegio privado para alumnos que necesitasen mejorar o que quisiesen prepararse para hacer un examen oficial. El sueldo era normal y me permitiría ahorrar unos meses para recuperar el dinero que había invertido en el viaje, la fianza y lo que necesitaría gastar para adecentar mi habitación.

Dicha mejor amiga me estaba esperando en el aeropuerto con lo que parecía una pancarta de gomaespuma con las letras de mi nombre decoradas en dorado y rosa.

Ella y su brilli brilli...

En cuanto llegué hasta ella nos fundimos en un abrazo. Llevaba sin verla varios meses porque ella había venido en cuanto su tío le encontró un puesto en su empresa. Y, mira tú por donde, tuvo suerte y encontró un piso relativamente barato de dos habitaciones que compartiríamos. Aunque yo no me había hecho esperanzas, la tozuda de Evie había conseguido que su tío le ayudase con los gastos de la casa prometiéndole que lo compartiría conmigo incluso antes de que yo me hiciera a la idea de que podría venirme a España.

Este país siempre había sido una espinita clavada. Mi madre era de aquí, del sur, pero conoció a mi padre cuando fue a perfeccionar su inglés gracias a una beca y no volvió. Se dedicaba a tratar de ayudarlo con la empresa y diversas responsabilidades y sabía que se alegraba por mí, pero una parte de mí hubiera querido que se involucrase más conmigo. Gracias a ella era bilingüe, y no podía negar que había tenido la suerte de que me hubieran apoyado tanto en mis estudios como en mi afán por ser independiente... pero echaba en falta su cariño, la verdad.

Agarró una de las dos maletas grandes que guardaban lo que había considerado necesario para empezar mi vida aquí y me condujo hasta la zona de aparcamiento donde se encontraba su coche, regalo familiar. Hablaba por los codos, igual de entusiasmada que yo por que por fin marcase algo de distancia con mi familia y pudiésemos sentirnos relajadas, felices, con planes de descubrir lugares y aprender, siempre aprender.

Una vez me abroché el cinturón de seguridad y Evie encendió el motor del coche, el hecho de que estaba aquí empezó a calar. La radio en español, la mezcla español-inglés con la que nos comunicábamos mi mejor amiga y yo... todo hizo que abriese los ojos y apretase las manos en puños.

Salimos del aeropuerto despacio por la cantidad de coches y escuché la risa de Evie antes de girarme y ver que me estaba observando sin perder de vista la carretera. No necesité explicarle cómo me sentía porque creo que lo vio en mis ojos: la incertidumbre mezclada con las ganas de salir adelante por mi propia cuenta; la alegría de habernos reencontrado y la tristeza por haber dejado a mi familia atrás. Sabía que mi madre había sido hija única y mis abuelos habían fallecido hacía años, y aunque mis padres insistían en que habíamos viajado a verlos varias veces, no me acordaba.

Giré la cabeza para perderme en el paisaje que cambiaba a toda velocidad y se me pasó el tiempo volando. La ciudad me dio la bienvenida con luz, ruidos y una vitalidad que me chocaba en comparación con Escocia. Cuando la luz del semáforo nos obligaba a parar, aprovechaba para mirar a la gente, los comercios, la actividad que se respiraba.

Y en un abrir y cerrar de ojos, mi amiga aparcó el coche y se volvió hacia mí sonriente.

—Te va a encantar. No he cambiado nada de tu cuarto porque sé que quieres hacerlo tú, pero ¡ay, me alegro tanto de que ya estés aquí, Alenne!

Al salir del coche, noté que la tarde de sábado era más calurosa de lo que pensaba. Me había puesto un vestido cómodo para viajar, y agradecía haberlo planeado así para no sentirme pegajosa bajo capas de ropa.

Sacamos las maletas del coche, Evie me dio la copia de llaves que me correspondía y me enseñó cómo abrir la puerta de abajo y una vez entramos, la del buzón.

Tuvimos que subir por separado en el ascensor porque con las maletas no cabíamos, lo cual me sacó otra sonrisa.

La puerta frente a nosotras era oscura y era el último tramo antes del comienzo que llevaba meses esperando. Una vez más, me fijé en cómo abrirla. En cuestión de un par de giros de muñeca, la puerta se abrió ante nosotras.

Evie entró primero y dejó las maletas a un lado antes de estirar la mano hacia mí. Me aferré como un salvavidas, con el corazón latiéndome deprisa, y cerré la puerta sin mirar, sumiéndonos a oscuras. Imaginaba que no había querido encender las luces para que pudiese enseñarme todo poco a poco, pero nada más lejos de la realidad.

La muy zorra. Pulsó un interruptor con la otra mano y...

—¡Sorpresa!

Pegué un salto y me llevé las manos al pecho, acojonada. Ante mí, unos seis chicos y chicas de nuestra edad se encontraban sonriendo delante de una mesa llena de comida.

Iba a matar a Evie.

Roja como un tomate, me giré hacia ella y antes de poder decir palabra, me abrazó.

—¡Bienvenida, Alenne!

Ojiplática, no me salieron las palabras para responder. Cuando nos separamos, Evie me agarró de la cintura y nos condujo al salón, hacia los desconocidos.

—Quería que recibieses la bienvenida que te mereces. Estos son mis amigos y compañeros de trabajo, seguro que los he criticado alguna vez —bromeó sacándoles la lengua, lo que provocó que se echasen a reír.

Aún avergonzada y sin saber muy bien qué hacer, fui capaz de sonreír un poco y rezar porque ninguno quisiera un abrazo.

Porque al fondo de una de mis maletas se encontraba el desodorante y yo venía de un viaje que había durado horas.

Well, fuck.


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¡Hola! Bienvenidos a una locura transformada en palabras. Ante todo, espero que os haya gustado. Pronto habrá más, así que ojalá me comentéis qué os ha parecido y qué creéis que pasará.

¡Gracias por leerme!

Mar H.

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⏰ Última actualización: Aug 22, 2020 ⏰

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