CAPÍTULO 2

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Lentamente abrí un ojo y segundos después el otro. La luz de la luna impactaba de lleno en mi rostro y me encontraba algo desorientada, perdida. Sin embargo, no tardé mucho en ponerme en pie. Tenía todo el cuerpo dolorido y aunque no veía en blanco y negro, los colores los percibía con una intensidad muy débil. Captaba sonidos que nunca hubiera llegado a pensar que escucharía e incluso olfateé un raro olor, era una mezcla extraña de bayas y madera, no era desagradable. Por un momento me sentí parte del bosque, de la naturaleza. Sentí que había sincronizado mi alma con la tierra y aunque suene muy extraño (una locura, en realidad) no existe mejor descripción que esa.

Entonces me di cuenta, había algo diferente en mí. Ya no tenía mis largas piernas, tampoco tenía mis delgados brazos; en lugar de extremidades tenía patas. « ¡Patas! » Exclamé en mi fuero interno. ¿Cómo me había convertido en eso? Asustada, impactada y sin saber realmente porqué, eché a correr. Todo se reducía a mi instinto animal. Sentía el corazón latirme muy rápido y aquello me angustió más y por ello, aceleré la carrera. No sentía más que la velocidad y el crujido de las hojas bajo mis peludas patas. Escuchaba solo eso, nada más. Era un baile de dos, el bosque y yo.

Después de correr un buen rato bajé el ritmo hasta llegar a trotar por el silencioso bosque mientras buscaba con la mirada alguna marca de pintura echa por mi abuelo años atrás. Aullé a la luna de forma automática cuando la miré implorando ayuda y a lo lejos otro lobo me respondió.

Seguí trotando por el oscuro y solitario bosque a la vez que pensaba que habría sido algún lobo salvaje pero no, me equivocaba. El extraño pero agradable olor a madera y a bayas aumentó rápidamente. Otro aullido se escuchó muy cerca de mi posición, eso me hizo parar en seco. Escuché algo moverse detrás de mí y por instinto me giré para averiguar que era. Solo lograba verles los ojos. Mientras escrutaba las sombras en un intento de distinguir mejor, caí en la cuenta de que había más de tres pares de ojos mirándome fijamente. Conté rápidamente... uno, dos, tres... diez pupilas, cinco cazadores.

Vi a cinco seres más altos que yo, tenían el cuerpo cubierto de pelo de diferentes tonalidades, unas largas garras y en el rostro rasgos humanos como la forma de ojos y su color.

« Lobos. » Pensé.

Bienvenida a la manada, Magena.

Escuché una voz en mi mente y eso me puso aún más alerta. Mis orejas se elevaron y mis músculos se tensaron haciendo que quedase en una posición defensiva, preparada para atacar.

El más grande de los cinco, tenía el pelaje marrón muy oscuro. No hablaba, no hacía falta, todo lo que él pensaba lo escuchaba en mi mente.

Soy Anahu; el alfa, el líder de la manada de los Kiowas. Él ―dijo moviendo su enorme cabezón hacia un pequeño lobo flacucho de pelaje chocolate rojizo― es Nils.

El más joven pero el más veloz ―añadió otra voz.

« ¿Nils? » Me pregunté. Me sonaba ese nombre, en mi clase había un Nils de mi misma edad.

Hola, bienvenida ―el lobo hizo una reverencia. Su voz, en mi cabeza, sonaba dulce y muy agradable. Estaba segura de que se trataba del chico de mi clase―. Soy bastante rápido pero Anahu exagera, siempre exagera. Ella es mi hermana mayor, Shasta.

Lo último lo dijo refiriéndose a una pequeña loba oculta detrás del líder. Era escuálida y de pelaje blanco como la cal. Sus ojos eran negros y profundos, parecía algo entristecida a la vez que esperanzada. Me pregunté como era eso posible. Me gruñó, enseñándome sus afilados colmillos, aunque me tomé como un saludo.

SANGRE DE LA LUNADonde viven las historias. Descúbrelo ahora