Iván Shishkin se había tomado un descanso. Sobre uno de sus dedos, una mariquita exploraba. Tras el velo de los ojos, Shishkin soñaba con un pincel capaz de describir aquella ternura colorida y curiosa. ¿Alcanzaban la precisión en las formas y los colores para hacer entender a todos la belleza conmovedora de aquel organismo inocente, diminuto? ¿Era aquella imposibilidad la razón misma de seguir pintando, de seguir abriéndose paso en la bruma hasta alcanzar el faro supremo que debería ser "la pintura perfecta"? "Si existe tal cosa —reflexionó—, no iré a lograrla yo. Otros lo harán... Savistky, tal vez". Esclarecer eso no lo angustió... y si lo hizo, fue por un brevísimo momento. Después de todo, él pintaba porque tenía que hacerlo; era como tomar agua o respirar. Sabía que cuando soñaba sobre la tela estaba vivo; y cuando no lo hacía, moría un poco, como si le pintaran el alma con demasiado blanco, hasta que los colores estuvieran perdidos entre una bruma, como en una pintura de Turner.
La mariquita salió volando. El torrente de notas vivas del piano de Mozart invadió la reflexión. Observó a Mozart; lo vio mover las manos ágiles; miró las morisquetas ridículas, el aura de virtuosismo que emanaba el gran músico y se le inflamó el pecho con una mezcla de humor, admiración infinita y renovado espíritu.
—Si yo pintara como tú compones o tocas el piano, haría una obra por día —dijo Iván.
Mozart sonrió. Repicaban las últimas notas de un Allegro. Cerró la tapa del piano y soltó el pedal. El sonido se cortó de repente. Se tomó de una sola vez un pequeño vaso de vodka. Contempló el lienzo.
—¿Imaginas —preguntó Mozart— si yo pudiera, de un brochazo, pintar los pentagramas con todas las notas, las claves, las articulaciones...? Haría diez obras por día. Es increíble el tiempo que se pierde escribiendo sobre la hoja. Pero para ti no es lo mismo; tú pintas, te alejas un poco, observas, y ahí mismo ya recibes esa dosis de alegría por la pincelada certera. No pierdes el tiempo transcribiendo; representas y conmueves de una sola vez.
Eso lo hizo reír a Shishkin, pero hay algo que no entendía.
—¿Por qué dices que transcribes? —preguntó Shishkin.
—Porque es lo que hago. Yo tengo toda la música aquí —dijo Mozart, tocándose la cabeza con el índice—. No hago más que pasarla al papel para que otros puedan interpretarla. Y luego viene la lucha con eso, también. Porque algunos miran la hoja frunciendo la nariz, como si estuviera manchada de bosta, y se quejan de que tiene muchas notas. ¿Alguien te ha dicho que un cuadro tuyo tiene muchas pinceladas? ¡Qué estupidez! ¡Tiene las notas que tiene que tener! Con el tiempo que me lleva escribir, imagina si encima voy a estar escribiendo de más...
—Y bueno... a veces atacamos lo que no entendemos —respondió Shishkin—. A mí me pasa con Dalí y ese caos de sueños, formas y colores: no lo entiendo. Tú te quejas de Debussy.
Mozart interrumpió tocando un acorde de sol y fa al mismo tiempo.
—¿Qué es esto? —dijo Mozart, con expresión de asco, señalando el teclado—. No es ni fa ni sol, es una cosa indefinida.
Pero Shishkin no parecía convencido, porque al escuchar el acorde levantó dos cejas aprobatorias. Ver eso lo hizo sonreír con ironía a Mozart. Mientras el sonido fue diáfano, ambos se quedaron escuchando.
—Algo hay allí, sin embargo... —dijo Shishkin.
—Sí, claro que hay. Pero como te digo: no sé si es fa o es sol.
Rieron.
—Es el tiempo que nos toca vivir —dijo Shishkin—. Ambos padecemos un poco estas cosas, las cosas nuevas; y las cosas que tenemos que hacer. Tú te aburres haciendo divertimentos y yo estoy aquí, encerrado, pintando temas religiosos que poco me importan. Ahora... ¿tú quieres componer como Debussy? Por supuesto que no. Ni yo quiero pintar sueños ni pesadillas ni relojes que se derriten como queso caliente. Resistimos de esa manera, siendo inadaptados. Quizás no hacemos todo el tiempo lo que queremos, pero tampoco nadie nos impone nada ni nos amenaza con una pistola para que pintemos bodegones o compongamos divertimentos. ¿O a ti la señorita Catharine te ha ordenado algo, alguna vez?
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Ucrónicas
Ficción históricaLas figuras de la historia de nuestra humanidad pueden estar separadas por el tiempo y por el espacio... pero no en "Ucrónicas". Aquí se reúnen, en encuentros inesperados e increíbles. El desarrollo de la tecnología del vapor está en auge, y sirve a...