Quién soy?

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¿Quién soy?...

Últimamente esa interrogante era lo único que nadaba en mi cabeza.

Parecía que todo lo que fui y era, se esfumó, un vacío yacía en mi interior y..., no lo comprendía ¿porqué? Dolía tanto cuando no había absolutamente nada, palpaba esa zona y nada, ahí donde debía estar el corazón una sutil niebla cubría la oscuridad en la que estaba envuelto.

Si era alguien o algo ¿de verdad existí?

No parecía mentira que quizá solo era una especie de bache que nunca tuvo un propósito, solo estuvo vagando en el espacio atrapando dudas que ni siquiera me pertenecían.

Pero el dolor seguía... era tan real.

Sin corazón, ni recuerdos pero las punzadas me tenían de rodillas, con lágrimas en los ojos. Todo seguía blanco, ese extraño e interminable lienzo era lo único que me rodeaba.

Mientras los segundos o eternidad seguían su inevitable curso, el peso del olvido caía cada vez más fuerte, clavando con brusquedad lo poco que me quedaba.

Iba a rendirme...

Un gritó contenido escapó de mis labios y... antes que cayera escuché el nostálgico nombre que creí mío.

Al elevar el rostro lo noté, una luz brillante en el horizonte, ¿el ocaso? Negué, si era uno de los míticos dioses que representaban el día ¿Por qué su luz era más cálida? La frialdad de un Dios no se comparaba con esa llamarada que obligó a ponerme de pie. Con torpeza y la debilidad demi cuerpo luche y di los primeros pasos.

¿Y si no debía ir hacia haya?

Dudas y más dudas, no estaba seguro de si continuar o regresar al lugar donde estuve todo este tiempo.

Aunque detuve mi andar, algo siempre me hizo continuar. Quería saber que era aquello, no era curiosidad, si no la razón del porque estaba a punto de quebrarme, desaparecer con el viento. Tenía que llegar... o mi corazón dejaría de latir.

Y, cuando mis fuerzas llegaron a su límite, apenas logré acariciarla con la yema de los dedos ¿fue suficiente?

Temí que no, pero la luz comenzó a tomar fuerza, la neblina desapareció cambiando por completo mi entorno.

Con la mano extendida hacia adelante intentaba atrapar aquel destello que cortó el cielo en dos. Claramente estaba fuera de mi alcance, quedé con los ojos iluminados al ver ese espectáculo por la ventana.

—Kazu de nuevo sumergido en la red.

Lentamente giré hacia esa familiar voz, una mujer de cabello corto y rostro comprensivo yacía recostada en la pared. La puerta estaba abierta.

¡La conocía!

—Madre...—un nudo se formó en mi garganta.

Angustiada se acercó y me despojó de los audífonos para revolver con cariño mi cabello. Sin querer una lágrima escapó de mi ojo, rápidamente la limpie.

—¿Qué sucede? ¿Por qué esa cara?

Quise contarle aquella pesadilla pero las palabras no salieron de mí, no quería que desapareciera, en cambio señale a la ventana. Curiosa la dama observó la línea de luz que aún seguía ahí.

—Una estrella fugaz, ¿has pedido un deseo?

Con acciones demasiado lentas negué, aún quería llorar por tener a mi madre tan cerca, ella siempre me consintió y llenaba de amor.

DesolaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora