LUNAZEL Por Gardzel
Sobre el suelo yacía el cuerpo de uno de mis mejores amigos; impactado quedé yo, al escuchar sus últimas cuatro palabras, "dile que la amo" y el ¡bum! del disparo que cerró, como un antiguo libro, sus páginas de amor. No me dispongo a susurrar palabras de amor sobre una tragedia pero creo que sus últimas palabras enternecieron a mi plácido corazón que me convenció para, de sutil manera, leer sus páginas amadas. Antes de recoger el cadáver, he recordado, una vez, ver una lágrima caer por el rostro de Lunazel, esta niña de ojos preciosos y de suave rostro, que muchas veces solíamos visitar mi amigo y yo, ya sea para salir y andar por la alameda, o simplemente sentarnos en la vereda de su casa y conversar de alguna novedad televisiva. Ya no podía contener más la pena, y dejé caer unas lágrimas al ver como los enfermeros se llevaban el cadáver dentro de la ambulancia, un policía se acercó a mí y palmeó mi hombro compadeciendo mi pena, "esto volverá loca a doña Lupe"-pensé. ¡Lunazel! me repetí tres veces mentalmente, dónde estás Lunazel. Acompañé al policía a la comisaria, mi mente estaba en un lugar de alguna orbita paralela a un mundo casi tan irreal como este. El policía frunció el ceño tan arrugado que su gesto solo parecía un estado normal de su rostro. -señor, tiene que declarar lo ocurrido en ese instante, no se le acusa de la muerte ya que se sabe que su amigo se suicidó, pero quisiéramos saber si usted sabe algo del porqué se quitó la vida- me comentó el oficial de turno, algo perturbado y presuroso. - pues prepare más café y unas cuantas empanadillas, ya que esta será la más larga y triste historia que sus oídos taciturnos hayan podido escuchar - hablé diciéndole a él, pero convenciendo a todo el complejo policial de que una buena historia estaba a punto de ser contada. La comisaria se mantuvo en un silencio aterrador que los presos creían escuchar el ruido de una voz salvadora, pero era que todos estaban prestos a oír mi relato, la mesa lista llena de tazas y un termo enorme lleno de café, un café de aroma penetrante y de sabor agridulce. Tomé una taza vaciándole unos cuantos mililitros de café y tres cucharadas de azúcar blanca, probé un sorbo y ante la atenta mirada de todos los policías, pronuncié la primera palabra... Lunazel, la niña de los ojos preciosos, no hay mujer en el mundo que tenga esa belleza, y no hay hombre en el mundo capaz de no sucumbir ante sus encantos, -¿se trata de una mujer?- interrumpió el oficial -es lo común de la vida, miles de hombres han muerto por causa de mujeres infieles; no es algo de otro mundo lo que contarás- concluyó el oficial. -volverá a interrumpir o es que su pensamiento solo abarca la octava parte de las tragedias o es que usted es de aquellos que
juzga las probabilidades como juegos de azar- aclaré. Como hubo otro silencio aterrador proseguí, no éramos ni tan niños y ni tan adultos, quizás estábamos en la etapa en donde no sabemos si crecer o simplemente seguir siendo niños, pero tengo que admitir que, para tener ambos la misma edad, Marcos era aún más, como decimos por acá, despierto; en sentido a su forma de pensar y de ver al mundo no solo como un depósito de basura. Solía contarme que presentía que dios le guardaba un destino poco usual, pero lleno de gloria y de gracia. Me contaba que tenía sueños en donde el lograba distinguir su silueta viajando por unos campos de vid, y frente de sus ojos, donde terminaba la carretera, veía su meta, su sueño más trabajado, su hacienda onírica llamada MARCUSLAND, lugar que tanto pronunciaba hasta en las noches que me acompañaba a dormir. Una de tantas veces que fuimos juntos al colegio, paso por nuestro delante una niña que venía de otro colegio, pues nunca antes la habíamos visto y todo su ser quedó impregnado en la memoria de Marcos. Yo que aún vivía pensando en jugar, todos los juegos que de niños hemos jugado, desde las escondidas hasta el mata gente, no me causaba mucha impresión verla, pero para Marcos se volvió casi una obsesión que no había momento en el día, en el cual no hablase de lo perfecta que era, Lunazel. Yo lo miraba con rareza y enrollaba mi trompo para lanzarlo sobre la vereda lo mas liza posible para que no se desestabilice. Él, solo se quedaba allí parado mirando hacia la nada o quizá dentro de sí mismo. Nuestra sección, en el colegio, era una de las más disciplinadas, y siempre teníamos a los mejores alumnos del colegio, el chino Ricardo, campeón regional de matemáticas, Mila, nuestra campeona departamental en poesía, el flaco Ariza, de los mejores en ortografía, y Marcos fue sino el más grande inventor, al menos fue campeón distrital de cuento. La curiosidad de Marcos exploraba casi todo, empezando por sus juguetes, pasando por televisores, radios, licuadoras y cualquier electrodoméstico que hábilmente armaba y desarmaba, pero no encontraba solución, aunque algunas veces le ligaba uno que otro desperfecto causado por el polvo. Asi solíamos pasar las tardes cuando lo visitaba para estudiar alguna materia. Y después de tantas tardes, a la tarde siguiente, cuando llegué a su casa como de costumbre, desde la esquina, mientras me acercaba escuché unas risas muy subidas de tono, me apresuré para doblar la esquina, pues me intrigó lo que estaba pasando, casi nunca se reían en su casa, salvo en época de navidad que llegaban familiares de Marcos a visitarlo. Marcos vivía con sus dos abuelitos y su mamá en ese entonces, así que escuchar risas fuera de su casa era extraño. Me asomé apenas por la esquina y vi el rostro de aquella chica que hasta ese entonces, la vimos una vez hace no más de una semana y de pronto ya estaba en la casa de Marcos, me acerqué, únicamente por el motivo de que al día siguiente teníamos examen de matemática y yo era un poco bruto con los números, mientras a Marcos si le iba bien. Segundos después descubrí que se llamaba