Capítulo único

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Otra movida más, vente conmigo 
Vamos al mundo, donde yo vivo

Damas y caballeros -o caballos ejem xD- los invito a mi mundo para que conozcan esas alucinaciones que se cruzan en mi cabeza. Esta en especial hacía rato que la venía masticando con las neuronas, y como finalmente me ganaron las ganas, tuve que poner manos a la obra con el objetivo de hacer la historia lo más realista posible. Espero que os guste, y sí, si pensaron que es un one-shot porque ando con modorra encima, definitivamente deberían pensarse el convertirse en adivinos/as haha. Ya, ya, no los entretengo.

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Las películas de tanto en tanto se convierten en unas inmensas cabronas. A ver, que quede claro, no es que sea un completo inocente, que vive en su mundo onírico, en una burbuja intocable. Mi punto es que, de tanto ser bombardeado con esa cosa, al final te termina carcomiendo la cabeza y tu subconsciente te juega malas bromas, tragándoselo muy a tu pesar. Y eso que en mi caso en particular, las mencionadas películas habían quedado casi en el olvido, durante las tardes de mi niñez que compartía con mamá y mi hermana mayor.

Y así, como el pez que termina por ser atraído hasta la carnada, terminé por aceptar el hecho de que el amor a primera vista existe. Una especie de rayo místico, aunque completamente invisible, que se encarga de atacar de a pares. Se supone que en todas esas escenas creadas por Hollywood la tía se cae, pero cae encima de él y oh ¡Sorpresa que no tiene ni un solo rasguño! Y para colmo, no se le ha movido ni un solo pelo, hasta el maquillaje parece inmaculado, inmune a la caída. Del tío prefiero ni hablar mejor, porque eso me tocaría la moral. Solo diré que en el primer encuentro con ella descubrí que no poseía tanta fuerza como cualquiera de las estrellas de cine -o al menos la fuerza de las que sus personajes gozan-.

El punto es que la chica terminó el suelo, con una rodilla raspada, y yo con una cara de idiota digna de ganarse el Óscar a la ridiculez. Y hasta ese momento no había sabido el verdadero significado de la verguenza, esa que te quema las mejillas y te hace desear que el suelo te trague. Los dos teníamos exactamente el mismo color, adornado nuestros rostros, pero el de ella con otra emoción muy distinta a la mía. Incluso cuando se quejó con molestia, pareció no me afectarme, o mejor dicho, no afectar la primera impresión que había provocado en mí. No, no se sintieron como horas. Fue como el instante en el que te das cuenta que estás vivo pero dejas que el tiempo pase sin más remedio. Como cuando dejas caer un puñado de arena de tu mano, observando los destellos provocados por los granos, pero sin poder retener aquel espectáculo por más que segundos.

Admitiendo la completa y pura verdad no estaba para nada enamorado, eso sería una completa mentira. Sencillamente estaba genuinamente interesado por aquella chica que ahora se encontraba farfullando cosas acerca de que su piel era muy delicada y que tendría que aplicar cremas y no sé qué más. Total yo estaba muy preocupado intentando calmarla, para asegurarle que no era nada grave, y que pronto sanaría.

Tal vez por algunos segundos había querido sentirme un poquitín egoísta y creer que esas sonrisas cordiales que me echaba no eran porque fuese una tía extrovertida, sino porque yo tenía algo especial. Ese algo que lo sientes el primer momento que te encuentras con la otra persona; o en su defecto, que cuando descubres que estaba lleno de polvo, por algún rincón muy dentro tuyo, no puedes refrenarlo. Naturaleza humana supongo, eso de creernos que nos merecemos algo, cuando en realidad lo hemos perdido todo por mérito propio. Y otra vez, vuelvo a prometer que no había caído rendido a su pies como intoxicado, faltaba mucho para eso. Era como cuando tienes un regalo y quieres ir quitando los listones para que se desarme el papel, dejandote fascinado por lo que hay dentro.

Y así fue. Los días se pasaron mucho más rápido de lo que esperaba, porque aunque el tiempo es lo más valioso que tenemos, en general no somos conscientes de ello. Ya le había prometido que todo saldría bien, que no habría ningún error, que todo sería perfecto, idílico como un cuento de princesas. La verdad es que no tengo ni idea de qué es lo que la llevó a confiar en mi palabra, pero en parte estaba agradecido.

Yo la esperaba, un tanto impaciente, un tanto ansioso por poder verte de una maldita vez. Ahí, delante de todos, estaba un poco nervioso, primeramente por su culpa, y luego por lo que tendría que decirle. Mira si se me olvidaba una palabra, sería un completo desastre... Era una cuerda en plena tensión que se rompería al menor roce de lo que fuera, y creo que especialmente el de ella, terminaría por explotar. Casi y quería bajarme de aquella tarima porque no me sentía listo para hacerlo; mi interior era una amalgama de sensaciones que batallaba por encontrar un claro ganador sin un resultado efectivo. Solo un poco más...

El que espera, desespera, pero obtiene su recompensa ¡Y vaya que la obtuvimos cuando finalmente te vimos entrar! Allí, perla invaluable que nos dejó completamente obnubilados, era ella. Cisne que se movía con plena gracia por el largo pasillo, tan solo alargando mi agonía y haciendo volar mis pensamientos en direcciones que hasta ahora había desconocido. Cuando la vi del brazo de otro -aunque fuese su padre- sentí que mi cuerpo ardía de envidia, de querer tenerla así para mí. Solo un poco más y estaríamos cara a cara, los dos, adelante de todo.

Y va y me mira, y a diferencia de lo que había escuchado de las películas, el tiempo no se detuvo, sino que se apuró vertiginosamente, escapandose de mis dedos de forma lastimera, dejando mi pobre corazón hecho una máquina loca de latir. Le devolví la mirada, sabiendo que esto era entre nosotros dos, algo que solo nosotros compartíamos y que a nadie más le interesaba. Todo estaba lleno de emociones, de sentimientos, en realidad las palabras carecían de todo sentido para mí en ese momento. Aquel pequeño trozo de cielo se tuvo que apartar de mí, triste perverso que no lo merecía, y se volvió a mirar al resto de los asistentes -que irónicamente eran asistidos por variopintos pañuelos para no hacer un enchastre con tantas lágrimas que despedían-.

Ella imán, mis ojos metal, no pude dejar de observarla mientras mis pupilas lejanas trataban de vislumbrar cada detalle del vestido y de sus expresiones a cada paso que daba. Se la notaba completamente segura de lo que hacía, lo cual me daba confianza a mí también -un efecto que siempre había causado en mí, su estado de ánimo me era altamente contagioso-; pero con una frescura que parecida robada de la misma naturaleza. Cuando mi mente trataba de divagar por caminos más sinuosos y pecaminosos, sencillamente volvía a mirar sus ojos, tratando de descifrar algo, algo que hasta este momento me había sido oculto.

Lo soporté como un buen chico, manteniendo mis labios sellados, solo para llegar al éxtasis de la ceremonia. Los metros se fueron acortando, perdieron terreno, y cuando menos me lo esperaba, ella finalmente estaba por llegar. Solo un poco más... Ahí, a punto estábamos de comenzar con lo verdaderamente importante. Con lo que nos concernía a todos. El gran momento por fin había llegado.

Abrí mi Biblia y comencé a leer perdidamente lo que tenía que decirle a ambos novios. Porque ese era mi trabajo: prescidir la boda de la mujer que se había colado y mimetizado por completo con mi sangre, entre lo intrínseco de mis venas. Ya lo tenía claro desde el principio, que si quería ser cura nunca podría casarme. El problema es que nunca había creído en eso del amor a primera vista, como lo mostraban las películas. Puede que no fuese exactamente igual, pero tampoco estaban tan lejos. No sé si las películas son las idiotas, o el idiota soy yo por no haber sido un poco más permeable.

Y aunque en palabras solo suelte bendiciones, por dentro, muy dentro, no hay más que maldiciones para el infeliz que la hace feliz. Todo, todo, porque no soy yo. Porque cuando me miró me engañé creyendo que era yo el centro de su atención, y no el chico que estaba a mi diestra. Cuando imaginé que caminaba queriendo alcanzarme, tan solo me encargué de alargar la lista de mentiras que comenzó desde que la conocí. Cuando pensé en lo entallado del vestido contra su figura, me vendí mi propio opio, diciéndome que todo eso era por mí. Ojalá pudiera imaginar que estaba enamorado, y afirmar que el vacío total de mi ser era todo un delirio.

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Final feo feo, pero si seguía escribiendo me parece que solo iba a embarrar más y bueh... Eso es todo, solo tenía muchas ganas de pasarlo -si lees los comentarios pon en tu respuesta "Los gatos son powah y el nyan rulea" (?)- xD Ya, espero críticas y demás ^^

Otra estúpida historia de(s)amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora