Cuando mis ojos se encontraron con mi reflejo sentí como si me lanzaran de un avión sin paracaídas. Las pasadas semanas de autoconfianza y amor propio se esfumaron como espuma de mar destinada a desaparecer. El color de la prenda era mi favorito, y era algo que deseaba usar hace mucho tiempo, reuniendo toda la confianza que pude encontrar dentro de mí para probarla, no quedó ni un ápice de ella desde el instante en el que vi mi reflejo. No sabía que sentir, que creer, así que volví a ver. Y me sentí fea, inundando mi ser de una tristeza inexplicable.
Toda mi vida traté de auto convencerme de que debía estar agradecida con lo que tenía, conformarme con lo que veía en el espejo, de que estaba bien para ser yo, de que era bonita, que era suficiente, sé que soy suficiente, ¿así que por qué no me siento suficiente?
En el momento en el que alcé mi mirada hacia mí misma, viéndome otra vez, me di cuenta que siempre estuve mintiéndome y siempre muy dentro de mí algo se reía de las mentiras que mi mente tejía. Siempre me atormentó saberlo así que de alguna u otra manera lo ignoré para no lastimarme, pero volver a tener ese conocimiento a flor de piel me destrozó.
Me quité la prenda que estaba segura me atormentaría durante un buen tiempo, la guarde, me lavé la cara y mi cuerpo se deslizó sobre la puerta del baño en el que estaba. No podía llorar, no podía demostrar lo lastimada que me encontraba en ese momento, así que salí del baño. Bajé las escaleras para encontrarme a mi familia hablando animadamente, mi mamá, me miro e hizo la pregunta que tanto temía que hiciera: ¿Qué tal te quedó?, yo evadí la pregunta hablando con mi abuelo, el cual me hacía preguntas triviales sobre mi universidad. Mi madre volvió a preguntar, y yo volví a evadirla. Esta vez se quedó observando detenidamente mi expresión y di me cuenta de que sabía que algo andaba mal, pero yo insistía en evitar su mirada.
Tan pronto como llegue a casa, después de un viaje en carro con la música de mis audífonos al tope, me encerré en mi cuarto como usualmente lo hago, pero esta vez arranqué la ropa de mi cuerpo y me puse el hoodie más grande que encontré. Me lancé sobre mi cama y no pasaron ni diez minutos hasta que empecé a sollozar en silencio, tratando de liberar toda aquella tristeza reprimida desde el momento que me encontré con mi reflejo; me tapé la boca con la mano para silenciarme y observé la pantalla de mi celular el cual estaba en el chat de cierta persona, mientras gruesas lagrimas se deslizaban sobre los costados mi cara. No estoy segura cuando tiempo dure en esa posición. Pero cuando mi cuerpo empezó a doler y ya no quedaba lagrima por derramar, deseé morir de hambre. Y me quedé dormida.
Al otro día no me levanté de cama, únicamente para almorzar cualquier cosa, y me volví a quedar dormida. Cuando desperté, me preparé para una clase, así que el día transcurrió entre clase y clase. No dejé mi cama ni una sola vez, incluso ahora escribo esto sobre las sabanas revueltas de mi catre. Ya me sentía mejor, ya empezaba a sentir un poco de hambre. Pero mi madre entro a mi habitación y yo sabía lo que la expresión de su cara decía. Ella se acostó a mi lado, abrazó mi espalda, se quedó callada un momento, como si estuviera disfrutando el calor que mi cuerpo le daba y comenzó a insistir para que le contara lo que estaba en mi mente. Ella pensó que mi silencio era porque no quería confiar en ella, pero las palabras no salían de mi garganta. No tenía el corazón para decirle a la persona que formó mi cuerpo dentro del suyo que lo odiaba, lo odiaba tanto. El nudo que se enredaba en mi cuello se iba apretando a la medida que ella insistía e insistía. Al final ella lo supo sin la necesidad de que mi temblorosa voz interviniera. Inició con el discurso, ya te vas imaginando cual. Continuó sugiriendo ayuda psicológica y terminó proponiendo ayuda médica. Lo cual nunca había puesto sobre la mesa de las posibilidades. Le respondí a todo con un asentimiento de cabeza, porque para ese momento ya estaba sollozando. Me dijo que su corazón dolía verme así. Que le dolía verme postrada en cama, con las cortinas abajo sin una gota de luz natural. Me pidió que le diera un abrazo y yo me sentí como una chiquilla llorando sobre los brazos de su madre. Cuando escuché su corazón palpitando con tranquilidad sobre mi oído, me di cuenta que yo seguía siendo una chiquilla que buscaba la tranquilidad y seguridad en la cálidez de su madre.
Al final me dijo algo que me hizo dar cuenta de lo mal que estaba llevando las cosas y que estaba buscando respuestas en el lugar equivocado: "Te extraño:", yo sabía que no se refería ni a mi cuerpo, ni a mis huesos, ni a mi piel. Se refería a algo más. Algo mucho más que eso.
Algo que yo no podía ver.
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Los confines del universo y de mi mente.
Thơ caPensamientos turbios, radiantes, llenos de alegría, de tristeza, de rabia, de melancolía. Pensamientos sueltos que me atormentan como sueños aun cuando estoy despierta. Pensamientos del futuro, del pasado, del presente. Pensamientos que encajan a la...