[La mordida.]
Makis.
El alma me quedó completamente en un hilo, como si quisiera escaparse a la montaña más alta y comenzar a aullar de gozo hasta que el mundo completo supiera que Natalia era mía, que se había entregado por completo y que quería ser mi pareja, mi mujer.
—Mi Luna. — Gemí suavemente sobre la piel de su hombro, besando tiernamente toda la piel expuesta. — Tienes que pensar esto. — Susurré contraria a los deseos de volver a hacerle mía mientras hincaba mis dientes en su pecho y así atarla a mí, para siempre. — No es una decisión que se pueda tomar a la ligera, mi vida.
Aún podía sentir los estragos de su orgasmo cuando sus paredes me seguía apretando de una manera tan deliciosa que apenas lograba que mis palabras salieran claras. Podría reanudar en este momento las embestidas para seguir haciéndole el amor, pero había algo importante de lo que hablar y para eso debía salir de ella.
La perdida de su calor fue notoria, pero más aún fue el hecho de que sus piernas casi flaquean, mandándola de cabeza al suelo. Rodeé su cintura con ternura y sin preocuparnos de vestirnos, tiré de ella para que quedáramos perfectamente encajadas en uno de los sofás que decoraban la terraza.
—Dijiste que estaba destinada a ser tu pareja. — Me refutó con ese rostro de niñita mimada, una carita que provocaba comérmela a besos. — Dijiste que esto es lo que estábamos destinadas a ser.
—Y lo estamos. — Con cuidado tomé su mentón y encontré sus ojos con los míos, ya sin ningún tipo de máscara. — Somos lo que somos desde antes de nacer. — Podía ver fascinación en sus pupilas, sabía que era por el rojo que adornaba en las mías. — Pero tienes que comprender las muchas cosas que cambian si te marco.
El cuerpo de Natalia se apretó un poco más al mío, como si quisiera reconfortar su piel con la calidez de la mía y refugiarse de la gélida ventisca que acompañaba esa noche de luna llena. Había algo, un ligero tono dorado cobrizo que brillaba en su iris, tomando las tonalidades de un presagio de los designios del destino que nos esperaba con los brazos abiertos.
—¡Qué es lo que tanto cambiaría? — Cuestionó relamiéndose los labios, entonces reparé en que sus ojos miraban directamente mis labios entreabiertos. — ¿Por qué no tomas lo que te pertenece con facilidad cuando se te está ofreciendo?
—Porque tu no eres un simple ofrecimiento. — Objeté pasando mis dedos por la línea de su clavícula en una erótica caricia que rallaba en la inocencia. — Eres todo, aunque no lo parezca. — No pude evitar removerme de tal manera que mi erección naciente volviese a entrar en contacto con su centro. — Tu eres mi inicio y mi final, Natalia, eres quien me va a dominar y someter por completo.
—¿Cómo es eso posible con un alfa de tu poder? — Sus palabras parecían burlarse de mí, pero por el contrario, solo aumentaban el fuego en mi bajo vientre. — No se supone que usted debería ser quien dominara a cualquier lobo recién convertido.
Gruñí, pero no de enojo, de completa excitación por ver sus pestañas batirse y su lengua remojar lentamente esos labios mortales que doblegarían a los mismos dioses.
—Por tu culpa me he convertido en un perro domesticado. — Gruñí sobre sus labios, intentando tentarla de alguna forma. —Si tú quieres un pingüino, soy capaz de ir a la Antártida para traerte el maldito animal, aunque solo obtenga una caricia condescendiente como recompensa. — Los movimientos oscilantes estaban convirtiendo esa conversación en una tortura. — Pero no importa y lo sabes, porque soy una completa codiciosa con tu felicidad. Sabes que esas sonrisas solo deben ser para mí.
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Mi Luna. - (Ventino) [Makia]
FanfictionNatalia Afanador vivía en un pueblo en el que "normalidad" no se podía definir como una palabra muy usada, porque hasta el cartel de bienvenida era raro. Un día cualquiera, una noticia llegó, el ataque de lobos hambrientos había inquietado a su ciu...