La Eterna Oscuridad

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La eterna oscuridad

El mundo parecía dilatarse y contraerse frente a mis ojos oscilando locamente mientras mi cuerpo imitaba esos movimientos. Todo estaba tan confuso, mi mente era un mar alborotado de pensamientos a los cuales no podía abordar con claridad. Todo se sentía extraño, extremadamente extraño, como si el mundo ya no fuera el mundo y solo existiera una amorfa masa de ideas dolorosas.

Intenté tranquilizarme respirando hondo y fijando mi vista en un único punto: el cuadro de un espantoso florero que me había regalado mi madre. Esperaba de esa manera poder recuperar un poco de claridad. Tenía que dejar de pensar, solo respirar y mirar ese cursi lienzo. Necesitaba volver a tener dominio de mí.

En el instante que pude focalizarme en la horrenda pintura que tenía frente a mí, mis alrededores se estabilizaron, dejaron de hondear como una bandera y mi cuerpo comenzó a responder a mis propias demandas. Todo parecía volver a tener sentido y encarrilarse por la vía de la normalidad.

-¿¡Qué me está sucediendo!? -me pregunté sabiéndome falto de respuestas.

Las buenas noticias se esfumaron tan rápido como habían llegado. De aquel mal pintado cuadro, mis pensamientos divagaron por las flores hasta llegar a Lían. Lían era mi mejor amigo y había muerto hace unos pocos meses. Nunca me pude recuperar de su pérdida, él era mi hermano y compañero de vida. ¡Y ya no estaba conmigo! Yo, en parte, era culpable de ello.

Recordar a Lían desencadenó en el más extraño suceso que había tenido esa noche, y no es que las cosas hayan sido bastante normales. De hecho, mundo, cuerpo y pensamientos parecieron independizarse dejándome parado en la más grande impotencia. Cuando todo parecía encaminarse gracias a ese espantoso (y no voy a cansarme de repetirlo) florero, la figura de mi difunto amigo se hizo presente ante mí. No sabría como describir aquel hecho mas que como estar frente a lo ominoso mismo. Miles de sentimientos atravesaron mi existencia: primero, un miedo inexpugnable ante la presencia de Lían, segundo, una gran extrañeza provocada por toda la sucesión de eventos y, por último, la revivificación de todos mis sentimientos de culpa que aún guardaba a causa de su muerte. Sentí a mi estómago retorcerse hacia dentro.

Resulta casi imposible expresar con palabras las sensaciones de terror y dolor, no obstante, mi cuerpo representaba a la perfección todo lo que me sucedía. Mis piernas temblaban al mismo momento que mi tórax, y la sangre era bombeada con tanta fuerza que podía sentir como la resistencia de mis venas se manifestaban con un constante latido.

Él fue el primero en hablar, yo, por mi parte, no quería siquiera existir.

-Hola Friedrich -me saludó él con una tranquilidad y naturalidad que resultaban fuera de tono por la situación que se estaba viviendo.

-...Lían... ¿Cómo...?

-Es necesario que hablemos -replicó él con suavidad y regalándome una sonrisa que me permitió descomprimir un poco la presión de mi pecho. -Te he estado vigilando, no puedes seguir viviendo así, Friedrich -finalizó con un semblante seguro.

-¿De qué otra manera podría? No puedo perdonarme Lían, yo fui el inútil que te llevó a la muerte, ¿cómo podría dejar de sentirme así cuando soy el único culpable?

-Existe una solución, amigo mío –contestó guiñándome el ojo.

Mi rostro no alcanzaba a reflejar todo lo que me sucedía, ni el miedo que me ataba, ni la extrañeza que me dominaba, y mucho menos la culpa que me recorría intensamente junto con algunas imágenes del suceso.

Pregunté por la solución que mi amigo había ofrecido.

-¿Y cuál es esa solución, Lían? -pregunté largando cada palabra con una pesadez extraña a mi forma de hablar.

-Solo tienes que cruzar la puerta -respondió él con sencillez.

-¿Cruzar la puerta? ¿Cuál puerta? -pregunté mas confundido que intrigado.

-Aquella, Friedrich -Lían levantó su mano y señaló una antigua puerta de increíble altura que parecía tener cientos de años por lo dañado de su madera y el cerrojo dorado con incrustaciones color rubí que resaltaban la importancia de esa entrada. ¿O salida?

Jamás la había visto allí. ¿Me estaba volviendo loco o qué? ¿Estaría soñando?

Un tanto Influenciado por mi propia culpabilidad me dejé llevar y acepté la propuesta de mi difunto compañero sin vacilar. También mis ansias de poder abandonar esta realidad cargada de nostalgia y sufrimiento aportó lo suyo.

Decidí entonces atravesar esas enormes placas de madera que aparecían como la solución a mi penosa vida, tal como me había asegurado mi hermano de afectos. Él no me engañaría jamás.

Adelanté mis pasos en dirección a la gigantesca puerta que, extrañamente, había aparecido en medio de una pared. Me abrazaba la intención de atravesarla y terminar de una vez por todas con esa locura. Cuando estuve frente a ella, bajé el picaporte pero la puerta no se abrió. Miré a Lían con gesto de interrogación y el me respondió de inmediato.

-Sin una llave es imposible atravesar una puerta cerrada, Friedrich -me respondió al tiempo que estiraba su brazo y me alcanzaba una llave antigua que mostraba su perfecta combinación con la cerradura de la puerta. Ambas estaban asquerosamente oxidadas.

Tomé la antigua llave con mi mano derecha y percibí, en el roce con mi piel, ese frío típico del metal que me hizo estremecer por completo. Estaba decidido a cruzarla, por lo que introduje la llave sin más, la giré y aquellas enormes placas de madera se abrieron como por arte de magia. La oscuridad hacía un silencioso llamado que me inducía a atravesarla. Sin dejar de tomar la llave entre mis manos crucé la línea que separaba mi cuarto de la oscuridad inexplorada a la que me estaba adentrando.

De pronto todo fue negro, y él tenía razón, toda la culpa, el dolor, el miedo y la nostalgia habían desaparecido. Había entrado en una eterna oscuridad...

Lo Ominoso - Antología siniestraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora