20. Como una cita

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El convento estaba sumido en el más absoluto silencio cuando llegamos

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El convento estaba sumido en el más absoluto silencio cuando llegamos. Todas las monjas estaban dormidas.

Nuestro siguiente reto sería entrar en el edificio y acceder a mi cuarto sin que nadie nos escuchase.

No había ni rastro de Leviatán. Me preocupaba en lo que pudiera estar metido; estaba en contacto con humanos, brujas y otros muchos peligros. Dejarlo vagar solo no era buena idea.

Nos acercamos a la entrada del convento, y Mam me sujetó cuando el lodo que cubría los senderos se volvió demasiado espeso y mis tacones se convirtieron en una dificultad añadida. Una vez dentro y ya frente a mi puerta, me disponía a girar el pomo cuando algo revolvió mi cabello. Me extrañó que los chicos bromearan en aquel momento, pero cuando me aparté y me giré para mirarlos, ninguno parecía haberse movido.

Tuve un mal presentimiento al instante y apoyé una mano en la pared para no caerme. Me llevé la otra a la cabeza y descubrí una pluma brillante entre mis rizos; claramente procedía de una de las alas de Agus. La dejé caer a causa de la sorpresa.

Mam y Amon se acuclillaron para examinarla y el primero la tomó entre sus dedos, sintiendo lo sedosa y especial que era. Resultaba evidente que no procedía de una simple paloma.

Las pupilas de ambos se clavaron en mí como flechas y Mam dejó escapar una larga exhalación. Los faroles del pasillo se apagaron, las cortinas se cerraron por completo y quedamos sumidos en una oscuridad absoluta. Mam se levantó y luego puso una mano en mi cintura con suavidad, la otra en mi cuello para atraerme hacia él.

—¿Qué hiciste, Valentine? —Percibí su aliento sobre mi piel—. ¿De dónde sacaste eso?

—Puedo explicarlo.

Su voz cambió, se volvió más dura.

—Entonces hazlo —ordenó.

No reaccioné hasta que su boca estuvo cerca de la comisura de mis labios. Deslizó la lengua desde ahí hasta la mitad de mi mejilla y se detuvo, como si quisiera paladear mi sabor, como si tratara de identificar algo en él.

En mi mente, yo ya estaba planeando qué decir para que no me asesinasen o cómo llamar a Agus para que me sacase de allí.

—Sabes a miedo —declaró Mam al fin.

Lo empujé, indignada.

—No pueden tratarme de esta forma y pretender que no les tenga repelús.

—¿Quién dice que no puedo? Dame el pergamino —dijo girándose hacia Amon.

Este se lo lanzó y Mam lo agarró en el aire. Entonces lo desplegó, tomó la pluma entre sus dedos como si fuera un lápiz y empezó a escribir. Abrió los ojos como platos al trazar la primera línea, que brilló con un reflejo dorado.

Mam siguió dibujando hasta esbozar una estrella de seis puntas en medio de un cielo estrellado que parecía haber sido hecho por un niño. Miré por la ventana y comprobé que las nubes grises se estaban diluyendo.

Un templo encantador │YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora