El motor tronaba aún un poco después de habernos parado en aquel estacionamiento. Era un terreno semi rocoso a las barrancos de una montaña, desde el que podríamos observar perfectamente la lluvia de estrellas que en unos minutos comenzaría. Detrás de nosotros se extendía un pequeño bosque de pinos sumido en la oscuridad, al igual que lo que nos rodeaba. La noche era fresca y teníamos las ventanillas abiertas, el sonido de grillos invadiendo. Yo estaba inclinada hacia delante y miraba a través del cristal hacia el cielo, perdida entre pensamientos. Noté una de sus palmas posarse sobre mi muslo izquierdo, él iba al volante.
Ignoré aquello como si de un gesto amable se tratara, hasta que empezó a subir con lentitud y la calma de un caracol. Mis piernas se separaron un poco de una forma inconsciente, dejándo que su mano se enrollara un poco más y terminara de abrirmelas a su gusto. Continuaba con la mirada dirigida a la ventana, pero ya sin ver a través de ella puesto que mi atención se centraba ahora en su tacto. Su mano, curiosamente áspera, continuó subiendo hasta el interior de mi muslo, donde se detuvo para pronunciar mi nombre con el tono de un canturreo. Me pasé la lengua por los labios y me giré hacia él.
No lograba verle bien la cara, una farola alumbraba vagamente desde el fondo volviendolo un contraste oscuro, déjandome el misterio de cuál sería su expresión en aquellos momentos. Se removió en su asiento hasta estar frente a frente conmigo, pudiendo analizar mis gestos incoherentes ante los suyos o mis pequeños escalofríos cada vez que me tocaba. Y es que no hay nada tan bonito como las mariposas que te provoca el primer amor en el estómago.
Aumentó la fuerza sobre las yemas de sus dedos y yo me erguí alarmada. La mano debajo de la falda, ardiendo sobre el frío de mis blancas piernas, al limite de tocar mi feminidad. Y yo sentía que debía hacer algo, ¿quizás tocarle a él? Pero mi cuerpo estaba inmovilizado y mis sensaciones rugían ya a flor de piel. La excitación de una caricia, la inocencia partícipe.
Se inclinó con la suavidad de una hoja sobre mí y junto sus labios con los míos. Su mano libre llegó hasta mis caderas y me alzó poniéndome seguidamente sobre él. Mis piernas rodeando sus caderas, sus manos, una debajo mía la otra recorriendo el camino hasta mis glúteos. Seguía hundida en el beso, tierno y mojado, sentido y culpable de las cosas que pasarían a continuación. Una estrella cayó distante en el fondo, impasibilidad la nuestra ante su presencia. Él rió bajo mis labios, "la lluvia de estrellas ha comenzado" el sonido de nuestros besos callándolo "quiero follarte aquí mismo" y volvió a reir deseoso. Mis manos le abrazaron la nuca guiadas por la intensidad de mis sentidos a la vez que él apretaba una de mis nalgas.
Perfecto movimiento digno de llamarse "meter mano", pero bien recibido por mi cuerpo. Sentía que mi temperatura corporal subía a medida que él me soltaba y volvía agarrar, el fuego avivado por él, carbón de mis deseos. La mano debajo de mí cobró vida de repente, haciendome caer en que lo notaba realmente presionando mi intimidad no era otra cosa sino su bulto erecto desde que me senté sobre él. Un escalofrío me recorrió al pensarlo, todo se volvía real y la ensoñación me avisaba de que esta fantasía se estaba cumpliendo. Musité su nombre entre besos, mientras que sus dedos cogían fuerzas para después tocarme en mis braguitas.
Comenzó a hacer movimientos circulares en ellas, adentrándose cada vez más entre mis labios...y no los de la cara. Eché la cabeza ligeramente hacia atrás ardida y él pasó sus besos al cuello, continuando allí su cometido. Pequeños besos sueltos y alguna lamida, y mi excitación crecía y crecía. Por el rabillo del ojo pude ver el cielo, espectacular e ignorado en pleno desfile de luces.
Un gemido dulce batalló el silencio y le escuché reirse por lo bajo, su boca en mis clavículas. Sus dedos se alejaron de mi feminidad y dejaron libre a la bestia; con la mano que antes sujetaba mi nalga me agarró el cuello y me atrajo hacía sí. Me miró a los ojos enloquecido, cachondo hasta la saciedad, y observó los míos mientras introducía su miembro en mí.
Nunca había sentido tal dolor y satisfacción, placer del bueno con el aspecto del pene del chico sobre el que estaba posada. Mis manos apretaron el respaldo de su asiento, mis dientes maltrataron mi labio inferior mientras él hundía su rostro en mi cuello. Gimió mientras aumentaba el ritmo, gemí al sentirlo en mi interior. La falda estorbaba y se había convertido en un burruño en mi cintura, mi ropa interior estaba simplemente echada hacia un lado. La mano que antes yacía bajo mi cuerpo estaba libre ahora y buscó amarrarse a uno de mis pechos, que lo esperaban ansiosos. "Eres preciosa..."
Aumentó la fuerza y rebajó el ritmo, pasando a unas profundas embestidas. Mis gemidos más activos que nunca, intentando morir en mi garganta. "No los aguantes, quiero escucharte" me gruñó. Cerré los ojos testaruda y él me dió más salvaje, consiguiendo que mil y un gemidos saliesen por fín de mí. Agudos, tiernos y...según yo, ridículos, pero a él le encantaban.
Gemí su nombre cuando pude hablar, cuando él se cansaba y la velocidad decrecía. Me eché hacia atrás e impartí yo las siguientes embestidas, tomando las riendas y pretendiendo hacerle acabar teniendo la experiencia sexual más magnifica.
Boté sobre él como si supiera qué estaba haciendo ( a pesar de ser una desconocida total para cualquier experiencia sexual que se me mencionase ), y jadeé su nombre mientrás escuchaba su respiración a punto de correrse. Agitada y acelerada, justo antes de sacarla de mí y terminar sobre mi vientre, haciendo una orquesta de sonidos entre sus gruñidos y mis gemidos.
Música para los oídos de la noche, finalizando la obra con la última estrella tintineante.
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Fantasías de Jazba.
FanficNO LO LEAS. [...] UPDATE: Ten en cuenta lo siguiente: La primera fantasía que te vas a encontrar fue escrita hace varios años (razón por la que no me siento excepcialmente orgullosa pero la dejaré publicada porque ha recibido bastante atención). Seg...