Salí de trabajar un viernes a la noche, comencé a caminar rumbo a la parada del colectivo mientras empezaba a sentir el cansancio del cuerpo. Había sido un día largo y lo único que quería era llegar a casa para poder tomar una cerveza. Al doblar la esquina pasé por un bar, cerrado como la gran mayoría debido a la cuarentena, pero una ventana estaba abierta, dejaba entrever una barra llena de bebidas, unas hornallas prendidas a modo de calefacción y un vaso de lo que parecía ser whisky; un chico estaba sentado, tocaba la guitarra y cantaba con los ojos cerrados. Me detuve a observar y aunque el vidrio no dejaba pasar el sonido, sentí que podia oír la música. En ese mismo instante miles de pensamientos cargados de nostalgia vinieron a mi mente, uno de ellos es el habitual asombro por la variedad de la vida, lo dijo Fitzegerald una vez y nunca dejó de resonar en mi mente.