Parte dos de Beautiful War

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Shannon creía que si mirabas en dirección a la piscina, no encontrarías un sitio vacío ni para hundir un pie en ella. Era un mar atestado de niños con googles y flotadores en los brazos, empujándose y gritando a todo pulmón mientras deseaban entrar al menos un momento en el agua apenas fresca de la piscina principal. Sin embargo, a pesar del ambiente poco agradable que podría haber allí adentro, Shannon se detuvo unos minutos frente a la verja de metal que separaba la acera del lugar de esparcimiento, mirando con ojos brillantes las pelotas inflables y los puestos de helado y limonada de adentro. Su madre se detuvo a su lado mientras llevaba al pequeño Jared, de unos siete años, de la mano.

“¿Te gustaría ir a nadar esta semana?” Su madre preguntó, mientras depositaba la bolsa llena de víveres en el piso y se hincaba a su lado, dejando que el menor se acercara también a observar.

“Sí, ¿podemos ir ahí?”

“Hum… sabes que no puedo pagar eso.” Los dedos de Shannon se afianzaron en el alambre caliente, la mirada se perdió de nuevo entre la muchedumbre. La joven madre comenzó a planear una forma de complacer al pequeño. “Pero quizás podamos hacer algo para arreglarlo.”

Así, tres días después, Constance y sus dos hijos emprendieron el viaje a casa de unos amigos, cuya locación quedaba, fortuitamente, en la zona costera. Hacía mucho tiempo que no salían, y la última vez que visitaron una playa Shannon apenas había aprendido a caminar y Jared era un bebé de brazos. Prácticamente eran las primeras vacaciones de verano en las que salían como familia. Tan pronto como llegaron, Shannon corrió por la arena brillante y caliente mientras se quitaba la camiseta, y se zambulló en el agua. La piel se le tostaría y la ropa quedaría llena de arena, pero esos eran detalles que carecían de importancia para un niño. O para casi todos. Cuando Shannon volteó para preguntar a su hermano si quería hacer una carrera hacia la boya más cercana, no lo encontró tras de sí. A lo lejos, hecho un ovillo en la orilla mientras la brisa salada le volaba el cabello, Jared le esperaba tranquilamente, trazando con los dedos figuras en la arena, antes de que murieran arrastradas por el viento. Shannon se apresuró para ir hasta donde se hallaba su hermano, chorreando por todo el camino.

“¿No vas a entrar al agua?”

El menor no respondió, optando por recoger una pequeña concha entre sus dedos delgados, retirando la arena del diseño de grietas en su superficie mientras negaba con la cabeza.

“Jared,” Shannon se sentó a su lado, ignorando la rara sensación de la arena adhiriéndose a sus piernas húmedas “¿qué sucede?”

Su hermano volteó hacia él, frunciendo sus labios diminutos.

“No sé nadar, Shannon.”

Para ser honesto, el mayor no se planteó que nunca se habían tomado el tiempo para enseñarle a Jared a nadar. Él mismo había aprendido de sus amigos, pero su tímido hermano nunca saldría a jugar con ellos, y eso contaba las veces en las que Shannon lograba escaparse a la piscina de uno de los chicos más pudientes de su clase. No recordaba que hubiese sido especialmente difícil, y si lo había aprendido sin grandes obstáculos, entonces pensaba que tampoco sería complicado enseñarle a su hermano.

“Ven conmigo, arreglaremos eso ahora mismo.”

Caminaron entre las olas hacia un nivel más o menos profundo, a pesar del notable miedo de Jared. Shannon lo tomó de ambas manos y le ayudó a flotar, brindándole la firmeza que el menor necesitaba para deshacerse del temor inicial, y la sonrisa que le aseguraba que no lo soltaría en absoluto. Necesitaron de varias clases e intentos fallidos para que el ojiazul pudiera desplazarse sin problemas en el agua, pero ese verano tuvieron el tiempo suficiente para perfeccionar los errores.

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