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El demonio lo observaba desde que era un joven perdido en la angostura de la vida, cuyo destino marcado y predilecto era el castigo que lo martirizaba día tras día, por cargar con la maldición que lo hacía más humano: su consciencia.
Lo seguía a cada paso, durante los días lluviosos y las noches calurosas también; sobre su hombro, bajo su cama, escondido entre los arbustos durante las noches que el joven Itachi salía a caminar para ver a otro hombre, lejos del ojo público.
Después de la oportunidad en la que descubrió que la carne de un hombre podía saciar —temporalmente— sus ansias de pecado, comenzó a frecuentar a su amigo, para explorar su cuerpo y saber que podía estar durante horas enviciándose con la sodomía
No fue hasta que el jovencito pelirrojo que Itachi se follaba se hartó de él, que se obligó a dedicarse al sacerdocio y a llevar una vida célibe. Esa fue el destino que se le asignó, él no tenía potestad para cambiarlo.
Sí, el demonio sonreía en las tinieblas desde las que observaba la desesperación de Itachi acrecentarse. Durante las noches más tormentosas se dedicaba a lanzar versos a sus oídos para que el joven Uchiha cediera a su capricho de quitarse la vida, pero la devoción que tenía Itachi por seguir vivo y consumirse en transgresiones era más fuerte que el anhelo del demonio por poseerlo.
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—... Estén alerta y oren para que no caigan en tentación. El espíritu está dispuesto, pero el cuerpo es débil —cerró el grueso y viejo testamento de la palabra divina sobre el ambon.
Alzó una hostia y la comió, tomó un trago de vino y alzó la copa, luego se colocó al frente para comenzar a repartir el cuerpo y la sangre de Cristo a cada uno de sus congregados.
Uno tras otro pasaban frente a él para recibir la pequeña porción divina que presuntamente los salvaría del pecado.
El último hombre en aquella larga fila tenía una intensa mirada, clavando sus pupilas rubíes en el sacerdote, y este no faltaba en corresponderle nervioso a aquellos ojos que lo determinaban con cautela.
Las largas pestañas bajaron avisando que los párpados se cerraron cuando la boca del elegante hombre admitió la hostia, Itachi no pudo evitar tragar seco, al sentir la sutileza de la lengua ajena rozando sus dedos, luego bebió el vino, dejando derramar una gota de sus labios cuando despidió una sonrisa.
El sermón del domingo había terminado, y como se sabía, las hermanas de la iglesia se ocuparían de ordenar lo que hiciera falta. En cambio el sacerdote tenía derecho a un descanso, así que buscó refugio en su modesto despacho para admirar la vista del prado verde que rodeaba la iglesia.
La espesura del bosque se teñía de negro conforme se fuera perdiendo la luz de sol hacia él, por eso los dos faros rojos que se encendieron brevemente no pasaron desapercibidos de Itachi. Se levantó en el acto, y de no ser por el cristal de la ventana, hubiera atravesado el umbral para correr tras el singular hallazgo.
Esa mirada la había visto antes, pero no tenía manera de identificar adecuadamente el sentimiento que generaban en su ser. Sus pensamientos eran difusos, sin darse cuenta la vista comenzó a fallarle cuando él reflejo del último hombre al que bendijo se dibujó sobre el cristal, justo a su lado.
Se giró pretendiendo encararlo, pero estaba solo, como en un principio creyó. La extraña presencia que se cernía sobre él, abrumadora y densa, coagulaba el aire haciéndole imposible respirar.
Se descolgó el rosario que siempre permanecía bailando en su pecho y con sus dedos comenzó a tomar una cuenca tras otra rezando, implorando al Dios de los cielos que lo protegiera de aquel espectro maligno que emergía lentamente de la nada, apretando sus parpados para no ver a la creatura que lo atormentaba.
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Capita et Caudis [ShisuIta]
Fanfiction"El mundo es un escenario y todos nosotros actores." -Shakespeare. Nacemos para desempeñar un papel, por lo que no era de extrañarse el que naciera en aquella familia conservadora, y muriera en su labor como sacerdote. Capita et caudis: Cara y Cruz.