Fourteen Flowers (Hamilton | John Laurens)

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27 de agosto de 1782, Combahee River

Supo que era el final cuando no pudo levantarse de nuevo. Sus hombros se sacudían por la combinación del frío de la lluvia y la hoguera dentro de sí debido a la fiebre. Las gotas de sudor que caían por su frente bien podían ser de sangre o incluso el mismo rocío nocturno que se estaba cerniendo sobre él. El galope de su caballo se escuchaba lejano como una vieja canción, una que iba perdiendo al igual que la visión y los gritos de varios soldados a su alrededor. Se estaba muriendo.

Giró el rostro, su mejilla golpeaba la hierva mojada, los mechones rubios se salían del lazo que tanto le costó sujetar porque, antes de partir, le temblaron las manos. Consigo se llevó la última mirada al mundo de los vivos, el amante de la naturaleza había recolectado como recuerdo final la memoria de una flor. Un escalofrío reptó por su espina dorsal, por un fragmento de segundo pensó que las ramas aplanadas de la flor roja habían sido las causantes del entumecimiento.

Luego creyó que habían sido los bordes dentados de los pétalos, ¿alguna vez estuvo listo para este momento? Había anhelado por tantos años la gloria, el honor, la muerte. Esa última era su amiga, su compañera, el destino al que había empacado liviano para ser recibido con los brazos abiertos. ¿O era él quien corría así gritando alguna de sus frases que definían la desesperanza implantada en su ser?

Era un epifilo.

Al cerrar los ojos y despedirse la pregunta de cómo reconoció a la flor sería una de las muchas que quedarían sin responder por lo que creía que serían años. Ya que después de la muerte -la otra vida-, el tiempo pasaba de manera diferente.

—¡Jackie! -y las miles de palabras de agradecimiento que recitó en su cabeza fueron las únicas que necesitó para saber que estaba en el lugar correcto.

Había reconocido la voz de su madre.

-¿Estamos finalmente juntos? -el quiebre en su voz se sintió real, el abrazarla también, caer de rodillas y ser capaz de distinguir los pequeños brazos de su hermano rodeándolo, fue una experiencia que sabía y nunca iba a olvidar.

¿Estaba en casa?

Alrededor de los años había perdido tanto que pensó que la vida lo odiaba, que esforzarse para terminar siendo polvo como el resto no valía la pena. Por qué mejor no ahorrarle el trabajo y reunirse pronto con quienes lo amaban. Dejar de lamentarse y vivir estando muerto. Debido a que en cada paso que había dado había sido como bailar sobre dagas, estar muerto en vida.

-Hubiera querido llevarte flores.

-Martha -susurró y levantó el rostro, al pestañear se dio cuenta que sus mejillas estaban cubiertas de lágrimas-. Mis disculpas no te valen nada, si sirve de algo... nunca me arrepentí de darle mi apellido.

-Esperemos que ella piense lo mismo cuando crezca.

-Que me dé la paz es más que suficiente.

«1791»

El lugar ese era cómodo cuando se lo proponía. Once años habían pasado y aún no podía encontrar la diferencia entre esos y una hora. Era como si nunca hubiera abandonado el mundo de los vivos. Su esencia continuaba intacta, pasar el tiempo infinito con su madre y Jemmy era más de lo que podía desear.

Era feliz.

Le habían dicho que eventualmente las flores deberían de llegar, pero en todo ese tiempo ninguna llegó a sus manos. Quizá se habían perdido en el camino o no las había notado. Tampoco podía culpar a las personas si no querían recordarlo. El dolor de una pérdida era mucho más profundo que el alivio de un muerto.

In the Winter's Trail - one shots lamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora