Ambos tomaron asiento al lado de la ventana, uno frente a otro. Los otros dos espacios del grupo de cuatro fueron ocupados por los bultos que habían decidido traer consigo. Allí estaba la bolsa negra de deporte donde Shoto había encajado sus cosas. Era un modelo bastante básico, con dos finas líneas blancas atravesando la superficie oscura cerca de la parte superior. Momo no había traído mucho más consigo; su única pertenencia era un capazo parecido a los de playa, de tamaño grande, adornado con dos pompones rosas atados al asa que bailaban y se enredaban con cada movimiento del tren.
Shoto aprovechó para mirar los edificios de Musutafu una última vez. Descubrió, nada sorprendido, que dejar aquel lugar no le producía ningún sentimiento cercano al disgusto. Tan solo tenía que recordar los años que había vivido entre aquellas calles para alejar cualquier arrepentimiento de su cabeza. Las imágenes de sus hermanos que se proyectaron en su cerebro consiguieron despertar en sí una pena muy superficial, un pequeño malestar nada arraigado que pronto olvidaría.
Momo, sin embargo, era la viva imagen de la inseguridad. No habiéndose saltado las normas jamás, el escaparse de su casa en una fría madrugada de sábado estaba consumiendo sus nervios. Su interior en aquel instante era como un maremoto de agobio y estrés acumulados a lo largo de apenas una hora. Se sentía tentada a levantarse y pedir a gritos que parasen el tren, ahora que todavía estaban saliendo de la ciudad. Aunque la distancia hasta Tokio no era demasiado larga, aquello seguía siendo, sin discusión, una huida.
- ¿Estás nerviosa? – preguntó de repente Shoto.
- Sí, lo cierto es que sí – Momo no quería mentirle -. Me es imposible no preguntarme si estoy haciendo lo correcto.
- No es lo correcto – respondió él -, pero sí es lo que deseaste.
Ella se detuvo un segundo a reflexionar sobre aquello. Shoto todavía no hablaba con frases demasiado largas y tenía problemas a la hora de transmitir ideas complejas o abstractas. Abandonar de manera irregular su hogar era una mala decisión; pero había sido su decisión. Momo se dio cuenta de que, por primera vez en quince años, había desobedecido deliberadamente una norma que conocía. Sabía que no debía escapar con Shoto, y, sin embargo, había tenido el valor para llevar a cabo su escape. Y lo más importante, había tenido éxito en el proceso.
Había priorizado sus instintos humanos a las leyes impuestas.
Sus nervios parecieron serenarse. El mar que había en su corazón volvió poco a poco a la calma. Continuaba estando intranquila; ¿dónde irían? ¿Dónde se alojarían? El dinero no era infinito. Podrían permanecer unas noches en algún albergue no muy caro de la zona. Momo ni siquiera sabía cómo era Hinohara. ¿Tendrían algún lugar donde alojarse por un precio razonable? ¿Cómo vivirían los oriundos del lugar?
- Sigues estando preocupada. – observó Shoto.
- Por supuesto. Estoy pensando en dónde dormiremos. ¿Cuánto dinero has traído?
- No demasiado.
- Yo tampoco.
Aquello era una nueva sorpresa para ambos; descubrir que la escasez de medios económicos podía crear un estrés aplastante. Ninguno de los dos había tenido que prestar atención con anterioridad al dinero. Tanto los Todoroki como los Yaoyorozu eran familias acaudaladas, a las que les gustaba el lujo y la grandiosidad. El hogar de Momo era una gran mansión, de estilo más bien occidental, mientras que el de Shoto era una enorme casa de estilo tradicional japonés. Nunca había habido problemas de dinero en ninguno de los dos hogares.
Mientras el tren atravesaba un largo túnel y la oscuridad hacía que sus rostros todavía soñolientos se reflejasen con claridad en el cristal, los dos jóvenes cavilaron de manera independiente cómo superar los primeros obstáculos que aquella vida desarraigada les traería.
El tren llegó a Tokio a la hora establecida. El reloj de la estación marcaba las ocho y media de la mañana. A esa hora, el frío había disminuido y la temperatura era más tolerable. Shoto y Momo pusieron los pies en la gran ciudad y observaron alrededor durante unos momentos, tratando de localizar una estación de autobuses donde poder conseguir transporte hasta Hinohara.
Momo señaló finalmente con el dedo una flecha que indicaba la dirección.
Una vez allí, compraron los billetes en el edificio principal, una sobria construcción gris cuyo interior disponía de numerosos mostradores, la mayoría ocupados por empleados vestidos con un uniforme azul marino. Varios conductores pasaron por allí, con sus oscuros chalecos de lana reglamentarios, más de uno llevando un café humeante en la mano.
Esperaron pacientemente en la fila para subir al autobús. Poca gente se dirigía en esa dirección aquella mañana. El recorrido agrupaba otra serie de paradas antes de Hinohara, probablemente para hacer el viaje más rentable para la compañía. Tomaron asiento en la parte final del vehículo, a pesar de que este estaba prácticamente vacío.
Se pusieron en marcha hacia las nueve y veinte.
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Monocolor | TodoMomo |
FanficShoto Todoroki enmudece de manera voluntaria a la edad de seis años, queriendo encontrar un escape al yugo de su padre. Durante una década, construye a su alrededor una realidad alternativa, perfectamente moldeable a su antojo, que utiliza como escu...