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Un ráfaga de viento fría soplaba dirección noreste

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Un ráfaga de viento fría soplaba dirección noreste. La emblemática montaña Cerro de la Silla estaba envuelta en brumas espesas que serpenteaban a lo largo de la ciudad, entre los edificios taciturnos, bajo un cielo encapotado. Neminem elevó la mirada hacia el espectáculo, con una sonrisa leve, que conformaba un par de nubarrones opacos como el plomo desplazándose por la bóveda celeste.

Aspiró profundamente el olor a tierra mojada que mejoró su estado de ánimo. Adoraba el aroma que se desenvolvía entre las partículas de aire, que deseó tener a la mano una taza de café para disfrutar de una espléndida mañana como esta. Solo faltaba que, en la noche, un añadido más: una representación de relámpagos por encima de las montañas en un estampido fabuloso de colores electrizantes. Era un fenómeno natural muy habitual para los acostumbrados regios que disfrutaban de este tipo de espectáculos.

Sin embargo, en vez de estar sentado en su butaca al lado del ventanal, estudiando con disfrute un artículo de divulgación científica interesante, se encontraba en el estadio de carreras para profesionales del motociclismo, junto con otros muchachos entusiastas, quienes, detrás de una valla de acero, observando atentamente, desde las gradas, las pequeñas siluetas, que resultaban ser Patricio y Luis Carlos, recorrer en círculos completos las sinuosas carreras, a bordo de sus motocicletas.

Había una presencia que estaba de pie, a un metro de las orillas de las carreras, que Neminem no reconoció, pero supuso que era el entrenador de Patricio y Luis Carlos, por la manera en que analizaba sus prácticas con un ojo crítico, con el cronómetro en la mano, cronometrando el tiempo y la velocidad. Llevaba puesta una gorra azul marino con un símbolo estampado que no pudo identificar desde donde se encontraba, ataviado con unos pantalones de chándal grises, una chaqueta del mismo tono y una camisa blanca sin un diseño en específico.

Durante la trayectoria, Patricio y Luis Carlos estaban a la par en la carrera sin detenerse un minuto en descender la velocidad. Neminem pensó, con una pizca de diversión, que parecían un par de perros de carreras ansiosos, en pos de una competencia silenciosa con tal de hacer valer sus mejores destrezas físicas para ver quién era el mejor que el otro.

El entrenador, al entrever la actitud competitiva entre ellos, roló los ojos con exasperación, pero con un deje de entretenimiento, pues no se quejó ya que, al fin y al cabo, el programa de entrenamiento, en el cual estaban implicados, se trataba de fuerza, precisión y resistencia. Un poco de competencia no haría daño a nadie. Además, siempre se habían comportado de esa forma desde que tenía la dicha de conocerlos personalmente.

Tuvo la fortuna de conocer a Luis Carlos, presentado por el padre de Patricio en una ocasión ameritada, quien aseguraba vehemente, entre sonrisas complacidas, que, desde una edad temprana, había manifestado un talento excepcional en el arte de superar el rendimiento de los adversarios, ya que en una oportunidad rara vio a Luis Carlos ganarle a Patricio en una de sus apuestas de resistencia. No fue una sola vez, sino fueron tres veces, lo que hizo que el padre de Patricio se sorprendiese, porque tenía el conocimiento de que su hijo era muy difícil de vencer. Según sus palabras exactas, era un talento que no debía ser desperdiciado en absoluto.

El quid de la cuestión de géneroWhere stories live. Discover now