Prólogo

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Sus manos temblaban, su cabeza dolía, y la oscuridad cubrió todo a su alrededor. Se arrastró de a poco por debajo de los asientos, para al fin, salir al pasillo. Su cuerpo se congeló al sentir un bulto a su lado. Tenía miedo de ponerse de pie, tenía miedo de lo que sentiría, tenía miedo de morir.

Cerró los ojos y una sensación extrañamente conocida pasó de su estómago a su pecho, el llanto no tardó mucho para llenar su alma. Estaba desesperada, desorientada y con pánico. ¿Qué había pasado?, hace unos minutos todo estaba bien, como siempre.

Era solo otro día rutinario, ¿Qué hizo que todo cambiara tan abruptamente? Sintió un ligero movimiento, que a medida pasaba los segundos se hizo más intenso. Un ruido escalofriante resonó por todo el lugar, y la muchacha por instinto volvió debajo de los asientos.

Su respiración se agitó, mientras las cálidas lágrimas bajaban por sus mejillas. Algo aún más cálido bajó de su frente, ¿Qué era?, se tocó y sintió un pequeño dolor allí. Se había cortado. El movimiento cedió y ella suspiró aliviada, pero aun temerosa de lo que hubiera en el exterior.

Los quejidos de más personas la asustaron, luego se escuchó el grito de una mujer, luego más gritos y llantos. Ella siguió refugiándose bajo los asientos.

Las demás personas se pusieron de pie y corrieron de un lado para el otro, desesperadas. El vagón de metro se había transformado en una estampida de seres humanos mostrando su peor cara en una situación de riesgo.

Nuevamente el suelo se movió, pero esta vez más fuerte. El metro se tambaleó y un estruendo se escuchó encima de sus cabezas, y de un segundo a otro la techumbre se derrumbó encima de varias personas, haciendo que el silencio volviera.

—N-no—susurró la muchacha intentando no gritar. Pero ya se ahogaba sola por todas las lágrimas. Sabía que tenía que salir de allí, no podía quedarse. Tragó saliva y temblando nuevamente se arrastró, empujando un trozo de metal que había quedado entre los asientos y el piso.

Con cuidado de no pisar nada ni a nadie, tanteando con sus manos, se apoyó de cada pasa manos que recordaba y dando pequeños paso hizo camino hacia una de las puertas. Se apoyó en ellas asustada. Oía muchos quejidos, pero no tenía la fuerza o valentía suficiente para ayudar a alguien, solo quería salir.

Trató de abrir la puerta, pero no podía. No sabía qué hacer. Su respiración agitada y la falta de aire la estaban afectando.  Cayó sentada y cerró los ojos resignada. Era el fin, solo debía esperar la muerte con resignación, se arrepentía de no haberle hablado nunca y de no despedirse como correspondía de su familia. 

SubterráneoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora