Capítulo 18

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Punto de vista de Zelda

Los ajustes que le hice a Vah Rudania surtieron el efecto deseado y Daruk pudo controlarla sin ningún problema. Al menos algo iba bien. El éxito de los elegidos con sus Bestias Divinas me había hecho ver un rayo de esperanza asomar entre las nubes oscuras que se cernían sobre mí.

Link y yo volvimos a la posta de la montaña en completo silencio. Me atormentaba haberle tratado de aquella manera cuando intentó seguirme hasta el interior de Vah Rudania. Sabía que, en el fondo, él tenía razón; seguía las órdenes del rey, y el rey estaba por encima de la princesa. Aun así, me había dejado llevar de nuevo por el estúpido resentimiento que constantemente amenazaba con aflorar del todo. Si no lograba controlarlo pronto, la rabia que tanto tiempo llevaba contenida explotaría sobre alguien. Y lo más problable era que ese alguien iba a ser Link.

Y, aquella noche, mientras le observaba desde mi cama montar guardia junto a la entrada de la posta, sentí el impulso de correr en su dirección y disculparme. Sin embargo, no conseguí reunir el valor necesario para hacerlo. Con solo ver su espada, tenía la desagradable sensación de que el mundo a mi alrededor se desmoronaba.

A la mañana siguiente partimos hacia el castillo. Pararíamos allí para descansar y reponer los suministros del viaje.

Tras varios días en los que ni Link ni yo abrimos la boca para hablar, por fin llegamos ante el imponente portón de la Ciudadela. Y, una vez recorrimos las anchas calles atestadas de gente, entramos en los establos del castillo y dejamos a los caballos.

—No necesitaré tus servicios en unos días —le dije a Link—. Te haré llamar cuando decida continuar el viaje hasta el desierto Gerudo.

Él se me quedó mirando durante unos instantes que se me hicieron eternos, con aquella expresión tan irritante que parecía esculpida en piedra.

—Vuestro padre ha ordenado...

—No me importa lo que te haya ordenado mi padre —le interrumpí con brusquedad—. Eres mi escolta, y si te ordeno que me dejes en paz, lo harás.

A pesar de mis duras e hirientes palabras, su rostro permaneció impasible. Hizo una reverencia y, sin añadir nada más, se marchó de los establos.

Sentí enfado. Enfado hacia Link. Y también hacia mí misma.

                                                                                             ***

Después de pasar una parte de la noche dando vueltas y otra parte teniendo horribles pesadillas que me mostraban lo que ocurriría si el Cataclismo llegaba y yo no estaba preparada para afrontarlo, decidí salir de mis aposentos. Las primeras luces del amanecer empezaban a colarse despacio a través de mis ventanas, pero me dio igual. No soportaría estar ni un minuto más ahí dentro. Sin embargo, mi anhelo de notar el aire fresco en la cara se esfumó en el momento en que abrí la puerta y me encontré de frente con Link.

—¿Qué haces aquí? —le espeté—. Ayer te ordené que me dejaras en paz. Y hoy tampoco necesitaré un escolta. Tómate el día libre, si eso es lo que quieres.

Él se me quedó mirando como lo había hecho la tarde anterior, con aquellos ojos vacíos que no dejaban entrever nunca ningún tipo de emoción. Todavía me seguía preguntando cómo, en nombre de todas las Diosas, conseguía controlarse con tanta facilidad. 

Mi ira fue en aumento a medida que me iba dando cuenta de que no tenía intención de alejarse de mí.

—Vete —siseé—. Es una orden.

Hace 100 añosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora