"¿Qué soy?, ¿Quién soy?" pt.4

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Una noche, en un bar, conocí a un gay muy agradable llamado Sunny Suwanmethanon.

Era un escritor serio que pasaba apuros y conseguía sobrevivir gracias a los libros pornográficos que escribía. Sunny y yo nos hicimos amigos, no amantes. A través de él, conocí a otros muchos gays que formaban parte de un estrecho círculo artístico, de una especie de alta sociedad oculta. Les revelé a todos ellos mi verdadera identidad y descubrí que mi despido de Thongsook me convertía, de forma modesta, en una especie de mártir/celebridad. Y una noche sucedió que cierto acomodado y lascivo gay, que conocía a aquel círculo de gente, decidió que yo tenía que acostarme con él. Como necesitaba dinero, le dije:

—Creo que te costará 7000 baths

Así fue como me convertí en chapero. Era un chapero muy caro y muy exclusivo, nada de sodomías de 700 baths en habitaciones de hotel, nada de vender el cuerpo en la calle. No podía arriesgarme.

Nadie podía llegar hasta mí sin pasar por una pantalla de llamadas telefónicas.

Normalmente, cobraba entre 7000 y 8000 baths, y a veces más. Cada bath gastado en mí valía la pena y muy pronto tuve más trabajo del que podía hacer, pero no me hizo falta emplearme a fondo: a 7000 baths por cliente, con un par de veces a la semana tenía suficiente para satisfacer la sentencia de divorcio y pagar mis gastos.

Dicen que la carrera de los chaperos se acaba a los treinta, cuando su juventud se empieza a marchitar. Yo empecé a los treinta y cuatro y descubrí que existía un mercado pequeño pero consistente para cuerpos como el mío.

Los clientes con los que yo iba no buscaban faunos, sino belleza madura, ruda, furiosa y amarga. A veces también querían que les pegara. En el fondo, no soy un sádico, pero estaba lo suficientemente furioso como para parecerlo… Por siete mil baths le di a uno una buena paliza. Mis ganancias eran netas, porque no trabajaba para ningún chulo.

Había algo en la brutalidad de la prostitución que me recordaba que lo que estaba haciendo era sobrevivir, que los heteros acabarían conmigo. Cuando decía «veinte centímetros» era como plantar la bandera en Iwo Jima(3). Era, en cierta manera, mi primer gesto de orgullo gay. Uno de los motivos por los que me mantuve alejado de las calles es que, por aquel entonces, era más peligroso que nunca, y yo no quería ir a la cárcel.

El 28 de junio de 1969, justo después de que yo llegara a Bangkok, la policía empezó su ahora famosa ofensiva contra los bares gays. El primero en ser bombardeado fue el Stonewall. A lo largo de los meses siguientes, asaltaron y cerraron el Zoo, el Zodiac y veinte bares más, la mayoría de ellos en Watthana. Fue un año decisivo en la historia gay y —en cierta manera— también fue un año decisivo para mí.

La noche de la redada en el Stonewall, yo estaba trabajando por el barrio. Alguien llamó a mi cliente y le contó lo que estaba ocurriendo: saltamos los dos de la cama y nos acercamos a verlo con nuestros propios ojos, porque no podíamos creer lo que habíamos oído. La calle estaba llena de polis y de luces rojas parpadeantes. Lo más sorprendente, sin embargo, es que había centenares de gays enfrentándose a los polis. Durante años, habían huido, habían permitido que los pusieran contra la pared, habían soportado el acoso y las detenciones porque, en sus corazones, creían que aquél era su destino, pero la noche del Stonewall tomaron la decisión instantánea y desesperada de que ya habían tenido bastante.
Aquellos «mariquitas» tiraban piedras y botellas, se enfrentaban con las manos desnudas a la fuerza pública de Bangkok. Desafiaban a las porras a que les machacaran el cuerpo.

Observé todo aquello con una rabia y un dolor crecientes. Yo no bebía, pero aquellos bares eran los únicos lugares públicos en los que los gays podían ser ellos mismos. Ningún hetero podría entender lo importantes que eran para nosotros.

El corredor de fondo (adaptación OhmFluke) -Libro 1-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora