LOS CUENTOS DEL REY

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Las guerras del mar Várico fueron cruentas y largas. El rey Mario las había iniciado como una campaña de unificación. Hacía muchos años que las cinco tribus bárbaras habían sido una sola bajo mandato del rey Carlos, tatarabuelo de Mario. Tras la muerte del monarca, dos de sus generales dividieron el imperio con la punta de sus lanzas. cien años después, mario decidió reunificar su reino tal como siempre lo habían deseado su abuelo y su padre.

La guerra duro 50 años y sumió al norte en caos y fuego y aunque fue Mario quien la inicio, fue su hijo Jord quien logro derrotar a sus enemigos y juntar a las cinco tribus bárbaras en una sola.

Entonces... hubo paz, una larga y silenciosa que cubrió el fuego con la hierba fresca del campo, las enredaderas treparon sobre espadas y cadáveres en los llanos y los hombres tiraron sus arcos y flechas y las cambiaron por arados y molinos. El pueblo entero recupero color y ánimo.

Pero el rey Jord, que había sido concebido en la guerra y crecido con una espada en mano, se sintió aburrido y el tedio mismo lo cubrió funesto. Extrañaba en crujir de los escudos y el estridente pisotear de una caballería. Sus días de gloria fueron sellados en su corazón. La paz que el mismo trajo lo enveneno y espeso su sangre. Se vio postrado en cama como un viejo moribundo, aun cuando su juventud aún no se acababa.

Preocupados por la salud de su rey, sus generales y consejeros más fieles, se reunieron con prontitud y angustia, sabiendo que, si hacían nada, el rey moriría y con su muerte, la paz también lo haría. Sabían que los señores de Malvarheim y Glacioheim, no dudarían en intentar tener el control absoluto de sus tierras y la guerra volvería a las vidas del pueblo de Negoheim.

Postrados a los pies de su rey, sus fieles súbditos oyeron lo que el cargado corazón de Jord tenía y lo que apesadumbraba su alma. No fue coa rara que sus súbditos se extrañasen que su peor miedo fuera lo que su rey más deseaba y aunque sabían que no podían complacerlo a costa de la vida del pueblo, sabían perfectamente que debían hacer algo para que el rey no falleciera de tristeza. Intentaron de todo, contrataron músicos que llenaron de folclor el cuarto del rey, llevaron actores que interpretaron bellas piezas teatrales e incluso bellas damas que le servían al rey como consuelo... pero nada de eso funcionó, la salud de Jord seguía decayendo poco a poco y hasta su pelo, que refulgía dorado como el sol, empezó a blanquear antes de que fuera su tiempo.

Sintiendo rigor de la guerra en sus espaldas, los consejero y siervos más leales de Jord volvieron a juntarse en consejo, sabiendo que nada de lo que habían hecho había servido nada nada y que los señores conquistados empezaban a sospecharlo.

—qué más podemos hacer para levantarle el ánimo si ni el alcohol ni las bellas damas pueden hacerlo? —dijo uno de sus generales— creo que deberíamos empezar a pensar en una estrategia más ofensiva y que el dominio de los sureños no caiga a pesar de la ausencia del rey hasta que su hijo sea o suficientemente grande para que tome el trono.

—no, siendo así, solo haremos que sus yugos sean más pesados, provocando así que quieran quitárselo mucho antes.

—aún hay algo que falta por hacer —dijo el consejero más viejo de todos y el que había sido tutor de Jord en su niñez—. Jord siempre ha sido un aficionado a la aventura y cuando no quería dormir, su nodriza solía contarle las historias de nuestros dioses y de los antiguos reyes... eso siempre lograba animarlo...

—sugiere que le contemos cuentos? —dijo uno de sus generales exaltado por lo burdo de la idea.

—pero ¿quién? —dijo otro consejero— ¿no es el hombre que posee más historias de aventura en estas tierras? Y, si nosotros tratáramos de contarle una nuestra... ¿no fue el testigo de todas nuestras aventuras en batalla?

CRÓNICAS DE MAR Y TIERRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora