Mi sangre se heló al escuchar esa simple pregunta. "¿cuál es tu mayor miedo?", a algunos les atormentaba la idea de su muerte o de perder a algún ser querido, otros tenían miedos menos profundos, como los insectos o los roedores. Yo no podía catalogarme en ninguno de esos miedos, pues mi mayor temor era alto tan suave y delicado como lo era su voz. Esa voz que tantas veces me dio consuelo, que pronunció las palabras adecuadas para reparar mi herido corazón y que, sobre todo, me dio una cruel y despiadada despedida.
—Le temo a su voz, sé que con un simple "regresa" voy a estar a sus pies, seré nuevamente de su propiedad y no podré escapar una segunda vez.— se sinceró con un ligero temblor en todo su cuerpo, repasando cada memoria al lado de él, temiendo por perder lo que más había deseado: su libertad.