Diez.

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Su corazón latía con gran fuerza y su mente trataba de mantenerse tranquila repitiéndose una y otra vez que él estaba bien, que sólo había sido un golpe pero aún así sus manos parecían entender otra cosa, ya que no habían dejado de temblar en todo el camino al hospital.

Cuando su madre logró estacionar el auto, ni siquiera esperó a que dijera algo; simplemente bajó rápidamente y entro al hospital dirigiéndose hacia la sala de emergencias.

—¿Donde está?— preguntó al padre del rizado cuando lo vio sentado en una de las sillas metálicas.

—Está adentro. Su madre está con él. No te preocupes, hijo. Emilio está bien— le dijo al ver cómo el castaño aún seguía con sus manos temblorosas en un intento de parar su preocupación. No lograndolo, por supuesto.

—¿Puedo verlo?

—Ah, claro. Supongo que sí; dudo mucho que te digan algo— Joaquín asintió y sin esperar a más entro empujando las puertas  de la sala de emergencias.

Lo primero que vio fue varias camillas pegadas una a lado de las otras; algunas personas se encontraban ahí descansado y otras estaban siendo atendidas por enfermeras o enfermeros. Justo cuando su vista cayó sobre una camilla, la enfermera que estaba curando a esa persona, se quitó y y pudo localizar a su mejor amigo detrás de ella.

Apresurando sus pasos, camino hasta la camilla donde estaba Emilio y lo abrazó fuertemente sin importarle todo lo demás. El rizado un tanto confundido de ver ahí a su palmerita, lo abrazó de vuelta.

—Eres un tonto, Emilio— le dijo sobre la tela de su playera aún abrazado a él y metiéndose entre sus piernas, sin darse cuenta de ello.

—Wow, cuanta agresividad.

—Te la mereces por idiota— después de unos segundos se despegó del abrazo, aunque aún mantenía sus brazos a su costado—. Te dije mil veces que tuvieras cuidado.

—Y las tuve de verdad, Joaco.

—Si las hubieras tenido no estarías aquí— y por primera vez desde que llegó a emergencias, se permitió ver bien la cara de su amigo. En su frente parecía tener un pequeño corte que ya había sido atendido. Hizo una mueca.

—Hey, Joaquín— tomó su barbilla y lo miró a los ojos—. Estoy bien, de verdad— él menor soltó un suspiro pero aún así siguió abrazado a él. Así que aprovechando la situación, el rizado lo tomó de la cabeza y le dio un casto beso en la frente. Joaquín se relajó.

—Humm— la madre del mayor carraspeó llamando la atención de ambos chicos. Aún así no se soltaron, sólo levantaron su vista para ver a la mujer—. Emilio ya nos podemos ir, en una semana vendremos para que te quiten las puntadas— le dijo. Emilio asintió y aunque Joaquín no quería, tuvo que despegarse para que su amigo pudiera bajar de la camilla.

Con un pequeño salto, Emilio ya se encontraba a su lado y por inercia tomó la mano del menor saliendo de esa manera por la puerta de emergencias.

Ya en la sala de espera, Niurka fue hacia la recepcionista para pagar por la atención brindada a su hijo mientras que ambos chicos se fueron hacia una esquina del hospital.

—Lamento haberte preocupado— sus manos aún seguían unidas y Joaquín las tenía jugando entre ellas.

—No sabes el miedo que tuve cuando tu hermana me lo contó.

—¿Te enteraste por Romina?

—Sí. Te había enviado un mensaje para que nos pusiéramos de acuerdo para el proyecto de Ciencias pero como vi que no me respondías mejor fui a tu casa. Supuse que estabas ahí porque me dijiste que estabas tomando clases de manejo con tu papá.

Underneath the moonlight [Emiliaco] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora