diecisiete

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     Los pájaros habían dejado de cantar hacía rato.

     Sus respiraciones eran entrecortadas, el sudor resbalaba por sus sientes, sus pechos se henchían con más rapidez a medida que se movían y pequeños gemidos de cansancio escapaban de sus bocas con cada golpe de aire que recibían contra el rostro.

     Louis buscó la mano de Harry y tiró de él, provocando que ambos cayeran de rodillas contra la tierra, manchándose los jeans de tierra y hojas húmedas. Louis apretó su espalda contra el tronco de un gigantesco árbol y rodeó a Harry por la cintura con fuerza para atraerlo contra su pecho. La espalda de Harry estaba empapada de sudor y su camiseta pegada a su piel. A Louis no le importó porque él se encontraba en el mismo estado. Harry se acurrucó atemorizado contra él, Louis lo encerró entre sus brazos y enredó sus piernas con las de Hary. Ladeó la cabeza y trató de ver el camino que habían dejado atrás. Había un camino de plantas muertas y ramas caídas pero no había rastro de presencias hostiles.

     Louis dejó escapar el aire acumulado en los pulmones y dejó de apretar Harry contra si con tanto vigor.

     ―No está. Ya no… Ya no nos si…

     ―¡Shhh! ―Harry le tapó la boca con la mano y le lanzó una mirada de advertencia por encima del hombro. Con un dedo se señaló la oreja y a continuación señaló en dirección a los árboles que quedaban tras ellos.

     Louis dejó de respirar.

     Pasos. Otra vez. Procedentes de alguna parte. De todas partes. Ramitas partiéndose, hojas siendo troceadas, un bramido, la sangre en las venas de los chicos congelándose, el uno temblando contra el otro, un rugido y un fuerte golpe y  el silencio regresó.

    Permanecieron quietos durante diez minutos más. Sólo cuando los pájaros regresaron a sus nidos y sus cantares retomaron el hilo perdido Harry y Louis se pusieron en pie, y aún con el miedo dominándoles, dieron un paso al frente.

     ―Harry.

     Harry ladeó la cabeza ante la voz suplicante de Louis. El chico de ojos azules extendió su mano hacia él y Harry la tomó con una débil sonrisa.

     ―Vamos a casa.

     Unidos como un barco a su brújula, Harry y Louis anduvieron en silencio y vigilantes en dirección a la casa del bosque.

     Cada dos minutos, uno de los dos giraba la cabeza para asegurarse de que no los seguían. Si alguien o algo descubría su lugar secreto, éste sería destruido hasta que sólo quedaron cenizas de él. No podían arriesgarse a perder lo que juntos habían construido.

     Louis apretó la mano de Harry y él le devolvió el apretón. Mientras los pájaros cantaran y los rayos del sol se filtraran entre las ramas no habían de preocuparse por nada. El momento en el que debían dejar sueltos sus temblores era cuando el sol se ocultaba tras las nubes, temeroso y sintiéndose pequeño en el universo, y cuando los pájaros huían lejos de sus pequeños refugios.

     ―Louis―Harry se detuvo y Louis, que estaba mirando hacia atrás, chocó contra él―, ¿qué es eso?

     Los ojos de Louis vagaron por el rostro confundido de Harry antes de sentir el latir de su corazón acelerarse vertiginosamente.

     Nunca había visto algo tan sorprendente y hermoso a la vez.

     La casita del árbol se encontraba resguardada por miles de mariposas que formaban una bóveda. Eran protectoras, ángeles de la guarda.

    Con valentía, Louis dio un paso al frente.

     Las mariposas se hicieron a un lado, pero el espacio aún no era lo suficiente grande para que Harry y Louis pudieran pasar.

Mariposas Perdidas | Louis & HarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora