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Era una fresca mañana; muy soleada, los primeros rayos de sol se extendían por la parte este del páramo y como de costumbre, las criaturas mágicas empezaban ya a circular por todos lados.

—¡Hey, Priscila!—Llamó un troll. Éstos seres eran tan diminutos, del tamaño de la palma de un hombre adulto, eran de colores variados y brillos, no todos eran iguales, cada uno tenía una particularidad.

—El día es bastante soleado, vayamos a la laguna—Sugirió como acto de cortejo, pero era bastante malo que la troll trataba de no ser grosera al negarse.

—No—Respondió y se marchó. ¡Eso es todo Priscila!

“¡UN LADRÓN, UN LADRÓN! ¡SE LLEVA UNA UNAKITA!”
Se escuchó el grito de un Troll a unos kilómetros.

Más miradas se dirigieron al troll y fueron testigos del infame que intentaba inútilmente escapar. Pero ¿cómo había entrado al páramo aquél Drow? se preguntaban algunos.

Y ¿Qué es un Drow? Te preguntarás tú. Bueno, son elfos bastante peculiares. Sus piel es gruesa y arrugada, sus orejas son muy puntiagudas y normalmente no son tan simpáticos, no se dejan dominar a menos que no sea un líder de su propia especie.

Esta criatura al parecer bastante joven y torpe, saltaba y esquivaba a los diminutos trolls que intentaban atraparlo y hacerle regresar la unakita que había tomado sin autorización.

—¡LLAMEN AL PROTECTOR!—gritó una troll bastante asustada. Casos así sólo ocurrían una vez en tres meses, por ende, el miedo ante acontecimientos así era evidente.

—¡NO!—Gritó el jefe de los troll, alguien bastante viejo.

Los líderes trolls se elegían por su edad y sabiduría, todo lo contrario a un protector del páramo, quién debía ser alguien joven, fuerte y audaz.

—¡Ramón, Valeria, y los demás, vayan al punto de ataque, como lo practicamos! ¡ya ya ya!—Gritó el líder

Ocho trolls corrían por las orillas de sus calles, llevaban lanza papas, otros cuatro estaba en un puente, esperando a que el ratero pase por ahí para liberar la prensa de agua y tratar de detenerlo.

—¡Dale, Octavio, desata ese nudo ya!—Gritó otro troll desde el otro lado.

El ratero corría con una sonrisa burlona, estaba a punto de salir de allí, sólo debía pasar la prensa de agua. A unos instantes de saltar, su cuerpo fue bloqueado y arrojado a un lado.

Su cuerpo mugriento y arrugado rodó por la terracería causandose más raspones en la piel.
Claramente una fuerza mayor había causado aquello.

Los trolls salían huyendo en gritos y el ratero se quedó en el suelo apenas recuperándose del impacto.

—¡Maldición!—Su brazo le dolía y por el momento no sentía el pie izquierdo, echó un vistazo a su pie y efectivamente, una rama bastante corriosa había traspasado su pantorrilla.

El polvo se esparcía y ante ello una enorme capa negra, unos cuernos filosos y dos majestuosas alas hicieron aparición.

Los rayos de sol le apuntaban directo a los ojos y no le ayudaba, pues no veía su rostro, pero sabía quién era.

—Mi gente te recibe con los brazos abiertos y así es como nos pagas, intentando robar, por qué no me sorprende—Fue la clara voz de un hombre enojado y decepcionado.

—Mi-mi señor...no, no es así, yo— tenía que disculparse o la muerte lo visitaría justo ahora
—Verá, yo sólo...

—Ya callate—Ordenó el protector del páramo. Sí, era él en cuerpo y alma.

MALÉFICO: DUEÑO DEL MAL |KOOKMIN| 1960Donde viven las historias. Descúbrelo ahora