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3 LA VERDADERA HISTORIA DEL CONDE DRACULA O EL INFORTUNADO VAMPIRO DE CARMELA SAMPAYO
ISAÍAS LORENZO GONZÁLEZ PÉREZ
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COPYRIGTH ISAIAS LG.2011
A: Yeila y Glorialis
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PRIMERA PARTE CAPÍTULO I EL BULTO POSTAL
7 Recién habían tocado las 12 campanadas en el campanario de la Iglesia y en el sótano de la mansión de Carmela Sampayo, se escucharon ruidos inusuales para aquella hora. Los sonidos provenían de un gigantesco baúl forrado en cartones y papel de envolturas. La caja aún conservaba las cuerdas, sellos y lacres con que fuera empacada. Al iniciarse los ruidos, el perro de la casa comenzó a ladrar con nerviosismo, y tiraba de la cadena fijada a un tamarindo en el patio. La gata se engrifó, y como alma que lleva el diablo se lanzó a todo correr por el patio; trepó por el árbol y se escabulló como una exhalación sobre los techos de la vecindad. Los pájaros comenzaron a trinar en sus jaulas, y saltaban agitados golpeando las paredes de sus pequeñas cárceles. Carmela tenía el sueño pesado, y tardó en despertarse a pesar del bullicio de los animales. Al fin se despabiló, prendió la luz del cuarto y se dirigió al patio para callar al perro. Este no respondió a sus órdenes y continuó ladrando en dirección a la puerta del sótano
.Algo grave ocurría presintió, el perro nunca le había desobedecdo. i La mujer vivía sola en la inmensa casa. Era una mujer de temple no tenía miedo de vivos ni de muertos. Había alcanzado los grados de coronela en la guerra del Atlántico, y no fue como sanitaria ni oficinista. Sirvió en la infantería, en primera fila del combate repartiendo sablazos y tiros como el hombre más bragado. No era
8 una dama de blanditas o lloriqueos. Sino de armas tomar, en la estricta acepción de la palabra. Miró hacia la puerta del sótano y regresó a la habitación, sacó del escaparate una lámpara y un revólver. Debía averiguar qué rayos pasaba en el sótano. Sospechaba la entrada furtiva de algún forastero. Pues un ladrón del lugar nunca se hubiera atrevido a entrar en aquella casa. El riesgo de recibir un balazo o ser decapitado de un sablazo por la valiente mujer, era algo que disuadía a los cacos más temerarios. Abrió la puerta del sótano y aguzó el oído antes de encender la lámpara. Entonces escuchó; eran sonidos sordos y pesados, parecidos al escarceo de cuando se arrastra un saco. Prendió la lámpara, levantó el revólver y bajó las escaleras de madera que conducían al soterrado. Caminaba en puntillas, aguantando la respiración para no delatar su presencia. Pero uno de los escaños de madera crujió al no poder soportar su gran peso. Carmela medía seis pies y pesaba más de doscientas libras. Luego del crujido del escalón los ruidos cesaron por un momento, pero ya la mujer había detectado que provenían de la gran caja depositada sobre unas sillas viejas. Entonces recordó el día en que para su sorpresa, había recibido el cajón como bulto postal enviado por el expreso de carga de la capital. Ante su estupefacción, el bulto
9 había sido despachado en la Transilvania Rumana y venía dirigido de forma clara y sin equívocos a su persona. Primeramente no aceptó recibirlo y les dijo a los porteadores. -No puedo recibir ese trasto, pues no solo no conozco a nadie en Rumania sino, que no sé ni donde carajo queda la Transilvania- Pero los hombres se mantuvieron en sus trece, y le dijeron que el porte estaba pagado y no iban a volver a la estación con la carga, que pesaba más que un muerto según dijeron molestos. Si no lo aceptaba lo dejaban en medio de la calle. Entonces Carmela accedió y exigió lo depositaran en el sótano hasta que apareciera el propietario del dichoso baúl. De aquello había pasado más de un mes y ya Carmela no se acordaba de la controversial carga. Era una noche de luna llena, la luz se filtraba en la pequeña claraboya por momentos, pues había cielo de tormenta y las nubes encapotadas cubrían el inmenso astro y sus innumerables cicatrices. Carmela subió de nuevo la escalera, apagó la lámpara; luego abrió la puerta que chirrió en sus goznes y cerró dando un fuerte portazo. Pero quedó dentro de la habitación. Si había alguien escondido daría por seguro que la mujer había abandonado el sótano. Aguantando la respiración se sentó en la escalera, y se dispuso a esperar con paciencia alguna señal del intruso.
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