EL FIN DE UNA ERA

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Por fin. Ya le habían dado las notas. Todo aprobado, al igual que su hermana pequeña. Ambos se habían esforzado mucho en sus estudios para no arruinar su viaje de Navidad a Alto Campoo. Ahora, los dos hermanos ayudaban a sus padres a guardar la comida, la ropa, y todo lo necesario en el coche para pasar unas agradables vacaciones navideñas en su casa de la montaña. Alberto fue a su cuarto a coger los guantes. Se los puso y miró el calendario. 21 de diciembre. Estarían hasta el 8 de enero en su casa de la montaña.

-¡Alberto!- gritó Sandra.

Sandra era la pequeña de la familia. Tenía 8 aňos, pelo negro liso y ojos claros. Se llevaba genial con su hermano, aunque a veces se sacaban los ojos.

-¡Voy!

Alberto bajó las escaleras y llegó al salón. A través de la ventana, vió a sus padres. Estaban cerrando el maletero y Sandra se reunía con ellos. Oyó un murmullo apagado y vió que la televisión estaba encendida. Las noticias. Ya estaban otra vez esas noticias tan raras. Gente asustada huyendo y cuerpos desmembrados. Sus padres decían que no ocurría nada, que eran montajes para asustar a la gente, pero esas noticias eran cada vez más abundantes. Alberto prestó atención a lo que decía la reportera.

-Las noticias de estos misteriosos ataques son a escala global, no solo en Espaňa, por eso, se recomienda a todo el mundo que tengan especial cuidado. Si van a salir de la ciudad de vacaciones o...

-¡Alberto!-gritó nuevamente Sandra.

Sacudió la cabeza, cogió el mando y apagó la televisión.

Sus padres estaban junto al coche, con cara de impaciencia.

-Perdón-dijo a modo de disculpa.

-Bueno, subid al coche que tenemos al menos 2 horas de viaje-dijo Ramón.

Ramón era el padre de Alberto. Tenía pelo negro ondulado, al igual que su hijo, ojos verdes, era alto y tenía 36 aňos. Está casado con Lidia. Ella tenía pelo largo liso y castaño, ojos claros y 34 aňos.

Subieron al coche y salieron de Santander hacia Alto Campoo. Durante el viaje, Alberto no paraba de pensar en zombis. Esas noticias eran muy extrañas. Podría ser que los zombis existan. Solo de pensarlo se le retorcía el estómago de gusto. A sus 12 aňos, Alberto era un gran admirador de series, películas y todo lo relacionado con zombis. La posibilidad de que existiesen le hacía muy feliz. No tenía ni idea de lo que pronto sucedería.

7 de enero. Mañana volvían a Santander. Alberto y Sandra estaban jugando con el trineo que les habían traído por Navidad. Aquellas fiestas les habían llovido los regalos y los dos estaban muy felices. Ramón y Lidia preparaban las cosas para hacer mañana el viaje de vuelta. Su casa de la montaña estaba a más de 1 kilómetro de la estación de esquí más cercana, y su coche estaba aparcado allí. Aquel día caía una ligera nieve y los dos hermanos ni siquiera se dieron cuenta de ello. Querían aprovechar al máximo su estancia allí. Ambos jóvenes adoraban ese sitio, un pequeño oasis de paz en el cual no había más que nieve. Sandra gritó cuando perdió el equilibrio sobre el trineo y cayó de lado. De fondo se oyeron las sonoras risas de su hermano mayor.

-¡Cállate!-dijo la pequeña mientras le lanzaba una bola de nieve a su hermano. Alberto la esquivó sin apenas esfuerzos.

-¡Tienes que verte!-dijo Alberto entre risas-¡Entre lo roja que estás y el blanco de la nieve, pareces la bandera de Japón!

Sandra no lo pensó dos veces. Cogió el trineo y lo arrojó contra su hermano. Se oyó un golpe y un grito dolorido.

-¡Eres estúpida!-rugió Alberto al tiempo que daba una patada al trineo. Y sin una palabra más corrió hacia su hermana. La furia de Sandra se convirtió en pánico al ver aproximarse a su hermano. Se giró y corrió en dirección opuesta al tiempo que lanzaba agudos gritos para que sus padres la oyeran. La persecución no duró mucho, porque Sandra paró en seco al ver un bulto rojizo sobre la nieve. Su hermano saltó sobre ella y cayeron a la nieve.

HambrientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora