Prólogo

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Estaba sentada en el taburete, en mi mano nada más que un pincel y frente a mi el lienzo aún en blanco. No tenía ninguna idea, ni siquiera algún rumbo el cual seguir así que opte por lo que conocía, improvisar.

Tome el pincel con determinación y comencé a trazar pinceladas, no sabía lo que hacía solamente deje de pensar y deje que mi mano me guiara, que hiciese lo que quisiera, estaba cansada de pensar así que solo seguía pintando y pintando hasta que mi mano me ardió.

Escuché la puerta abrirse pero estaba tan concentrada que ni me inmuté, solo quería terminar esta pintura.

-Hija que es lo que haces- dijo mamá, a pesar de que la escuchaba no podía despegar mis ojos de lo que hacía- ya está lista la comida, baja conmigo.

- Voy en un minuto solo déjame terminar esta parte- espete hacia ella

- Ese pájaro es muy lindo, me gusta como esta posado en una rama- declaró, pude notar en su voz que estaba nerviosa por algo aunque no sabría con exactitud que.

- Si...es bonito pero no me convence del todo- acto seguido saco de un tirón el lienzo que estaba pintando y lo rompo en partes.

-Otro lienzo desperdiciado- dice en voz baja y con un tono triste- cuando termines baja a comer antes de que se enfríe- dice- Ah! Y también ordena un poco, esto ya parece un chiquero- añade antes de salir.

No respondo y oigo como la puerta de mi habitación se cierra, mientras boto los restos de papel que quedaron tirados cuando despedacé el lienzo. Tal vez suene exagerado lo que hice, pero esta era la 4ta vez que pintaba lo mismo y ya estaba harta de aquello. Cada vez que sentía algún indicio de idea o inspiración se esfumaba en cuanto aparecía, estaba cansada y sin ánimos así que solo bote los restos de papel y deje el pincel apoyado en el caballete. Al observarlo mi mente viaja hacía mi padre coloreando en el y yo de chiquita en sus piernas observando como el pincel recorría cada parte del papel como si fuera algo mágico.

Papá murió cuando apenas tenía 8 años, sufría de cancer de estómago y aunque iba a sus sesiones de quimioterapia el cancer y iba muy avanzado. Lo que más me gustaba de ir al hospital era llevarle un dibujo mío, veía como se le iluminaban los ojos al verlo y me decía lo mucho que le gustaba agregando que para la próxima le trajera uno diferente y con una carita sonriente en la esquina de la hoja, era como nuestro sello personal.

Desde que se fue, me prometí a misma seguir con lo que le apasionaba, cada pintura mía era un regalo para el, casa pincelada era una sonrisa suya y fue así hasta que se acabó. No entiendo cómo pero de un momento a otro la inspiración se acabó, la pasión que sentía al pintar se detuvo, los colores se tornaron grises y mi mano se mantuvo quieta por mucho tiempo. Trate, diablos si que trate con todas mis fuerzas pero no conseguía nada y cuando lo hacía no me conformaba y arrugaba el papel para comenzar otra vez.

Era un ciclo sin fin, no se cuanto tiempo fue, si fueron días, meses o años pero con el pasar del tiempo, mi amor hacia el arte, hacia la pintura se iba alejando cada vez más, ya no tenía razones para pintar ni siquiera para agarrar el pincel.

Y ahí estaba de nuevo con otro lienzo perdido y otra desilusión más, así que acatando las órdenes de mamá, limpie todo y deje los utensilios en su lugar. Cuando iba guardando el caballete en el armario oí un ruido, más bien una risa.

Así que deje lo que estaba haciendo para asomarme por la ventana y observar de donde provenía el ruido, al ser una casa de segundo piso tuve que dirigir mi mirada hacia abajo buscando de donde provenía aquel ruido. Se estarán preguntando el porqué fui a ver si era solo una risa, pero la forma en que sonó, como si estuviera viva y llena de alegría fue lo que me motivó a acercarme a ver. Busque por un buen rato el portador de dicha risa y lo hallé.

No fue su mirada lo que me llamo la atención, ni esos ojos almendrados tan bonitos, ni siquiera su sonrisa perfecta que parece comercial de colgatte. No, no fue eso sino más bien el porqué de su risa. Al mirar hacia abajo podía encontrarme un camión, que de seguro era de mudanzas, y junto a este una niña de no más de 10 años tirada al lado de el, tal parece que se cayó al sacar una caja y el chico de la sonrisa se está riendo de ello. Hasta lo puedo escuchar desde aquí:

- Eres muy torpe Estela- escuché decir al chico, seguía riéndose a carcajadas y tal parece que no tiene intenciones de parar- como es que te caes sacando una caja de chocolate- añadió

- Porqué no mejor me ayudas a pararme en vez de reírte tonto- agregó con un deje de molestia- ¡Es en serio Allen deja de reírte y ayúdame!

Levantando las manos en señal de rendición el chico, cuyo nombre ahora se que es Allen, se acercó hasta ella y la ayudó a levantarse, luego los vi ingresar a la casa de en frente y no salieron más. Yo seguía pegada a la ventana como una loca pero no podía sacarme esa risa de la cabeza, su sonrisa me recordaba a mi padre.

Esa sonrisa fue la que comenzó todo, esa sonrisa fue el punta pie inicial para que todo cobrara sentido.

Esa sonrisa fue una de las primeras cosas que nunca pude decirte.

Lo que nunca pude decirteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora