4 de septiembre, tal vez 5.

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Y así, en mi pecho, una tarde le conté todos mis miedos. Con su respiración pausada casi coordinada con la mía y sus ojos cerrados, me escuchaba. Y me abrazaba fuerte, como si me estuviese protegiendo de todo lo que le estaba contando. 

Esa tarde me dí cuenta de cómo quería que fueran todas las demás: con su cabeza descansando sobre mi corazón, unidos en un abrazo interminable, solo charlando y escuchándonos el uno al otro. Se sentía como si fuese amor, y estoy muy segura de que eso era. 

Hoy esos brazos ya no rodean mi cintura, mi piel fría los busca, pero ya no están. Intento encontrar esos ojos en la oscuridad, pero tampoco aparecen. Esas pestañas ya no brindan a la altura de mi mentón, y esos oídos ya no escuchan mis historias y mis miedos, que hoy, sin todo lo mencionado, son muchísimos más. 

En mi cabeza todavía retumba su risa, nuestras risas a la par; mi nuca sigue sintiendo su tacto en una brisa fantasma, pero nada de eso está, ya no. 

¿Volverán? Probablemente no. Pero por más que me digan lo que me digan, y un poco pido disculpas por eso, el lugar siempre va a ser suyo, y siempre va a estar esperándolo. 

Leí en un libro alguna vez, que Simón Bolívar se preguntaba cómo salir de éste laberinto. Ahora empiezo a ver que dentro de ese laberinto, hay muchos más, más chiquitos, pero igual de complejos. Sigo sin saber salir. O quizás la realidad sea que no quiero hacerlo, porque después de todo, ¿quién querría salir de un lugar con ojos tan lindos?

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⏰ Última actualización: Sep 08, 2020 ⏰

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