Ternura peligrosa

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Me despido de mis padres para ir a dormir. La oscuridad rodea la casa por lo que enciendo las luces, todas, para poder caminar hasta mi pieza. Por eso me voy antes a dormir, porque así ellos apagan las luces y yo no tengo que salir corriendo como si un asesino viniera por mí. Me coloco el pijama y me meto en la cama antes de apagar la luz.

Me remuevo de un lado a otro sin poder pegar un ojo. Suspiro y miro el techo de mi habitación en medio de la oscuridad. De pronto, noto algo al final de la cama. Mis ojos se mueven con rapidez sin encontrar nada. Trago saliva y me levanto para quedar sentada en la cama. Mi aliento de pronto se torna pesado y la temperatura desciende. Como puedo alzo la mano para encender la luz y un roce me hace devolverla. Cierro los ojos, calmante. Estiro la mano otra vez y enciendo la luz sin encontrar nada más que mi ropa tirada justo donde la deje. Me paso las manos por el rostro y me coloco las pantuflas para ir por un vaso de agua. Tal vez eso me ayude a calmarme y conciliar el sueño.

Enciendo todas las luces solo para buscar ese vaso de agua el cual bebo en un dos por tres. Al volver, miro a mi alrededor y cierro los ojos antes de apagar las luces y salir corriendo a encerrarme en la pieza. Me tapo con el edredón y me quedo quieta. Mi respiración se torna superficial y siento como levantan la tapa. Me preparo y...

―¡Buh!

Me carcajeo al ver como la sombra me mira con cara horrorizada llevándose una mano, al que supongo será su pecho. Me tomo el estómago sin poder parar de reírme. Tomo una respiración y me calmo para observarlo.

―Mickie, cuantas veces te he dicho que no me asustas.

―Quería intentarlo ―dice encogiéndose de hombros―. No entiendo porque no te asustas con ninguno de nosotros.

Contemplo a Mila y Gaspar a su lado. Ella se mira sus largas uñas y Gaspar se ríe mostrando sus largos colmillos. Mientras Mickie les hace conejito con sus manos detrás de sus cabezas. Esas sombras sin forma, esos ojos rojos que parecen tragarte y te llenan de escalofríos. Sí, dan miedo.

―Hemos estado contigo de pequeña ―dice Mila caminando hasta sentarse en mi silla de escritorio―. Fue la única vez que se asustó de nosotros.

―Hermanos míos... hemos fallado —dice Gaspar tomando los hombros de Mickie y colocando una mano en su pecho.

―No seas dramático ―menciono riendo―. No me asustan porque ya los conozco, aunque admito que de repente logran asustarme.

Gaspar hace un movimiento con la mano de forma desinteresada y Mickie sonríe.

―¿Entonces, jugamos una partida de póker? —dice el último.

―Claro, Mickie ¿quieres perder de nuevo?

―No puedo creer que ella nos pueda ganar. —Mila me apunta con su filosa uña.

―Tranquila, les gano porque aprendí de los mejores.

―Es cierto, somos excelentes maestros. ―Mickie infla su pecho igual que un ave.

Gaspar reparte las cartas cuando de pronto un ruido nos hace quedar mudos. Los miro frunciendo el ceño. La temperatura comienza a descender más si es posible y todos nos miramos.

―Nosotros no somos —dicen al unísono.

El baúl que está a los pies de la cama comienza a tambalearse. Los cuatro miramos desde la mesa de escritorio hasta la cama. Trago saliva y me acerco con cuidado mientras ellos me siguen de atrás y me empujan para que vaya al frente. Con cuidado abro la tapa.

Todos retrocedemos como si nos hubiesen lanzado una bomba. Mickie se esconde con la tapa de la cama, Gaspar se esconde debajo de una silla y Mila mira detrás de mí.

―¿Qué es eso? ―cuestiona Mila.

Me volteo y una sombra sale de a poco a poco de abajo de la cama. Trago saliva, pero el grito de Mickie me hace pegar un brinco y colgarme de Mila.

―¡AH!

De pronto veo algo en el suelo.

―¡Alto!... ¡esperen! ―digo calmando mi respiración. Me bajo de Mila y limpio mi ropa. Dignidad ante todo―. Nos asustamos por un... ¿conejo?

Todos nos reímos aliviados. Pero cuando el concejo se mueve quedamos en silencio.

—Hubieras visto tu cara —se burla Gaspar de Mickie.

―Demonios, ese sí que asusta. Deberíamos reclutarlo.

―Por favor, Mickie, es solo un peluche inofensivo ―dice Mila colocándose frente a nosotros, dándole la espalda al peluche y nos mira con una ceja levantada.

Abro mis ojos y le hago señas con la mano, abro mi boca para decir algo pero no me sale la voz y por lo visto a los otros tampoco. Lo único que atino hacer es levantar mi dedo.

―Mi... Mila...

―No nos podrá hacer nada...

―Mi...

―¡AH! ―grita cuando el conejo le salta encima y comienza a tirar de su pelo.

―¡Un conejo asesino! —grita Gaspar corriendo en círculos.

―¡Sálvese quién pueda! —Mickie se cuelga de mi como si fuera un mono.

Ellos me colocan de escudo y poco a poco vamos hacia la esquina de la pieza. Mila saca al peluche de su cabeza y lo lanza lejos. Corre hacia nosotros y ahora estamos todos arrinconados, mientras el peluche está en el suelo sin moverse. El condenado se levanta y nos mira con su carita tierna.

—¡Ya verán! ¡Esto les pasa por dejarme olvidado en ese baúl!

―¡Ah, quiero a mi mami! ―grita Gaspar y todos le seguimos.



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