—¿Mate?
—Cerveza
—No podés tomar cerveza.
—Bueno mami...
Me llamó llorando tras despertar de una parálisis del sueño y así lo encontré, descalzo, con esos bóxers de algodón horribles, una camiseta de Iron Maiden dos talles más grandes y esa maraña de pelo de rulos indomables sentado a los pies de la cama de dos plazas.
—Vas a estar bien. Desayunemos.
—No quiero tomar mate Mica
—Bueno querido... yo no voy a desayunar cerveza. Vestite que te ves patético.
Se quedó balbuceando mientras le revolvía la alacena prácticamente vacía salvo por un paquete de fideos para sopa volcado y una botella de vinagre que, por la cantidad de polvo acumulado, debió estar ahí desde la generación anterior.
La casa flotante había estado abandonada como cinco años, Vicente y sus amigotes la usaron de aguantadero hasta que doña Marta tuvo la genial idea de alquilársela a Miguel Ángel por monedas, con tal de que las juntas del hijo no la terminaran de hacer mierda. A Miguel no le vino mal el precio, el espacio y alejarse; lo que le hacía mal era Vicente... pero andá a explicarle al terco que la medicación y el alcohol echan por tierra cualquier vago intento de mantener los demonios a raya. Cada que mi mal genio se me escapaba por la boca no tardaba ni dos mensajes de texto en cruzar el muelle el tóxico y me dejaban al borde del primer escalón con la razón oprimiéndome el pecho, la culpa atragantada y los ojos vidriosos.
Los conocí en terapia de grupo: A Vicente lo metió la madre de prepo, a Migue una provation y a mí una depresión fulminante... Vicente se fue primero, era obvio, siempre le chupó un huevo ver a la vieja llorar; así que empezó a meter excusas después de la cuarta o quinta sesión y faltaba a dos de tres sesiones hasta que abandonó. Para entonces Miguel Ángel ya era como un perrito atrás de él. Tomaba antidepresivos y otra cosa que ni me molesté en averiguar que era, pero en mi primera sesión le interesó mi historia y me corrió dos cuadras a la salida del hospital para pedirme mi número.
—¿Querés ducharte? Voy a tardar un rato, voy a buscar algo de comer.
—¿Me comprás puchos?
—Dale.
Bajé y salté despacio el hueco de la tabla faltante en el muelle al pie de la escalerilla. Me daba nauseas el movimiento del agua bajo los flotantes así que caminaba tragando saliva y supongo que quien me hubiera visto y no me conociera pensaría que, o estaba muy drogada o me había cagado encima.
—¡PUM! No te vayas a caer, tarada. —La risa extravagante, exagerada y burlona del imbécil me hizo temblar y sentir que me caía.
Tenía las orejas hirviendo, los ojos llorosos y el corazón en la garganta. No me alcanzó el coraje para mandarlo a la mierda pero sí para acelerar el paso. Con los pies en tierra firme recorrí el caminito de doscientos metros que me separaban de la calle y para entonces el hambre y la planificación del desayuno me hicieron olvidar el enojo y la cobardía que me provocaba Vicente.
—¿Y mis cigarrillos? —Atacó en cuanto me escuchó cerrar la puerta.
—Llegué bien, Miguel. Gracias por la preocupación. Tu amigo casi me tira del muelle, suerte que le tengo menos miedo al agua que él. —Dije con sarcasmo tirándole el paquete de Camel a la cara. —Traje bizcochitos de grasa y café instantáneo. ¿Vas a decirme qué era tan urgente para sacarme de la cama a las ocho de la mañana de un domingo?
—Soñaba con Carmen...
—¿Cogían?
—¡Ojalá! Hasta cuando la sueño me está puteando.
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Parálisis del sueño
Short StoryLas relaciones amorosas y amigos en igual medida tóxicos, los llevarán al colapso emocional potenciado por sus trastornos psicológicos previos. Y cuando los demonios de sus sueños se manifiestan casi reales, solo habrá que aceptar la tragedia...