Hacía varios minutos que había conseguido recomponerme pero mi cuerpo seguía temblando. Estaba agotada pero todavía tenía fuerzas suficientes para seguir llorando. Permanecí durante varios minutos encogida en el suelo, haciendo frente al dolor que recorría todo mi cuerpo de la mejor manera posible. Intenté marcarme un ritmo lento y calmado para seguir respirando pero no resultaba fácil. Creo que pasaron más de veinte minutos hasta que fui capaz de ponerme en pie y comenzar a respirar con cierta normalidad. Mi pecho seguía doliendo pero no tenía nada que ver con la desintegración. Cuando recordaba el momento en el que César aceptaba la mano de Elizabeth algo dentro de mí se desgarraba.
Miré a mi alrededor. El salón de la casa de César estaba tal y como lo habíamos dejado.
¿Por qué de todos los lugares posibles había vuelto allí? Aquella no era mi casa y mi presencia allí ahora no tenía sentido. Además, aquel lugar ya no era seguro. Cada vez que salíamos César quitaba el escudo por si teníamos que volver de forma precipitada y recomponernos dentro de la casa. Si el escudo hubiese estado puesto yo no podría haber entrado al interior de la vivienda y eso hubiera sido un gran inconveniente. Sin embargo, ahora el problema era que la casa tampoco era segura. Lo peor de todo es que no tenía a dónde ir. Mi piso era aún menos seguro pero ¿tenía derecho a permanecer en el hogar de César después de que él optó por tomar la mano de Elizabeth?
No había sido capaz de dejar de llorar en ningún momento y los ojos comenzaban a escocerme. Casi no podía abrirlos. De pronto, un golpe en uno de los cristales de la ventana me puso en guardia de nuevo. Pensé que podía haber sido algún pájaro despistado pero cuando el golpe se repitió, con más fuerza incluso que la primera vez, comencé a preocuparme. Quedé paralizada en el sitio, con la única idea en mente de que había escapado de aquel almacén subterráneo para nada. Sólo habían tardado unos pocos minutos en encontrarme. Pensé que seguir huyendo no tenía sentido. Cuantos antes terminase todo, mejor.
De nuevo otro golpe se oyó contra la ventana pero esta vez, no fue lo único que oí. Una voz que reconocí inmediatamente empezó a llamarme.
-Carol, abre. Necesito tu ayuda.
Cuando me acerqué a la ventana y la abrí, Raul estaba fuera, colgando del alféizar y con Philippe cargado sobre su hombro.
-¿Pero qué haces ahí?
-¿Qué tal si me dejas entrar primero? -preguntó. -Aunque los vampiros somos muy fuertes, tenemos un límite, ¿sabes?
-Eh, sí, claro. Perdona.
En cuanto me aparté de la ventana, Raul entró de un salto en la vivienda.
Philippe seguía en el mismo lamentable estado que la última vez que lo había visto. Quería ayudarle pero no sabía cómo.
-Creí que iríais al ático de Philippe.
-Eso fue lo primero que hice pero cuando llegué allí no fui capaz de encontrar las reservas de sangre que Philippe guarda para el clan y no tenía nada en su casa tampoco, así que no pude alimentarle.
-¿Las reservas del clan?
-Philippe tiene guardadas reservas de sangre en caso de que las necesitemos. La mayoría de las veces las usa para que los neófitos estén alimentados sin tener que acercarse a los humanos pero el único que sabe dónde se encuentran es él. Ni siquiera yo sé dónde las guarda. Y su reserva personal también estaba vacía.
-¿Y tú no tienes?
-El único que tiene provisiones es Philippe -dijo Raul mientras posaba a su amigo sobre la cama. -Dice que es una forma de mantener a todos bajo control. El caso es que he venido porque necesito que me ayudes. Si los demás vampiros del clan se enteran de lo que ha pasado, inciarán una guerra contra los brujos y no quiero que eso pase.
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La nigromante (TERMINADO)
Paranormal¿Una medium? ¿Una bruja? ¿O algo mucho más antiguo y poderoso? Carol es una chica de apenas dieciocho años que quedó huérfana nada más cumplir los tres. En su primer día de universidad conocerá a César, un misterioso chico lleno de tatuajes que par...